Nuestra Señora de Zapopan: un regalo de la Hispanidad

Fray Antonio de Segovia lleva con él la imagen de Nuestra Señora. Lo acompaña fray Miguel de Bolonia. A la derecha, escena de la Guerra del Mixtón

Hace pocos días ha comenzado la peregrinación de la imagen de la Señora de la Expectación de Zapopan, por barrios, parroquias, hospitales, mercados, fábricas, escuelas y cárceles de la zona metropolitana de Guadalajara. Con este motivo, traemos aquí un breve retazo de la historia del papel desempeñado por la Virgen María en la evangelización de Hispanoamérica. Recordamos que esta advocación de la Expectación o de Nuestra Señora de la O estuvo muy difundida en la Península Ibérica, especialmente desde el X Concilio de Toledo celebrado hacia el año 656.

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La advocación mariana de Nuestra Señora de Zapopan tiene un culto muy importante en el estado de Jalisco, llegando a extenderse a otros estados y ser conocida en todo México por ser «milagrera y gran taumaturga», siendo una prueba la tradicional peregrinación o romería que se lleva a cabo desde la ciudad de Guadalajara, Jalisco a la municipalidad inmediata que es la ciudad de Zapopan. No hay verdadero católico jalisciense, que no la conozca o que no la llame su Reina y confidente. Nuestra Señora de Zapopan es la misma Madre de Dios a la que acuden esta porción de tapatíos y mexicanos a llorarle en sus penas y aflicciones, a pedirle consejo en las cruces que la vida les presenta; y también, a agradecerle su intercesión por tantos milagros y favores recibidos.

Es así como podemos constatar ese amor a la Santísima Virgen de Zapopan, Generala de Jalisco, cuando vemos en los medios de comunicación que, a la tradicional romería asisten entre dos millones y medio o tres millones de personas en su recorrido anual entre la catedral de Guadalajara y la basílica de Zapopan, el día 12 de octubre; coincidiendo con el ya casi no mencionado «Día de la Raza». Es verdad, que ya no es lo mismo de hace algunas décadas, pues ya no se oye con fuerza el rezo del santo rosario o las alabanzas tradicionales a Nuestra Señora, pero a pesar de eso, el cariño de los pobladores de todos los estratos sociales, oficios y profesiones, se vuelca en cariño hacia su amorosa Madre; al grado que muchas personas derraman lágrimas al paso de la pequeñita e insignificante imagen, (dicho con todo respeto), pero poderosa intercesora. Las ciudades de Guadalajara y Zapopan se ven paralizadas en gran parte de sus principales avenidas al paso de este gran contingente, que va acompañado de grupos de apostolados abanderados, charros a caballo y los tradicionales danzantes que, desde la época del virreinato, a manera de agradecimiento o penitencia, bailan horas y horas en el atrio del templo de su Señora.

Sin embargo, ¿a quién debemos este maravilloso culto?, ¿cómo se inició?,¿cuál es la historia que hay detrás de esta bendita imagen, tan importante para nuestros pueblos y para la historia de la fundación de estas grandes ciudades? Nuestra Señora de Zapopan fue la pacificadora de estas nativas poblaciones y fue la Madre del origen y fusión de estos lugares. ¿Entonces, a quién debemos esta herencia espiritual que ha marcado nuestras vidas?

Como es sabido, después de la conquista de México por Hernán Cortés en 1521, la provincia entonces conocida como la Nueva Galicia, que abarcaba los actuales estados de Jalisco, Aguascalientes, Colima, Nayarit y Zacatecas, se fue quedando rezagada en el dominio de los virreyes españoles y de la evangelización, por habitar ahí unas tribus indígenas aguerridas que los españoles conocían como «chichimecas». Especialmente estas tribus se fortalecieron en su rebelión, en los estados de Jalisco y Zacatecas donde se movían los «caxcanes». Estos pueblos nómadas, logran agruparse y ser un gran peligro para la corona. Sólo hacia 1541, veinte años después de la conquista no se lograba su evangelización. Justo, en ese año es el punto más álgido. Esas tribus se habían logrado aliar en contra del dominio español y peligraba la conquista de todo México. Cronistas como fray Antonio Tello mencionan que hubo una especie de aquelarre como suceso previo al descontento de esos pueblos, en el que la voz del demonio, a través de los brujos indígenas engañó con sus palabras a la mayoría de los pobladores diciéndoles que si se liberaban del yugo de los españoles tendrían el maíz, su principal alimento, sin necesidad de sembrarlo. Pero algunos otros historiadores, opinan que era el pretexto del enemigo para volverse a apoderar con sus garras, de todos aquellos pueblos que comenzaban a conocer la verdadera fe. Después de muchas rencillas, miles de indígenas se pertrechan en el llamado «Cerro del Mixtón», en el actual estado de Zacatecas, en los límites geográficos con el estado de Jalisco.

La historia de la Guerra del Mixtón narra que el virrey de la Nueva España, ahora México, al conocer semejante amenaza sobre toda la Nueva España, recorre a caballo, junto con su ejército, una gran distancia de varios días, desde la ciudad de México hacia el campo de batalla en el «Cerro del Mixtón» donde dirige la guerra exponiendo su vida. Don Pedro de Alvarado, gran abanderado de Hernán Cortés, llamado por los indígenas Tonatzin, por ser de cabellera dorada como el sol, ya había luchado anteriormente, contra los chichimecas y cazcanes, y precisamente murió en un accidente al hacer una retirada ante la belicosidad de la confederación de los indígenas rebeldes. Con este antecedente, en 1541 llega el mismísimo virrey, don Antonio de Mendoza, junto con 50,000 indígenas aliados, cientos de españoles y la artillería de la corona. Algunos cronistas dicen que estaban emboscados en el peñón y sus alrededores, entre 70,000 y 100,000 indígenas insubordinados. Al enfrentarse en varias batallas, don Antonio de Mendoza queda herido y ya casi sin la posibilidad de triunfo. No obstante, entre las crónicas, se cuenta que después de varios días de no lograr nada, vieron en la parte elevada del peñol a un caballero en un caballo blanco, con una bandera en la mano y una cruz roja y pensaron que el apóstol Santiago indicaba a los combatientes cuál era la entrada al peñón. Es entonces cuando dos franciscanos que ya habían estado predicando la verdadera fe a los indígenas de esos pueblos, desde diez años atrás, le piden al virrey que les permita subir al Mixtón y negociar con los indios una posible paz. Como es de suponer para el virrey y demás españoles, era imposible triunfar ante la numerosidad de los indígenas, sus estratégicas barricadas en lo escarpado del peñón, y la puntería de sus arcos y flechas. Sin embargo, con gran humildad y amor por la salvación de los indios subieron el fraile don Antonio de Segovia, natural de la ciudad homónima española y el fraile Miguel de Bolonia, también evangelizador de esos pueblos.

Como aspecto muy peculiar, fray Antonio de Segovia, era un religioso ejemplar, que siempre llevaba pendiente de su pecho una imagen de la Virgen de la Concepción de María, tan humilde y sencilla, que la traía en una cajita, colgada a su cuello. La imagen era de manufactura indígena, de simple hechura y elaborada en caña de maíz. Dice de él, fray Román Moya en su obra Identidad, relación y memoria, la Virgen de Zapopan y los frailes franciscanos, que fray Antonio fue un fraile español «…con pureza de costumbres, honestidad y observancia. En todos los lugares donde moró observaba la penitencia y solía pedir de puerta en puerta, por amor de Dios, su sustento. Cuando viajaba, siempre a pie y descalzo, nunca llevaba consigo bastimento. Rezaba con gran devoción el Oficio Divino y practicaba la oración y la contemplación continuamente…»

Volviendo al punto, cuando fray Antonio de Segovia junto con su acompañante, suben por segunda vez, al cerro a negociar la paz entre indígenas sublevados, y españoles e indígenas aliados, ocurre un hecho sobrenatural en la imagen de Nuestra Señora de Zapopan, llamada así más tarde, pues se le desprenden unos rayos de luz, que hacen que los indígenas caigan al suelo y la reverencien. Poco después bajan los frailes y se dirigen a don Antonio de Mendoza asegurándole la sumisión de esos aguerridos pueblos indígenas: la pacificadora había hecho su maravillosa labor.

Una vez finalizada la Guerra del Mixtón, en diciembre de 1541, se determinó la paz en toda la región y los conquistadores se dedicaron a distribuir a los indígenas en los diferentes pueblos, pues habían quedado diezmados por la guerra. Así de unos pueblos, se refundaron otros más antiguos, como Tonalá, Tlajomulco, Atemajac, Chapala y Tlaquepaque. Al pueblo de Zapopan, que perteneció al cacicazgo de Atemajac, fray Antonio de Segovia, donó la bendita imagen.

A partir de los siglos XVII, XVIII y XIX, la Santísima Virgen de la Expectación de Zapopan, fue recibiendo diferentes títulos dado su culto extensísimo y sus grandes milagros. Aparte de nombrarla «La Pacificadora», en 1660, el obispo Colmenero la llama «Taumaturga» por la gran cantidad de prodigios hechos por su intercesión. Fue llamada en 1734, «Patrona contra Rayos, Tempestades y Epidemias». En 1821 se le proclama como «Generala de las Armas del Ejército de la Nueva Galicia», justo al consumarse la independencia por el ejército Trigarante del católico don Agustín de Iturbide, depuesto al poco tiempo y después ejecutado; sin embargo, la Virgen quedó desde entonces con el título de Generala. En 1823 se le nombra como «Generala y Protectora del Estado Libre y Soberano de Jalisco». La coronación pontificia de Nuestra Señora de Zapopan se realizó el 18 de enero de 1921, antes no fue posible realizarse porque estaba transcurriendo la Revolución en México. En ese mismo año, el arzobispo cristero don Francisco Orozco y Jiménez le da el título de «Reina de Jalisco». En 1922 fue nombrada «Patrona de la Provincia Franciscana de San Francisco y Santiago de México». En 1942, al celebrarse los 400 años de la fundación de Guadalajara, se le entregan las llaves de la ciudad y se le intitula «Madre de la Ciudad de Guadalajara». Durante el 2009, milagrosamente la Virgen salva de la sequía a uno de los recursos acuíferos más importantes para el abastecimiento de agua de las ciudades de Guadalajara, Zapopan y otros municipios, siendo nombrada «Reina del Lago de Chapala». Últimamente se le ha conocido también como «Estrella de la Evangelización».

Es así como la piedad y devoción mariana de los católicos jaliscienses, aún se conserva en parte, gracias a la Virgen de Zapopan. En primera instancia esta gracia tan grande de tenerla como Madre y consuelo nuestro, se lo debemos a ese gran misionero, que llegó en la segunda bancada de franciscanos enviados por la corona española al recién conquistado territorio azteca; fraile humilde en su condición, tan humilde como la imagencita sencilla y simple de 34 centímetros, hecha en Pátzcuaro, Michoacán, en el siglo XVI por manos indígenas, durante la época virreinal.

¡Nuestra Señora de la Expectación de Zapopan, gran legado de la Hispanidad ruega por la restauración del Reinado de Cristo en Jalisco y en todo México e Hispanoamérica!

Teresita del Niño Jesús Trujillo de MagañaCírculo de Lectura «Tradición»

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