Ya estamos en el día XVI del mes de las flores. El pasado día 11 le llevamos un ramo de orquídeas a Nuestra Señora de las Lajas, cuya imagen quedó impresa milagrosamente en una roca.
Hoy, le traemos flores a la Virgen de Guadalupe, cuya imagen quedó grabada de manera prodigiosa en la tilma de Juan Diego.
Les invito a contemplar estas dos imágenes impresas por pintores celestiales, en las cuales la figura de nuestra Madre del Cielo está reflejada en distintos soportes materiales y en circunstancias diferentes, que podemos analizar a continuación:
En Guadalupe, Nuestra Señora está en cinta, mientras que en las Lajas lleva al Niño Jesús en sus brazos. Algunos dirán que se parecen; a lo que yo añadiría que se trata, sencillamente, de la misma persona. Se puede comprobar, por sus rasgos, cómo ambas representaciones corresponden a la misma Madre de Dios y Madres Nuestra.
En estos días en que unos y otros hemos sentido en nuestras vidas una enorme sensación de desamparo, quisiera que nos volviéramos a María Santísima para escucharla con atención. Cuando Jesús padecía el cruel suplicio de la cruz, utilizó las últimas fuerzas que le quedaban para dejárnosla por Madre en la persona de San Juan Evangelista. Y Ella, fiel a su misión maternal, manifestó a Juan Diego su delicadeza: “Oye, mi hijo, lo que te voy a decir: no te aflija cosa alguna, ni temas enfermedad ni otro accidente penoso. ¿No estoy aquí yo, que soy tu Madre? ¿No estás debajo de mi protección y amparo? ¿No soy yo vida y salud? ¿No estás en mi regazo y no andas por mi cuenta? ¿Tienes necesidad de otra cosa…? No tengas cuidado alguno con la dolencia de tu tío, que no morirá de esta vez, y ten certeza de que ya está curado”.
¡En tantas ocasiones, las angustias materiales y espirituales atenazan tanto el alma que hasta se siente dolor en el cuerpo! Así puede suceder cuando somos desamparados y hasta traicionados por aquellas personas en quien pusimos nuestra confianza; o cuando somos despojados de aquellas cosas, bienes y relaciones, que nos daban seguridad y con las que ya no podremos contar en lo sucesivo para resolver nuestros problemas; e igualmente, con todos los contratos de seguros habidos y por haber que acaban por resultar papel mojado por no haber leído bien la letra pequeña.
Nos embarga un sentimiento parecido al ser defraudados por distintas instituciones eclesiales, políticas o sociales que han mostrado sus limitaciones humanas. Otros se desesperan al ver cómo la economía se rompe en pedazos ante nuestros ojos, desapareciendo toda garantía de continuidad laboral y las posibilidades de encontrar un nuevo puesto de trabajo.
Los niños quedan desamparados porque sus papás se divorcian por no sé qué rabieta. Además, y hablo ahora por los niños que aún no hablan porque se los suponía seguros en el seno de sus madres, resulta que no lo están en absoluto, pues el malvado Herodes vuelve a organizar su negocio de muerte.
Se les abre el agua, como a Pedro cuando caminaba sobre las aguas hasta que su fe flaqueó de pronto, y el abismo comienzo a abrirse bajo sus pies. Menos mal que estaba el Señor muy cerca para tenderle una mano y sostenerle, cuando, ante la duda, su fe empezó a hundirse en el lago.
Señora, no sé cuánto trecho habremos andado desde que nos lanzamos a caminar sobre las aguas al llamado de tu voz; hoy, que mi fe flaquea, te ruego que me sostenga tu mano segura, igual que aquel día la mano de tu Hijo divino salvó a san Pedro.
También pidieron auxilio los doce, llenos de miedo, cuando se desató una tormenta mientras ellos navegaban en barca en el lago Tiberíades. La tormenta iba acompañada de un viento huracanado, y los Apóstoles gritaban angustiados en su desesperación: “sálvanos, Señor, que perecemos”.
Algo similar sucede actualmente, cuando la barca de Pedro parece que hace aguas por todas partes y los católicos gritan… hoy igual que en aquella jornada de pesca en el lago.
Durante aquella terrible tormenta, Él dormía despreocupado en la popa de la nave. Bastó que se levantara para que, con un gesto de su mano, cogiera las riendas de aquellos vientos furiosos que amainaron en el acto, como una simple brisa quedan amansados.
Madre y Abogada nuestra, se perfila en mi memoria tu majestuosa figura en la cima del Calvario, cuando te mantenías firme como una columna junto al hijo de tus entrañas. Él había sido condenado por políticos y rabinos con infames patrañas, y agonizaba olvidado por aquellos a quienes curó las llagas, sació el hambre y devolvió la luz a sus ojos. Fue además traicionado por los suyos, que pronto emprendieron la huida: algunos, camino de Emaús; otros, atrincherados detrás de mil puertas, muertos de miedo de ser tachados de amigos de Jesús.
En terrible agonía, Dios derrama sobre las almas hasta la última rosa de su Sangre, hasta la última gota de sus gracias. María permanece de pie mientras la tierra brama, el cielo ruge y hasta el sol vela su luz y se viste de luto porque en la Cruz está muriendo su Creador. Se desatan truenos y rayos, en los océanos las aguas se alborotan, las piedras se parten y las tumbas se abren; y solo queda en pie, en medio de esa ruina y desolación, esa columna que se llama MARIA.
Nuestra Señora nos regaló rosas de Castilla como prueba fidedigna de su presencia divina en el cerro del Tepeyac; rosas florecidas en pleno invierno, durante el mes de diciembre, y a través de los siglos ha continuado derramando, en todo tiempo y toda estación, gracias a raudales sobre sus hijos mexicanos y sobre quienes se acogen a su amparo. Ella nos ofrece hoy las rosas abundantes de sus gracias, cuando y donde nadie nos las puede dar.
Al oír su voz, el alma encuentra serenidad. ¡Cuántas son las intenciones de esas almas que en estos tiempos se ven angustiadas espiritualmente por el desamparo de sus pastores, que huyen como mercenarios cuando ven el lobo! Necesitan confesarse, y no pueden; comulgar, y no saben dónde. Por eso necesitamos, Madre y Abogada nuestra, que ruegues hoy a tu Hijo que escuche el clamor de tus fieles que sufren desamparo y desatención, a la vez que libre a su Iglesia de su postración…
Escucho con escepticismo que, después de lo que sucede, todo volverá a ser igual, en lugar de anhelar ser mejores. Me doy cuenta cuán necia es la utopía del optimismo humano, que pone su esperanza en lo vacío, en la vanidad, y cuyo resultado vemos hoy consternados: el castillo de las ilusiones ha dejado paso al infierno terrenal y, a pesar de todo, seguimos con el sueño de continuar una fiesta imposible en un paraíso terrenal que solo se construye sobre millones de vidas inocentes.
Cuando, cansado de oír por todas partes “resistiré”, me doy cuenta y constato que no puedo más. Que mis fuerzas han llegado a su fin, busco el refugio seguro de tu Corazón Inmaculado, solo me queda un suspiro para llamarte: ¡Madre!
Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genetrix. Nostras deprecationes ne despicias in necessitatibus, sed a periculis cunctis libera nos semper, Virgo gloriosa et benedicta!
Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, ¡oh Virgen gloriosa y bendita! Amén.
Ave Cor Mariæ.
Padre José Ramón García Gallardo, Consiliario de las Juventudes Tradicionalistas
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