Las dos gotas de veneno liberal

algunos optan por rebuscar medias verdades en espacios no católicos

Agustín Laje. Foto: Infobae

El conferencista liberal Agustín Laje recientemente ha brindado un conversatorio en Panamá. La ponencia, titulada «Contraculturales», se realizó en el auditorio «Hosanna», perteneciente a una secta protestante, lugar al que desafortunadamente acudieron bastantes católicos, que, queriendo instruirse ante los males del aberrosexualismo, no sólo ponen un pie en semejante sitio, sino que se exponen a los engaños que sutilmente se introducen en el discurso.

En medio de la disertación, Laje no tardó en introducir el veneno. Ya en el inicio de su coloquio, define el totalitarismo como «la absorción de la totalidad por parte de la lógica política», lo cual tiene una doble interpretación. Por una parte, ciertamente el Estado liberal absorbe todo aspecto social y resta autonomía a los cuerpos intermedios que otrora conformaban una sociedad orgánica, siendo por tanto el liberalismo una forma de totalitarismo. Pero, por otra parte, siendo el propio Laje liberal, la interpretación más probable de sus palabras parece sugerir que la política no debe ser guiada por una moral, ni inculcada en los ciudadanos, sino que ha de dejar al individuo a las suyas.

Y en otro punto de la conferencia, sostiene Laje, en un caso hipotético, que un marxista que llama a la religión opio del pueblo, «hiere nuestra propia sensibilidad religiosa». Esta no es sino otra falaz suposición que pretende igualar la censura que incitan los «progres», al celo cristiano. Porque los primeros ofendidos no somos nosotros, sino Dios, y es una ofensa tal, que ni aún todos los santos del Cielo pueden reparar, y que, junto con todos los pecados, crucificó a Cristo. Cabe añadir, además, retomando el ejemplo citado, que afirmar que la religión es «opio del pueblo», es objetivamente una falsedad. Es una afirmación que atenta contra la verdad, que a su vez por justicia debe ser defendida. Por lo tanto, hay que impedir que se enseñen errores, y estaría bien que se callase a quienes los difunden.

La correcta censura, la que la Iglesia solía sancionar, entre otros medios, a través del Índice de Libros Prohibidos y del Syllabus, se empleaba precisamente con estos fines, en defensa de la verdad, para evitar la ofensa a Dios, y por la custodia de las almas de los errores que siempre han pululado, y las pueden perder. Igualar esto a la censura «progre», incitada por quienes viven una vida desordenada, y no soportan ser reprendidos, es, francamente, una salvajada.

Lamentablemente, contando con las riquezas del catecismo y del magisterio pontificio, algunos optan por rebuscar medias verdades en espacios no católicos, especialmente cuando la Iglesia ha enseñado ya, y ha enseñado mejor, todo lo bueno que pudieran llegar a decir estos referentes heterodoxos. Y es penoso, ante todo, tener que dar lecciones de teología básica que todo el que se diga católico debería conocer, y todo párroco debería enseñar desde el púlpito con el beneplácito de su ordinario, en lugar de priorizar el ecumenismo y el ecologismo. Encomendémonos al Sagrado Corazón para que no se olvide de nuestros pueblos en estos tiempos de gran necesidad, y por medio de su ardiente caridad, recibamos la gracia de Dios para que una auténtica contracultura eche raíces en tierra hispana.

Paolo Emilio Regno, Círculo Tradicionalista Nuestra Señora de la Asunción de Panamá

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