Mes de María. Día 25: flor del árbol sietecueros para Nuestra Señora del Topo

La corteza del árbol sietecueros lleva a nuestra alma a los pergaminos hechos de cuero de vaca o cabra sobre los que se escribió la doctrina católica que nos trajeron los misioneros

La flor del árbol sietecueros: vídeo

En el día XXV del mes de las flores quiero traerle a la Santísima Virgen del Topo, venerada en la muy noble y leal ciudad de Santiago de Tunja, un ramo grande hecho con la flor de mayo, también conocida como flor de «siete cueros». Es una flor magnifica, de llamativos colores cuaresmales, con tonos magenta, morados y violetas que cubren el pálido verde de las laderas cordilleranas, como los paños que tapan las imágenes de Semana Santa.

Cuenta la tradición que, en una pequeña celda del antiguo monasterio de las Concepcionistas, dos religiosas vieron en horas muy tempranas del 24 de agosto de 1628, un manto blanco que desprendía un brillo excepcional, y en el agua de la lluvia se reflejaba la imagen de la Virgen Inmaculada. El Arzobispo de Bogotá fue a observar el milagro y ordenó que las puertas del convento se abrieran para que una multitud, allí congregada al repique de las campanas, también pudiera observar el milagro.

La devoción a Nuestra Señora del Topo nace en 1610. Este lugar –Topo— deriva su nombre de la palabra chibcha Tupu, que significa alfiler que abrocha la ruana. En Pauna, Buyacá,  había una capilla, de las denominadas «capillas doctrineras», donde se enseñaba el catecismo a los indígenas Muzos. Encomendada al dominico Francisco de Párraga, se veneraba allí una imagen de la Virgen de las Angustias, que representa a Nuestra Señora con el Corazón atravesado por una espada y con su Hijo en brazos recién bajado de la Cruz.

Cuenta la tradición, que un domingo del año 1610, los habitantes del lugar vieron con asombro que su capilla doctrinera parecía estar ardiendo, pero, al llegar al lugar, constataron que no se trataba de un incendio, sino que unos extraordinarios resplandores de refulgente luz, como rayos del sol, brotaban desde el fondo de la imagen de Nuestra Señora.

En 1880, esa imagen, de la que milagrosamente irradiaron fulgores, fue llevada a la Iglesia de Nuestra Señora del Milagro del Topo (en el antiguo monasterio concepcionista), construida en 1599. Se trata de un óleo en lienzo sobre madera, traído desde la Madre Patria y atribuido al pintor Luis de Morales, llamado el Divino, y se la considera la advocación de Nuestra Señora más antigua de Colombia.

En Bogotá, el Cabildo Metropolitano la acogió como Patrona y, años después, cuando Felipe IV consagró sus dominios a la Virgen María, en Nueva Granada decidieron celebrar desde entonces la fiesta del patrocinio, bajo la advocación de Nuestra Señora del Topo, en el mes de noviembre.

Le traemos a Nuestra Señora las flores color violeta de este árbol singular, que en Santiago de Tunja conocen como «el árbol de los siete cueros»; el cual, aunque se adapte muy mal a los viveros, es sembrado con éxito por los pájaros en las laderas de las regiones más altas, ayudando así a sostenerlas; evitando tanto la erosión causada por las lluvias como el peligro de derrumbamiento, consolidando taludes. Del mismo modo, protege los manantiales y las fuentes de agua que surgen en las montañas.

Pero destaca sobre todo la corteza de su tronco, semejante a esos viejos pergaminos con que los misioneros enseñaban catecismo en las capillas doctrineras de aquellas regiones.

Según las Leyes de Indias, las capillas doctrineras estaban construidas en bahareque, tapia pisada, y se soportaban sobre estructuras de madera. Disponían de un atrio delimitado y una fachada rehundida provista de un balcón a nivel del coro para poder celebrar la misa al abrigo, quedando los catecúmenos al aire libre. En definitiva, eran construcciones sencillas y humildes, pero desempeñaban una alta misión evangelizadora.

En esos atrios, los misioneros franciscanos, dominicos y agustinos enseñaban a los muiscas el catecismo, que en viejos incunables de cuero pergamino llevaba a las almas la fe, al abrirles las puertas del bautismo, como lo había mandado Nuestro Señor.

La corteza del árbol de siete cueros lleva a nuestra alma a encontrar los pergaminos hechos de cuero de vaca o cabra sobre los que se escribió durante tantos siglos la doctrina católica que nos trajeron los misioneros. El cielo y la tierra pasarán, pero entre esos pergaminos florecidos en la colina permanece la doctrina que nunca pasará.

Escuchar en aquellas capillas doctrineras el contenido de esos catecismos católicos, sea el de Astete o el de Ripalda, volverá a grabar en el alma las verdades que salvan y que con avidez cautivan a todos.

Siete cueros que nos enseñan que un Dios Creador en seis días hizo su obra y en el séptimo descansó. Seis días son de nosotros, pero el séptimo es de Dios, y quien no lo guarda le roba un día al Señor. Y tenemos que buscar nuestra capilla doctrinera para recibir la sana doctrina y darle culto a Dios, en este mundo que ha vuelto a ser tierra de misión.

Siete cueros que guardan entre sus pergaminos el tesoro de las siete palabras que en la cruz nos dejó un Dios Redentor como supremo testamento, y la obligación jamás prescrita de perdonar setenta veces siete.

Siete cueros que enseñan los siete dones nos otorga el Dios Santificador para que crezca cada día en el alma la gracia de la santidad: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

Siete cueros que preparan a participar de esos siete sacramentos a los cuales, como manantiales que riegan los valles, protege el siete cueros con su sombra y sus raíces. Son los siete sacramentos: bautismo, confirmación, eucaristía, penitencia, extremaunción, matrimonio y orden sacerdotal.

Entre los pergaminos también conocemos las virtudes que debemos practicar: las cuatro virtudes morales de prudencia, justicia, templanza y fortaleza, junto con tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad; que sumadas, siete son.

Sus páginas también nos enseñan a conocer, evitar y combatir los siete pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza.

Son los misioneros quienes llevaron la cultura y la civilización, instruyendo a su paso en las artes liberales, que son fundamentales y también son siete: trívium (gramática, dialéctica y retórica) al que sumamos el quadrívium (aritmética, geometría, astronomía y música). No es extraño que sean los colombianos tan buenos músicos, cuando aquellos misioneros llevaban además de la fe, la cultura y la civilización. Y con siete pergaminos fueron enseñando las siete notas del arte musical.  Los maestros de la Catedral, comenzando por don José Cascante, adoptaron como costumbre estrenar para la fiesta de la patrona una de sus composiciones. Por esta razón el archivo de la catedral es rico en salves, villancicos y jácaras en homenaje a Nuestra Señora del Topo.

La evangelización es el mandato del Señor a sus Apóstoles antes de su ascensión a los cielos: los que la rechacen y la pongan en sordina, ya se pueden ir preparando para ir a alguno de los siete infiernos que Dante describe tan bien en la Divina Comedia.

Los pergaminos de los catecismos contienen las palabras que no pasarán: el cielo y la tierra pasará, pero la palabra del Señor que llevan estos pergaminos no pasará. A estos pergaminos debemos volver quienes, como en aquellos tiempos de las Capillas doctrineras, tan poco sabemos de nuestro catecismo.

Cuando aquellas colinas verdes queden vestidas con el morado de la flor del árbol de los siete cueros, que nos acerquen sus colores al septenario de dolores que atraviesan el Corazón de Nuestra Señora del Topo. Llueve y sale el sol en aquellas colinas boyacenses, y en el cielo un arco iris de siete colores. Buscan las gentes del lugar tesoros escondidos en la tierra por nuestros mayores: quisiera advertirles que dejen sus palas y azadones, pues ese tesoro no está enterrado en la tierra; ese tesoro lo tenemos en el cielo y para poseerlo hemos vendido todo, el arco iris es el símbolo de la victoria de la gracia sobre el pecado y no está lejano el día del triunfo del Corazón Inmaculado.

Le ofrecemos a la Virgen del Topo la oración de su devoto compositor barroco neogranadino Juan de Herrera y Chumacero (1670 – 1738):

A la fuente de bienes

A la fuente de bienes

Al mar de gracias

Que al orbe todo junto

Eleva, admira y pasma

Vengan las almas.

Al Corazón de María

Honor, gloria, timbre guarda

Que dibuja vivamente

Quejas, dolor, llantos, ansias,

Vengan las almas.

A la que es de las piedades

flor, compendio, cifra nata

pues en él hallen los hombres

perdón, luz, remedio, gracia

vengan las almas.

A la que con beneficios

Prende, eleva, trae, arrastra,

Digna de ser de los orbes

Clarín, trompa, lengua, fama,

Las almas vengan,

vengan las almas.

A la que en misericordias

Brilla, luce, reina, campa,

Siendo en remediar miserias,

Una especial vara,

Las almas vengan,

Vengan las almas.

Ave Cor Mariæ. 

Padre José Ramón García GallardoConsiliario de las Juventudes Tradicionalistas

Deje el primer comentario

Dejar una respuesta