Hoy en el día 27 del mes de las flores pongo a los pies de María Santísima 55 rosas singulares que le alcanza desde el desierto el benjamín al primogénito, jardinero y sacristán.
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¡Con permiso sacristán! Bueno sacristán y jardinero, vengo cansado, de lejos y os solicito un favor:
Tú que pones una flor cada día ante las plantas de la más pura y más santa criatura que Dios formó, tomad, hacedlo por mí.
Tú que sabes recortarla, sabes bruñirla, enjaezarla, hazla digna del honor de que sea mi flor la flor que en su altar vista de gala.
Está envuelta en la arpillera de mis alforjas gastadas: esta flor, la flor de piedra, hecha de sol y de arena, de viento, de soledad.
En el medio de la nada ha florecido olvidada y hoy llega a ti, sacristán.
Ten mano y habla muy quedo, ya que respeta el ruido y la arrogancia, pues ella, en la sobria quietud de la distancia se crio sin apuros y sin miedos.
En el amor al silencio, porque en la suavidad del silencio Dios escucha.
Amó la soledad, aunque no es mucha, créeme la soledad de aquel que encuentra a Dios, pues a Dios busca.
¡Sobria flor hecha de piedra que es discreción y hermosura!
¡Qué lejos de ti la holgura de la flor de las praderas!
¡qué lejos la húmeda tierra, la bendición del rocío!
¡qué lejos el suave estío, y la joven primavera!
Eres un trozo de piedra que se ha convertido en flor.
Eres el fruto de amor que nació en agrestes tierras,
eres la virtud que encierra la constancia en tiempo adverso.
Eres hija del esfuerzo del que no tiene y no espera nada del hombre y del mundo.
Eres el dolor fecundo, naces cual nacen las perlas.
Cuando en la agreste soledad callada hiciste un recuento de tus dones,
negada en el destino de las flores pensaste que eras del Creador burlada.
¿Cómo lograr la belleza prometida sin tener nada de aquello que una flor requiere?
¿Cómo puede el Creador pedir que llegues a hacer de la creación adorno y vida?
¡Oh terrible destino inalcanzable para quien como vos, no tenía nada!
Pensar que has de ser flor en esa helada tierra, era la maldición más lamentable.
Mas Dios…mas Dios que es fiel no abandonó a su rosa, y en su llanto pegó cristales finos,
y así en cada dolor se cumplía el sino, y por ser dócil la flor también fue hermosa.
¿qué quieres que te diga jardinero?
Tú sabes que estas cosas me emocionan, que sea dócil la flor, que Dios la cuide…
¿Es que puede existir algo más grande que florecer cuándo y dónde Dios lo mande tan solo por saber que Dios lo pide?
La flor. La flor debe ser flor donde Dios quiera, en el tiempo y lugar que Él lo dispuso.
Soñar con tierra fértil es de ilusos, cuando nos tocó nacer entre la arena.
Pero la gracia, siempre vencerá la prueba, a menos que busquemos ser flor tan sólo a nuestro modo.
Que el deber de florecer es para todo y no nacen orquídeas en las piedras
Mas se puede florecer,
eso, eso es ser santo,
en la condición más dura y más adversa,
En el páramo duro, en tierra muerta, donde el sol calcina y en la noche hiela,
Donde no hay reparo que nos cubra el frío donde no hay rocío ni sombra de hierba.
Se puede florecer, no tengas dudas, pero hay que transformar en cristal el alma herida
Bruñir el dolor, día tras día, transformar en oración la árida y fría realidad que así no morirá infecunda.
Toma la flor jardinero, y si te fijas, notarás con la yema que sus bordes toca, que en la aridez creció una flor barroca con profusión de pliegos y sortijas
¡Cuánto sacrificio hay en su forma!
Le falta sobriedad dirán ufanos, los que al cuidar su jardín, pasan los años quitando flores, pues las flores sobran.
¡Que saben ellos del valor y honra que tiene lograr una flor en el desierto!
Está forjada en dolor y ten por cierto, que cuánto más suele sufrir, mejor se adorna.
Que el barroco español sobreadornaba, dirán algunos, y quizás sea cierto.
Lo mismo que esta rosa del desierto, con sus pétalos de esfuerzo, arena y nada.
Jardinero, llévala, dile a mi Madre que nos enseñe a dar flor en estos tiempos
En la aridez de este suelo árido, yerto, de hielo, vendaval y sol que arde.
Que no decaiga nuestro ideal, ni el arte genuino y santo del amor fecundo.
Que si es un desierto nuestro mundo será la rosa de piedra ejemplo y estandarte.
«Si hacéis callar a estos hombres hablarán las piedras».
Advirtió en Jerusalén el día de Ramos, el Dios que habría de morir en el Calvario, negado incluso por quien Piedra era.
Por eso sacristán, llévala amigo, para que el grito de esta piedra sea testigo del silencio que a los hombres encadena.
Dile también a María y no te olvides,
que esta rosa no quería venir,
pues la esperaba sabiendo que había de ir, mujer hermosa, a vivir al desierto refugiada.
Pídele que la lleve,
es su esperanza regresar con ella cuando un día lejano, o no,
la mujer vestida de sol en las tierras de esta flor, huyendo busque morada.
Juan García Gallardo, Círculo Tradicionalista del Río de la Plata
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