Los prejuicios filosóficos en materia cosmológica (II)

todos estos modelos explicativos de los fenómenos observados están condicionados por un principio apriorístico

Georges Lemaitre (1894 - 1966). Profesor de la Facultad de Ciencias de la Universidad Católica de Lovaina desde 1925. Miembro de la Pontificia Academia de las Ciencias desde 1936, y Presidente de la misma desde 1960 hasta su muerte

Era lógico que Lemaître también asociara, en ese artículo suyo, la idea de la expansión del Universo con la de la concentración de la materia en un remoto punto anterior en el tiempo, proponiendo en trabajos inmediatos subsiguientes una cosmogonía basada en la hipótesis de un explosivo «átomo primitivo» (así lo llamaba en su escrito «La expansión del espacio» publicado en el nº de Nov.-Dic. de 1931 de la Revista de Cuestiones Científicas), que venía a sustituir la idea extendida hasta entonces de la «nebulosa primitiva» también conjeturada por Kant en su antes mencionado ensayo (y apoyada por Laplace). Esta opinión rivalizó en las décadas siguientes con el clásico «modelo estacionario» (infinito y eterno) promovido desde sus orígenes por la «ciencia moderna» (su principal abanderado por entonces, Fred Hoyle, fue quien acuñó contra el modelo opuesto el calificativo despectivo de Big Bang que acabó asumiendo éste), ganando finalmente aquélla la disputa en la comunidad científica tras detectarse a mediados de los sesenta una radiación cósmica de microondas cuya existencia se consideraba que congeniaba mejor con dicha tesis.

El Papa Pío XII, en su Discurso de 22 de Noviembre de 1951 (al que ya nos referimos en nuestro artículo «La Calenda de Navidad en el Martirologio Romano»), hace un resumen de esta teoría expansiva centrando su atención en las implicaciones que ella podría tener como escala de medición de la supuesta edad del Universo: «El examen de numerosas nebulosas espirales, llevado a cabo especialmente por Edwin P. Hubble en el Observatorio del Monte Wilson, llevó al significativo resultado –aunque haya que tomarlo con las debidas reservas– de que estos lejanos sistemas de galaxias tienden a separarse, los unos de los otros, con tal velocidad que la distancia entre dos de esas nebulosas espirales se duplica en el transcurso de unos 1.300 millones de años. Si se mira retrospectivamente el tiempo de este proceso del “Universo en Expansión”, resulta que, hace de mil a diez mil millones de años, la materia de todas las nebulosas espirales se encontraba comprimida en un espacio relativamente restringido, cuando los procesos cósmicos tuvieron comienzo». Ahora bien, todos estos modelos explicativos de los fenómenos observados están condicionados por un principio apriorístico que fuerza a los cosmólogos a optar por una sola línea interpretativa desechando cualquier otra alternativa: se trata del llamado «Principio Copernicano o Cosmológico», que postula que todas las partes del Universo, con independencia de adónde uno mire, han de presentar un mismo aspecto indiferenciado las unas de las otras. Si los datos observados parecieran manifestar una posición especial para la Tierra, en virtud de este principio habría que reinterpretarlos como meras apariencias que necesitarían de nuevas hipótesis para su elucidación, acompañadas del correspondiente aparato matemático que nunca ha de faltar para «fundamentar» dichas hipótesis.

Hubble, como decíamos, representa un claro ejemplo de esta toma de posición (que se puede reconocer en la mayoría de los cosmólogos modernos), tal como aparece reflejada en varios pasajes de un opúsculo suyo de 1937, La aproximación observacional a la cosmología, dedicado a sintetizar todas sus investigaciones anteriores. En primer lugar, al tratar de la hipótesis de la causa del corrimiento al rojo de las galaxias en razón de sus distintas distancias a la Tierra en un Universo inmóvil, él sólo aceptaría de antemano la posibilidad de una distribución uniforme, y no progresivamente incrementada, de las galaxias, aunque esta última circunstancia era la que patentemente aparecía ante los ojos en los datos obtenidos. ¿Qué es lo que, en última instancia, le motiva a obrar así? Copiemos sus propias palabras: «La asunción de la uniformidad tiene mucho que decir a su favor. Si la distribución [de las galaxias] no fuese uniforme, […] se incrementaría con la distancia […]. Pero no esperaríamos encontrar una distribución en que la densidad [= número de galaxias] se incremente con la distancia, simétricamente en todas direcciones. Tal condición implicaría que ocupamos una posición única en el Universo, análoga, en un sentido, a la antigua concepción de una Tierra central. La hipótesis no puede ser refutada, pero no es bienvenida, y sería aceptada únicamente como último recurso para salvar los fenómenos. Por tanto, hacemos caso omiso de esta posibilidad». Después de rechazar también el supuesto de una disminución de la cantidad de galaxias con la distancia, concluye: «La verdadera distribución debe, o bien ser uniforme, o incrementarse hacia afuera dejando al observador en una posición única. Pero la no bienvenida suposición de una localización favorecida debe ser evitada a toda costa. Por tanto, aceptamos la distribución uniforme». Hubble entra a analizar seguidamente la otra hipótesis explicativa del corrimiento al rojo de la luz de las galaxias como consecuencia de una expansión del Universo, suposición preferida por él como dijimos. Pero también le genera problemas, ya que el encontrar solamente galaxias con desplazamientos al rojo, es algo que parece apartarse de esa uniformidad querida por él. Como afirmaba Stephen Hawking en su popular libro Breve historia del tiempo (1988, trad. Miguel Ortuño): «[En la época de Hubble], la mayor parte de la gente pensaba que las galaxias se moverían de forma bastante aleatoria, por lo que se esperaba encontrar tantos espectros con corrimiento hacia el azul como hacia el rojo. Fue una sorpresa absoluta, por lo tanto, encontrar que la mayoría de las galaxias presentaban un corrimiento hacia el rojo: ¡casi todas se estaban alejando de nosotros!».

(Continuará)

Félix M.ª Martín Antoniano   

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