
Cuando se habla de Pinocho casi todo el mundo piensa en el filme, ya añoso, de la Disney; muy poca gente ha leído la novela original, de Carlo Collodi; y poquísima gente se ha deleitado con los Cuentos para jugar de Gianni Rodari, uno de los cuales tiene por protagonista, precisamente, a Pinocho. Pero un Pinocho, el de Rodari, nada insatisfecho con su condición de marioneta de madera y con su particular «maldición», digna de una tragedia de Sófocles, consistente en que su leñosa nariz crezca desproporcionadamente cada vez que dice una mentira; no, el Pinocho de Rodari ha sabido hacer de la necesidad virtud y ha montado un floreciente negocio de ebanistería y carpintería que posee la enorme ventaja (que hoy, seguramente, sería objeto de multas cuantiosas por competencia desleal), de contar con una fuente ilimitada y gratuita de materia prima: el Sr. Pinocho no tiene más que soltar una trola, esperar a que su peculiar nariz haga su magia y cortarla después a la longitud deseada. Es de madera, no le produce dolor alguno. Los Cuentos para jugar de Rodari tienen la particularidad (el juego, justamente) de proponernos, para cada historia, tres finales alternativos que llegan en el punto álgido de la narración; al final del volumen el autor explica, sucintamente, cuál es su favorito, pero el lector es enteramente libre de quedarse con el que desee. La catarsis del Pinocho de Rodari se produce con la llegada de un extraño visitante que le anuncia que, el día en que pronuncie una sola verdad, todo su magnífico imperio maderero se convertirá, literalmente, en serrín.
Yo creo que al PP le pasa exactamente lo mismo. En algún punto oscuro de su historia, un siniestro politólogo, quizá redondo o tal vez de alguna otra forma poligonal, les debió de conjurar a no abandonar nunca su beneficiosa política de no decir nunca la verdad. Pero un día, una de las muchas veces que lleguen al poder, un día aciago, digo, se les ocurrirá llevar efectivamente a término alguna de las promesas electorales medianamente «católicas» gracias a las cuales ganan las elecciones y, entonces, todo su imperio clientelar se convertirá en serrín. O en votantes de VOX. Y cada cual es libre de extraer las conclusiones que desee.
Por eso Aznar nunca llevó a cabo la prometida reforma de la Justicia (que no era tanto una promesa electoral «católica» como de pura y simple decencia y moral), dejando la puerta abierta de par en par a Sánchez, sus amigotes y su tabernario «la Fiscalía de quién depende, ¿eh?».
Por eso Rajoy nunca llevó a cabo la derogación de la horripilante ley del aborto de Aído y Pajín —¿a que ya se habían olvidado de ellas?— y por eso, discretamente, el PP se apresuró a presionar al TC para que olvidaran en algún cajón su recurso de inconstitucionalidad contra la ley del gaymonio.
Por eso resulta evidente que Feijoo no va a derogar la ley Trash, ni modificará sustancialmente la ley del sólo sí es sí, limitándose en uno y otro caso a encauzarlas dentro de los límites de la racionalidad estrictamente legal. Feijoo, el conservador, ya ha defendido pública y notoriamente el derecho al aborto.
Porque el PP también se parece al Pinocho original. También posee una conciencia «extrínseca»; una vocecilla insidiosa y algo insoportable que le dice lo que está bien y lo que está mal pero que, a diferencia de las conciencias de los seres humanos de carne y hueso, no es la personificación de la ley natural impresa en el fondo de nuestras almas, sino un grillo semoviente (como todos los grillos, por otro lado) y parlante. Los grillos de verdad, no los de la Disney, son negros; como la conciencia extrínseca del PP, que suele (aunque cada vez menos) vestir de negro y suele (aunque cada vez menos) alzar su cada vez menos melodiosa voz para denunciar los desmanes ideológicos de la Agenda 2030 del PP. Sí, del PP. También del PP.
La conciencia extrínseca del PP, que la necesitará, digo yo, porque como Pinocho, no le viene de serie, a veces lleva sotana y casi siempre alzacuellos. Y aunque no produce armónicos chirridos (es bien sabido que el grillo e’ buon cantore, como diría Josquin Desprez) aún hoy, de tarde en tarde, sigue dando la nota discordante en el homogéneo panorama ideológico de las fuerzas «vivas» del Establo español.
Así, el Maestro Grillo Argüello se pronunciará vehementemente en contra de la ideología de género. No por contraria a la ley natural, ¡cielos, no!, sino por contraria al último subterfugio moral políticamente correcto que haya parido la oficina de prensa del Vaticano. Pero, al menos, se pronunciará vehementemente en contra.
Lo que mucha gente no sabe, porque tiene la cabeza formateada por la versión políticamente correcta de la religión católica de la novela de Collodi, es que Pepito Grillo no se llama Pepito, ni José, ni nada, porque es un Grillo; y no acompaña a la insufrible marioneta a lo largo de todas sus desventuras hasta alcanzar el tan esperado final feliz, sino que desaparece de la narración bastante al comienzo, víctima de un intempestivo zapatazo. La nota cómica del suceso es que el Grillo aparece unas pocas páginas después convertido en un fantasma. El espectral ortóptero no tiene más éxito que su versión corpórea en atraer a Pinocho a las sendas de la virtud. Y no es, tampoco, el bicho más raro de los que pueblan la novela de Collodi.
Yo creo, también, que al PP le pasa lo mismo: durante años han aguantado las regañinas y tirones de orejas del episcopado español con la fundada esperanza de que una foto en el momento adecuado del candidato a la alcaldía de Villaburros en la procesión de Santa Cunegunda, o del ministro de Zarandajas Europeas dándole la mano al cardenal arzobispo de Valderrábanos de la Vega, les haría ganar un buen puñado de votos de señoras bien del barrio de Salamanca, o de Pedralbes, o de Ruzafa o quizás, incluso, de Neguri; y que les haría quedar muy bien ante las familias del régimen (hoy, «del Opus»). Pero hoy la mayoría de las puntuales cumplidoras votan a la derecha, cansadas de socialdemocracia desteñida de azul de Prusia; y las familias del Opus, al menos las que yo conozco, son perfectamente capaces de votar al PSOE sin grandes cuitas de conciencia. Así que no sería sorprendente que en éstas o en unas inminentes elecciones el PP también pusiese punto y final a su colaboración con sus solícitas conciencias externas y las liquidase de un zapatazo ideológico. Todos saldríamos ganando, creo yo, si por fin se disiparan los equívocos que hacen tan difícilmente discernible a la Conferencia Popular del Partido Episcopal.
Pero el PP, producto de su tiempo y, por tanto, de las miasmas ideológicas de ultramar, también se parece al Pinocho fílmico. El Pinocho fílmico atribuye una importancia y una preponderancia particulares al Hada Azul, al punto que mucha gente juzga que hay un claro homenaje al culto mariano y que el hada-estrella fugaz posee todos los elementos iconográficos de una Madonna. Lamento disentir pero, para empezar, Collodi era masón y, para continuar, se trata de un filme de la Disney. De la Disney. Que ha hecho grandes películas, pero nunca ha cometido el desatino de hacer nada que pueda, ni remotamente, pasar por católico. No, la confusión es puramente estética aunque, de nuevo, pueda llevar a engaño a mucha gente de buena voluntad y a hacerles creer que una señora-cohete que baja de una constelación intergaláctica para convertir a una marioneta de madera en niño de verdad, con la ayuda de una varita mágica pueda ser una representación legítima de la Santísima Virgen María. «¡Pero si exige de Pinocho que sea un niño bueno!». Sí. Como los manuales de Educación para la Ciudadanía. La bondad, como la educación, se dice de muchas maneras
Al PP, sospecho, le sucede tres cuartos de lo mismo: también nos ha hecho creer que tiene, si no a la Madonna, al menos sí una Madonna de su parte. Es el Hada Azul de la Puerta del Sol, de la que media España piensa que es una católica furibunda y por eso no la votarían jamás y la otra media la toma por una neofranquista sin tapujos y por eso la han votado.
El Hada Azul de la novela tenía un caracol mayordomo que, en un momento dado, tenía al pobre Pinocho tres días y tres noches esperando, tras llamar al timbre, porque tenía que bajar a abrir la puerta desde el tercer piso. El Hada Azul del PP en lugar de emplear un mayordomo ejerce ella misma, curiosamente, no de gentil abridora de puertas, sino de ariete electoral para el gasterópodo intelectual que tiene por líder.
El 23 de julio, tras esperar tres legislaturas en Galicia y unos cuantos meses más en el butacón de líder de la oposición, a Feijoo se le abrirán por fin las puertas de la Moncloa y podrá empezar por fin a cortarse la nariz.
G. García-Vao
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