Un futuro para la Comunión Tradicionalista y un espacio para la acción política carlista (I)

procede delimitar los márgenes de una acción política verdaderamente carlista

Ni las causas más nobles, ni los ideales más generosos, ni las mejores voluntades son capaces de influir, de transformar la realidad, de alterar su entorno sin un programa de acción que materialice sus aspiraciones y una unidad operativa que concite adhesiones y coordine iniciativas. En este sentido, la política no es tanto el arte de hacer lo posible como el arte de hacer posible lo necesario. El movimiento se contagia y la organización siempre atrae voluntades e inteligencias. Lo que aquí se propone es una reflexión que suscite en el lector la adhesión a un proyecto: preparar un futuro para la Comunión Tradicionalista que materialice la acción política carlista. Esta propuesta, que es solamente eso, una propuesta, viene espoleada por la impresión de que el Carlismo evoca en el imaginario colectivo grandes ideales y teorizaciones o heroicos esfuerzos guerreros, pero menos evoca, en cambio, calculadas tácticas de influencia política y social. Esto debe corregirse: el genio brillante de Mella o Aparisi y la audacia y valentía de Zumalacárregui o Savalls no son más admirables que el talento político y organizativo de un Cándido Nocedal, un Marqués de Cerralbo o un Manuel Fal Conde. Si lo que sigue tiene alguna virtud, no es otra que la de hacer volar la imaginación, recrear un posible futuro que, quizás, pueda tornarse en realidad, aunque de momento sólo sea un «castillo en el aire».

En primer lugar, para saber a dónde vamos debemos tomar conciencia de dónde venimos, pues de otro modo no se puede poner en marcha una acción coherente y con virtud suficiente para prolongarse en el tiempo. Se ha repetido hasta la saciedad qué es el Carlismo (en la mente de todos está la famosa obra de Elías de Tejada), pero con menos frecuencia, en cambio, se ha precisado qué es la Comunión Tradicionalista. Se ha dicho con razón que la Comunión Tradicionalista no es un partido político (al menos no al uso moderno), lo cual es cierto, pero menos esfuerzos se han dedicado a tomar conciencia de lo que es exactamente. Y aquí debemos dar una primera respuesta que no por pretenciosa para ajenos deja de ser cierta en su sentido más profundo: la Comunión Tradicionalista, a través de la preservación de la legitimidad dinástica, fundamento jurídico de un deber de lealtad que cristaliza en espacios de sociabilidad propios, es la continuación de la Monarquía española reducida a su mínima expresión. Esta afirmación no es gratuita, pues son sólo dos los elementos esenciales del principio monárquico: Rey legítimo de origen y ejercicio y pueblo obligado por dicha legitimidad.

La Comunión Tradicionalista es la empresa colectiva en que cristaliza el cumplimiento de esa obligación. Un ente moral que a lo largo de su multisecular historia ha adoptado nombres y formas muy diversas (Comunión católico-monárquica, Comunión Tradicionalista, Partido Carlista, Comunión Tradicionalista Carlista…), pero que nunca ha cesado de materializar en su entorno la lealtad debida al Rey legítimo. Estas son las coordenadas histórico-jurídicas desde las que todo carlista que milite en la CT debe emprender su reorganización, habida cuenta de que la restauración del principio monárquico es indeclinable para garantizar el bien común.

Esto nos lleva a delimitar los márgenes de una acción política verdaderamente carlista. En primer lugar, debemos tener claro que muy difícilmente la Comunión Tradicionalista puede adaptarse a la tipología de formas jurídicas y asociativas que el ordenamiento vigente permite y ampara, puesto que el Estado no puede reconocer la vigente legitimidad monárquica, fundamento de la lealtad que vertebra las relaciones en la Comunión, sin segar la hierba debajo de sus pies. Esto no quiere decir, en cambio, que los carlistas no deban dedicar grandes esfuerzos a buscar aquellas formas jurídicas y asociativas que mejor se adapten a esa configuración de la CT. En esto, el papel preponderante debe recaer en lo que antaño se llamaban «organismos auxiliares» a la estructura central: asociaciones civiles y culturales con plena autonomía entre las que destacan los círculos, convenientemente coordinados, a través de un calculado sistema estatutario de nombramientos e incompatibilidades, por las jefaturas regionales correspondientes, sin perjuicio de esa plena y legítima autonomía en función del objeto social de cada entidad.

El futuro inmediato de la Comunión Tradicionalista pasa por consolidar, por tanto, este «núcleo duro» que se vertebra del siguiente modo, de acuerdo siempre con el principio de subsidiariedad:

(Continuará)

Manuel Sanjuán, Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella

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