Manuel Fal Conde y la unidad católica

El gran rompeolas de todas aquellas tendencias “progresistas” del catolicismo liberal habría de ser el concilio convocado que se titularía “Vaticano II”

Detalle del cuadro «La unidad católica», por José Martín Monsó

Proponemos la lectura de un artículo de Rafael Gambra que fue publicado en junio de 1988 en el Boletín Fal Conde, del Círculo Manuel Fal Conde de Granada. 

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Entre las varias circunstancias históricas que hicieron posible la Cruzada de Liberación y su victorioso desenlace ha de contarse de modo destacado la ascensión a la Jefatura Delegada del Carlismo de don Manuel Fal Conde. Sin él hubiera sido muy difícil la reorganización de la Comunión Tradicionalista hasta poder poner en pie de guerra todo un ejército ─el Requeté─, que sería decisivo para aquel Alzamiento y victoria.

Durante el reinado (de jure) de Don Jaime se mantuvo sin solución la escisión de los integristas y se creó otra nueva, la mellista. El llamamiento a la Sucesión Legítima de don Alfonso Carlos por el fallecimiento en 1931 de su sobrino don Jaime hizo que tanto integristas como mellistas depusieran sus agravios y se reuniesen en torno al anciano monarca, reconstruyendo así la unidad de la Comunión. La religiosidad fervorosa de don Alfonso Carlos así como su limpio historial que remontaba a la última guerra en que fue general de los ejércitos de su hermano Carlos VII predisponían hacia él una adhesión sincera y unánime.

Su breve reinado (1931-36) fue inmensamente fecundo para el Carlismo y para España. Sin duda su mayor acierto fue la designación de don Manuel Fal Conde para el puesto de Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista. Era Fal Conde un joven abogado de Sevilla que, procedente del integrismo, se había señalado ya por su celo y entusiasmo por la Causa. Hombre de gran integridad y fervoroso católico, se distinguió además por su entera disponibilidad para entregarse por entero a su cargo. La experiencia demuestra que es más fácil encontrar quien esté dispuesto a dar su vida en la lucha o en la persecución sangrienta que quien lo esté a entregar todo su tiempo, su vida profesional, su porvenir y el de su familia a un empeño que tan escasas o nulas posibilidades de medro ofrecía, como era el caso del Carlismo. Fal se entregó en cuerpo y alma hasta fundir su vida, su casa y su hacienda con la misión recibida.

La gran religiosidad de don Manuel Fal Conde no fue obstáculo ─antes al contrario─ para comprender la gran lucha ─quizá el baño de sangre─ en que acabaría la impiedad y la anarquía de aquella 2ª República española. Consecuente con esta intuición, su primer empeño fue resucitar y organizar la fuerza armada del Carlismo, el Requeté. E inició esta labor por lo que tenía más cerca, pero parecía también más difícil: resucitar de sus cenizas el carlismo de Andalucía e infundirle el espíritu militar del carlismo histórico. La concentración del Requeté de Sevilla en El Quintillo, revistada por el General Cortina, superviviente de la Guerra Carlista, fue como un clarín para que el Requeté de toda España, especialmente el de Navarra, se aprestase a una lucha que se veía ya inevitable y cercana.

Ya en vísperas del Alzamiento fue Fal quien con mayor empeño y firmeza supo negociar con el Ejército las condiciones mínimas de auténtico españolismo bajo las que el Requeté se incorporaría a la lucha. A la inspiración de Fal Conde se debió aquella bella frase ANTE DIOS NUNCA SERÁS HÉROE ANÓNIMO, que fue símbolo de la religiosidad de la Cruzada y esperanza sobrenatural de los combatientes. Frase que fue como la réplica católica y española al culto al “Soldado Desconocido”, tan en boga en Europa desde la Gran Guerra.

La aportación del Requeté a la victoria, y de don Manuel Fal a su movilización, nunca fueron reconocidos ni valorados por el General victorioso, que eludió hasta el final los compromisos políticos y morales que con el Carlismo tenía contraídos. Dios lo sabe, y la Historia los valorará ─los está valorando ya─. De la alegría siempre victoriosa de los combatientes no pudo participar su Jefe Delegado, que sólo conoció amenazas y destierros.

Una vez vencida la guerra, el fino instinto religioso de Fal le avisó de que otro enemigo de la fe más sutil y astuto se perfilaba para una lucha que sólo en los procedimientos pacíficos e insidiosos se diferenciaría del que militarmente acababa de ser vencido. La destrucción de la unidad católica de España, la laicidad de su Estado ─la descristianización de nuestra sociedad en definitiva─ serían sus objetivos últimos. La herejía modernista, vestida ahora de democracia cristiana, de maritenismo y “aggiornamento” se dispondría pronto a dar la batalla insidiosa. Don Manuel Fal Conde no disponía entonces de más armas que la oración y la confianza en la misericordia divina. Él fue, consecuentemente, el gran iniciador de una Cruzada de oraciones y de misas que se ha prolongado a través del Círculo “Fal Conde” de Granada hasta nuestros días.

El gran rompeolas de todas aquellas tendencias “progresistas” del catolicismo liberal habría de ser el concilio convocado que se titularía “Vaticano II”. Cuando Fal Conde se dio cuenta del predominio que en el mismo iba obteniendo el ala modernista y presagió los males inmensos que de ello podrían derivarse para la fe y para nuestra patria, convocó un concurso para premiar un libro sobre la unidad católica como fundamento político-social de España. El premio sería dotado por la “Editorial Católica”, que él mismo había fundado años atrás. Me cupo el honor de obtener ese premio con un libro que titulé LA UNIDAD RELIGIOSA Y EL DERROTISMO CATÓLICO, libro que fue editado por dicha Editorial Católica con un clarividente prólogo de don Juan Vallet de Goytisolo.

El libro no pudo tener más que un carácter testimonial. Era ya demasiado tarde: la declaración conciliar sobre libertad (o pluralismo) religioso era ya un hecho. Sus desastrosas consecuencias están a la vista de todos y quizá se necesiten generaciones para remediarlas. Don Manuel Fal Conde, ya viejo y enfermo, perdida la voz por una operación de garganta, aceptó los hechos y no dijo nada más. Pero pudo irse de este mundo con la satisfacción de haber reñido el buen combate y haber estado presente hasta en su última batalla.

Rafael Gambra

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