Un milagro para los sencillos

Comprender este misterio un poco más deja patente que Dios se encarna en cada uno de nuestros corazones

Visitación de Nuestra Señora a Santa Isabel, atribuido a Juan de Tejerina

Cuando leemos el pasaje de cómo la Virgen visita a su prima, Santa Isabel, puede parecer que el llenarse de Espíritu Santo (Luc., I, 41) es efecto de que se alborota la criatura. Que por por esa agitación física la santa dice lo que dice.

Es decir, que la moción que le hace hablar es de orden natural, y que es humana una profecía que en realidad tiene fuente divina.

Para descubrir la moción de gracia en el pasaje, es preciso revisar lo obvio. Santa Isabel no sabía que la Virgen estaba embarazada, y Nuestra Señora no mostraba signos visibles de encontrarse en estado de buena esperanza. Nuestra Señora estaba embarazada de unas dos semanas. Y, naturalmente, no había signo corporal que mostrase que su retoño es el Rey de la Gloria.

El milagro que obra el Espíritu Santo es poner ese conocimiento en el corazón de Santa Isabel y en el de su retoño por nacer, San Juan el Bautista. Dios reveló que Quien se gestaba en el seno de María, y que sólo contaba dos semanas, es el Rey de Reyes, Señor de Señores. «¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?», (Luc. I, 43). Santa Isabel le reconoce como Dios, Rey y Juez de la Creación.

Éste es el conocimiento que le hace gozarse, y que el Espíritu Santo también infunde en el fruto del vientre de la santa. Por eso, a punto de ser dado a luz, un San Juan Bautista de ocho meses de gestación ya reconoce a Cristo en Majestad con su agitación, aunque no lo vea. Aunque su Rey apenas acabe de ser concebido. Porque, aunque recién concebido, es el Nombre sobre todo nombre (Fil., II, 9) y Luz para guiar las gentes (Luc. II, 32).

«Bendito seáis, Señor, porque habéis ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las habéis revelado a los humildes» (Mat., XI, 25; Salm., CXXXVIII, 6).

Comprender este misterio un poco más deja patente que Dios se encarna en cada uno de nuestros corazones. Nos enseña la distinción clara entre la ciencia humana y la ciencia divina (II Cor., X, 4-5).

Y que es Él, personal y actualmente, quien nos revela y nos da a conocer de su mano los artículos de su Credo. Esto ni quita, ni sustituye, ni abaja el Magisterio, como si Dios no nos la hubiese legado. Al contrario, abre el entendimiento de la Enseñanza y la Escritura. Esta sabiduría enseña que cada uno debe rendirse ante el Señor y servirle humildemente. Es la disposición imprescindible para conocer y servir a Cristo, que hay que rogar devotamente.

Porque muchos leyeron la Escritura y murieron, y el Señor los enredó en su sabiduría falaz y sus entendimientos soberbios. Bien dice el Apóstol que sobre la Escritura se extiende un velo, y no se puede conocer debidamente sino por Cristo, que es quien lo retira (II Cor., III, 14-17). Por eso, en su soberbia, enredos y sofisterías tiene el Señor encadenados a los judíos, los herejes y los cismáticos, y a todo infiel que se acerca a ellos contra su Magisterio santo.

Roberto Moreno, Círculo Cultural Antonio Molle Lazo

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