Mes de María. Día 29: espigas de trigo para Nuestra Señora de la Almudena

Vos, Señora, fuisteis esa espiga que nos trajo al Pan de vida que nos alimenta en este mundo y es prenda del gozo eterno que nos espera en el cielo

Espigas de trigo para Nuestra Señora de la Almudena. En la imagen, pintura de Mateo Pissarro. Forma parte del retablo principal de la Iglesia de Cochinoca, en la provincia argentina de Jujuy, que dependía del Virreinato del Perú.

Espigas de trigo: vídeo

En este día XXIX del mes de las flores, quiero poner a los pies de nuestra augusta Reina, recubiertos cubiertos por tantos y tan variados ejemplares de esos prodigios de belleza en que se regocija su Creador, unas humildes de espigas de trigo a las que sin duda no haréis ascos. Señora, pues igual que el padre eterno, se complació en vuestra humildad, Vos os complacéis también en las ofrendas de vuestros siervos, pobres siervines, como ellos dicen, pero que son la expresión de un amor filial, sincero y confiado en el poder de vuestra divina y maternal intercesión. Pero antes, si me permitís, Señora, voy a subir la cuesta de la vega para venerar el lugar donde los cristianos madrileños, en el año 712, emparedaron vuestra sagrada imagen para evitar que cayera en manos de los infieles, que por aquel tiempo estaban asolando España y que habían venido por desgracia a quedarse. Sin embargo, la desventura no pudo apagar la esperanza de aquellos católicos que, para no abandonar en la oscuridad de la muralla a su reina, le dejaron dos cirios encendidos, signo de la luz de la fe que iluminaba su entendimiento y del fuego de la caridad que ardía en sus corazones.

En efecto, 373 años después, o sea en el año del Señor de 1.085, una vez reconquistado para Cristo, es el lugar en que hoy se erige la capital de España, a la vista de los fieles se derogó un trozo de la antigua muralla, dejando al descubierto esa venerada imagen de la Santísima Virgen que seguía intacta, conservando incluso aquellas dos velas encendidas que la habían dejado sus devotos en aquel ya lejano año 712. Verificado, el prodigio, los fieles llenos de júbilo restituyeron la imagen a su primitiva morada, venerándola allí con el título de Nuestra Señora de la Almudena, porque había aparecido en el lugar que los moros llamaban almudín o depósito en de trigo. Dios, por eso madre, he llegado a vuestro templo hoy Catedral de la Almudena, quiero ofreceros estas espigas de trigo.

Trigo humilde y poco apreciado a ojos de los hombres, pero que sostiene su vida tanto corporal como espiritual. Esas espigas darán el panel que sacie al hombre y le haga gozarse del sudor de su frente. Igual que Vos, Señora, fuisteis esa espiga que nos trajo al Pan de vida que nos alimenta en este mundo y es prenda del gozo eterno que nos espera en el cielo. El pan de los ángeles se hizo pan de los hombres, lo mismo que el Verbo se hizo carne: Aquel a quien no puede contener el universo, no tuvo bastante con encerrarse en el útero de su Madre durante 9 meses, sino que quiso ocultarse bajo la apariencia de pan y quedarse hasta su venida gloriosa en la oscuridad del Sagrario, como esa imagen de su madre oculta en el almudín.

Y de la misma manera que sus devotos dejaron a la Virgen aquellos dos cirios encendidos, nosotros ponemos ante el Señor Sacramentado nuestras velas ardiendo. Pero, ¿nos queda algo de la fe, la esperanza y la caridad, desde aquellos católicos madrileños del siglo octavo? Bien pareciera que no. Las más graves veces lo recibimos sin fervor en irreverencia, como si fuera un vulgar al trozo de pan, y ojalá lo tratáramos como pan de hombres y no lo echáramos a los perros en comuniones sacrílegas para seguir engañando a nuestra conciencia.

Trigo austero, Madre, como el que tiñe de amarillo en el estío esos llanos de Castilla y Aragón. Trigo humilde, pero fecundo; no en la apariencia exuberante de otras flores y frutos, sino fecundo en el morir. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo, pero si muere, da mucho fruto. No hay redención sin efusión de sangre. No hay resurrección sin muerte, no hay santidad sin morir a sí mismo. El que quiera salvar su vida la perderá, pero que el que pierda su vida por mí la encontrará.

Desengañémonos. Alcanzaremos jamás la gloria eterna si seguimos encadenados a nuestros caprichos y siendo veletas a merced de los vientos del mundo. El Reino de Dios sufre violencia y los violentos lo arrebatan. Si no matamos cada día esa soberbia que anida en nosotros será ella la que al final acabe por darnos muerte. Soberbia tantas veces disfrazadas de razones piadosas y vanos amores para ocultar vergonzosas e inconfesables pasiones. Señora mía, aceptaros ruego este manojito de espigas que a estos pies coloco y alcanzadme, Señora, de vuestro divino Hijo, el ser trigo puro y fecundo, que Él pueda usar para encarnarse de nuevo en nuestro mundo. Que vuestros hijos estemos unidos en la fe y en la caridad, como de muchos granos de trigo, sale un mismo pan y uno es el cuerpo místico de Cristo, del cual somos miembros. Que reine esta unidad en su Santa Iglesia en las almas de los cristianos y en la mía. Que quede para siempre, arrancada la cizaña de la iniquidad en este mundo y que bañados en el sudor de nuestra frente ganemos para la eternidad, ese pan vivo que en Vos bajó del cielo.

Ave Cor Mariæ. 

Padre Javier Utrilla

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