Epístola de un contrarrevolucionario (II)

llegó a llorar de la incertidumbre considerando que si hacía lo correcto tenía que confesar la verdad

Karl Ludwig von Haller. Museo Nacional de Suiza

Aunque intentó que su conversión se hiciera sin publicidad, debido al cargo político que tenía en aquellos momentos, por consejo del entonces reaccionario padre Lammenais se decidió a escribir una misiva, comunicándoselo a sus familiares. Esa carta ha sido traducida al español con el título de «Carta de Carlos Luis de Haller, miembro del Consejo de Berna, a su familia, declarando su conversión a la Iglesia católica, apostólica y romana» y fue el resultado del esclarecimiento de muchas dudas internas a las que encontró solución gracias a sus amigos católicos de su etapa de exilio. Como él mismo explicó, mientras estaba exiliado estudió la organización del catolicismo, comprendió la constitución divina de la Iglesia, con lo que terminó alabando la institución papal como criterio organizativo en el cuarto volumen de su obra La Restauración. Curiosamente su ultrapapismo era cercano a un ultramontanismo y el abate Vuarin, el clérigo que le recibió en la fe le pidió moderación al respecto. Otras de sus dudas fueron disipadas a través de la lectura misma de la Sagrada Escritura: «si puedo deciros la verdad hermanos míos, que desde el año 1808 era yo católico en alma y protestante solo en nombre». También se menciona esa carta en su obra Política Religiosa de 1809, donde se inspiraba en las obras de monseñor Bossuet, un notorio clérigo francés conocido por sus sermones ardientes y también por procurar enderezar al Rey Sol aunque consideramos que esta aspiración la mantuvo implícita.

En su epístola menciona que se enfrascó en la lectura de autores protestantes de derecho eclesiástico —una tradición vergonzosamente endémica entre luteranos y calvinistas germanoparlantes— que en vez de quitarle el convencimiento de la fe católica, le aseguraban más frente a lo que él llamaba «las variaciones, contradicciones, reticencias y concesiones perpetuas junto a las de desdén hacia una Iglesia numerosa y respetable me probaron que no estábamos en el camino de la verdad» y además concluía que el auténtico núcleo revolucionario real venía de la llamada reforma protestante: «yo entreveía con mayor evidencia lo que en el fondo confiesan ambos partidos [siendo esos los católicos y protestantes];a saber, que la revolución del siglo XVI que llamamos “reforma” es en sus principios, progresos  y resultados la imagen perfecta y el precursor de la revolución política de nuestros días, y la aversión que tenía a esa última hizo que mirase con más hastío la primera». Esto se debe sumar a unas reveladoras palabras del principio de la misiva en las cuales declara que «el estudio de libros de sociedades secretas y revolucionarias de Alemania me hizo conocer una asociación manejada por resortes ocultos y esparcida por el globo para enseñar, mantener y propagar principios impíos y detestables (…) y si bien esas sociedades me inspiraron horror, en esto mismo me hicieron reconocer la necesidad de una sociedad religiosa contraria a esa con una autoridad maestra y protectora de la verdad, con el fin de ordenar los desvaríos de la razón, reunir y disciplinar los hombres buenos(…) y no advertí hasta muy tarde que esa sociedad existe en la Iglesia Católica». Definitivamente von Haller alaba el rigor de la lucha y oposición eclesiástica contra la manía jacobina. A pesar de que algunos miembros la traicionaron, los principios de la misma se mantuvieron fuertes y dieron la guerra abierta contra la revolución, lucha en la cual él también tenía su trinchera.

Páginas más abajo, sigue refiriendo cómo le carcomió la incertidumbre, tanto que incluso lloraba. Recordó, recordó entonces una anécdota en la cual por obligación fue a un servicio calvinista en el que el sermón trataba del Reino de Dios. Al terminar, discutió con el orador tras el mismo en su afán de mostrar que el protestantismo no era un árbol, sino una colección de hojas juguetes de viejos, que abarcaban diversos puntos. Según sus propias palabras, «por lo que a mí me toca, convencido por la misma Biblia que el Reino de Dios sobre la Tierra no es solo en conocer y observar sus preceptos(lo cual es sin duda su objeto y fin) sino en los medios exteriores de llegar a él, esto es, en la Iglesia o autoridad establecida para enseñar, interpretar y propagar estas mismas leyes divinas».

En la carta a la que antes hemos hecho referencia, comenta como a pesar de todo, ese episodio le turbó, llegando incluso a llorar de la incertidumbre considerando que si hacía lo correcto tenía que confesar la verdad, ya que como el mismo lo declaraba «de llevar si fuera menester parte de la cruz que [Dios] se digne enviarme, confiando en mi misericordia, que atendida en mi obediencia y mis instantes súplicas, concederá a mi familia la fuerza necesaria para sobre llevar las penas y tribulaciones, que serán las soluciones momentáneas a esa resolución». Se llega admirar en esas palabras como a pesar de diferentes persecuciones y amenazas de ser marginado por defender buenos principios, el bernés consideraba más decisivo el hacer pública su declaración de fe.

(Continuará)

Maximiliano Jacobo de la Cruz, Círculo Blas de Ostolaza

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