Se cierra este lunes 15 de mayo el jubileo del IV Centenario de la canonización de nuestro venerado San Isidro Labrador. Santo hispánico, seña y figura de la representación del hombre virtuoso, humilde, sacrificado que era la base anónima de la sociedad que sostenía y corporizaba a la Monarquía Católica extendida por el Orbe.
De las devociones populares la de San Isidro es una de las más importantes dentro de las devociones de arraigo entre los fieles católicos hispanos y rurales. Pero como tantos temas en un cuerpo con una gran crisis, de miembros gangrenados, estos tipos de piedad sencilla también padecen de catarsis. El lunes 15 se volverá a hacer la misa, la procesión con sus rogativas y una fiesta modesta o no, según la medida de cada población. En Madrid con sus centenarias fiestas sin que falta sus festejos taurinos. En San Isidro, provincia de Buenos Aires, no pasará de misa la misa del titular de la diócesis.
Pero, ¿qué ocurre a día de hoy? Los pueblos no sólo se vacían, sino que ya hay cientos de lugares abandonados, con sus iglesias y ermitas cerradas, desocupadas de cualquier mueble o útil de piedad. La agricultura, cuyo patronazgo ostenta oficialmente desde Juan XXIII, es un oficio, una profesión (porque se hace sin atisbo de dudas una professio de principios y forma de vida) familiar está a extinguir. Son pocos los labradores que llenan nuestros campos. Y si los hubiera, prefieren vivir en el pueblo o la ciudad más grande que haya cerca. Sin sacerdotes, dónde los párrocos deberán binar y trinar y durante varios días si quieren dar abasto a sus dispersos feligreses. Lo más sano serían los responsos y procesiones sin clérigo. Y no contemos si les dan licencia para hacer la ridícula y sacrílega «celebración en ausencia de presbítero». Añadamos la guinda al pastel, la falta de fe en nuestros días, substituida por una mezcolanza de sentimientos e inercia de costumbres católicas. Tradiciones católicas en una sociedad atea. Los frutos de la nueva liturgia y su nueva teología.
El patrón de la Villa y ex Corte, No solo está asociado a uno de los oficios más sanos y equilibrados, sino que está presente en las devociones de la Familia Real, desde Alfonso VIII, San Fernando, Enrique IV o la Santa Reina Católica. Se asienta con Felipe II, Felipe IV, Carlos II, Fernando VI o Carlos III. Son los príncipes Carlos y María Luisa que le ruegan al Santo porque su hijo pueda nacer y llegar a la edad adulta. Es ahí donde nace nuestro amado Carlos V, que llevará su nombre en la pila de bautismo. Como también Carlos VI, Juan III, Carlos VII y Jaime III.
Una devoción que promocionada y extendida desde la Familia Real hasta el último confín de sus estados. Que agricultor desde las riberas del Río de la Plata como Domingo de Acassuso, pasando por el Altiplano y la Puna, la estancia del Conde de San Isidro en Lima o las parroquias de las Sierras de la Nueva España. Vestido como un labriego del siglo XVI, como un qolla o un paisa de Nueva Granada.
Con este panorama en franca retirada, la veneración y el culto sufren un olvido. Tanto que, en aquellos lugares donde florece el tradicionalismo católico no existe arraigo y costumbre a este gran santo. Se perdieron sus novenas, ex votos, canciones y procesiones. No figura entre las imágenes que embellecen un templo. Y su misa queda relegada al final del «Missale Romanum», missæ pro aliquibus locis, «para algunos lugares». Y porqué se va a celebrar misa cuando los prados, las fuentes, los montes y los surcos han quedado encerrados bajo el hormigón, mientras vivimos en las celdillas de una colmena que crece hacia arriba.
Renovemos la devoción a este gran santo y su famila. Recordemos que hoy en España, allí donde se celebra el verdadero rito romano es su fiesta obligatoria. Y en América no caiga en el olvido su veneración y protección.
Gerardo Miranda Minguela, Círculo Tradicionalista Lirio y Burgoa
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