El Obispo Munilla y la participación en las elecciones

la abstención supone el rechazo total a los principios sobre los que se asienta el sistema actual

El Obispo José Ignacio Munilla es probablemente uno de los más mediáticos de toda España en estos momentos. Se ha hecho notar a través de su presencia en redes sociales y distintos programas de radio. Su pronunciamiento en temas acerca de los cuales muchos obispos y sacerdotes dudan o callan, como la condena sin tapujos del aborto o la manera en que aborda la actualidad política le ha convertido en uno de los personajes eclesiásticos más queridos por parte del sector conservador español. Recientemente, en su programa de Radio María, ha querido aportar seis criterios, sin una intención exhaustiva, para facilitar el discernimiento de cara a las próximas elecciones autonómicas y locales.

De esos seis criterios quería fijarme en uno en particular, el cual, conforme lo he escuchado, he visto necesario ofrecer una aclaración, pues, desgraciadamente, se trata de un tópico tan extendido como erróneo entre la población.

Dice el Obispo Munilla: «votar es un acto de responsabilidad social, por ello es preferible el voto en blanco a la abstención». A continuación, tiene la amabilidad, el detalle y la consideración de aclarar que el que no vota no está pecando, pero insiste en que es un acto de responsabilidad social. Más adelante, dice literalmente: «si uno en conciencia cree que no puede votar a ningún partido político, lo correcto es que vote en blanco, no que se abstenga». Ergo, entiendo yo, lo incorrecto es abstenerse. A su vez, hace referencia a la gente que se queja de cómo están las cosas, pero no ha hecho lo poco que está en su mano, que es votar, para cambiarlas. Es decir, para Monseñor Munilla, el que no vota no tiene motivos para criticar al partido político que gane las elecciones, pues no ha hecho lo que estaba en su mano para evitar que saliera vencedor. Hasta aquí la exposición de Munilla.

Seamos directos. Querido Sr. Obispo: no es preferible votar en blanco antes que no votar. Detrás del error que insta a votar en blanco se encuentra la noble intención de recalcar que somos seres políticos y que hemos de involucrarnos en los asuntos de nuestra comunidad política. No obstante, votar en blanco implica, esencialmente, aceptar los principios del orden constituido, pese a las desavenencias que se puedan tener con los representantes actuales. Es decir, votar en blanco implica, entre otras cosas, aceptar la Constitución española como norma suprema reguladora del orden jurídico, político y social, con todo lo que ello supone: aceptar la soberanía popular como principio básico del orden social; el contrato social propio del liberalismo decimonónico que defiende la autoconfiguración de la sociedad sin otro límite más que la voluntad del pueblo; la ideología racionalista de los derechos humanos, con las condenadas libertad de conciencia (no libertad de la conciencia) y libertad de religión (no libertad de la Religión) a la cabeza, etc. Es decir, votar en blanco supone aceptar estos principios básicos que dan sentido y que son la pieza fundamental sobre la que se asienta la Constitución.

Por su parte, la abstención supone el rechazo total a los principios sobre los que se asienta el sistema actual. Es decir, rechazar esos principios contrarios a la recta razón y, por supuesto, a la Religión Católica.

Por otro lado, son precisamente quienes no han aceptado esos principios, manteniéndose al margen de la responsabilidad derivada por los resultados, los únicos que verdaderamente pueden «quejarse», como dice S.I. Quienes votan, aceptan el orden impuesto, según el cual la mayoría es la que decide quién debe gobernar, por lo que deben aceptar el veredicto de la mayoría y, por tanto, al candidato más votado.

En cualquier caso, mucho mejor que yo, lo expresó ya hace mucho tiempo D. Álvaro d´Ors, en «La violencia y el orden», siguiendo la línea del artículo publicado en Verbo (número 245-246) por Julián Gil de Sagredo (páginas 557-580). Dice d´Ors: «desde nuestro punto de vista (…) la participación de las elecciones implica, ante todo, una aceptación de los principios del sistema. (…) El voto se compone de una opinión -la opción personal- y un acto de voluntad, que no tiene por objeto esa misma opinión, sino -y esto es lo más grave- la aceptación del resultado del escrutinio. Quien emite el voto viene a decir: “yo opino que esto es lo mejor, pero acepto y quiero lo que resulte del escrutinio”. Esa es la volonté générale del liberalismo. Es decir: votar es aceptar el sistema impuesto, como, en cualquier competición deportiva, el que toma parte en ella, aunque pugne por vencer, acepta las reglas del juego y acepta el resultado que declare el árbitro. Quien no quiera aceptarlo, no debe participar en el juego (…). La actitud de abstención, perfectamente lícita, tiene un alcance mayor, por cuanto equivale a una repulsa del orden establecido por el poder constituido. En otras palabras: no participar en el sufragio es una oposición, no solo a un acto concreto de la potestad, sino a todo el orden establecido por ella. Con todo, no implica un desacato a la potestad misma y, por ello, es lícita la abstención…».

Antonio de Jaso, Navarra

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