Ha causado cierto revuelo la imagen de Adrián Barbón, Presidente del Principado de Asturias (en funciones), besando una Biblia en el Pleno de Constitución de la «Junta General del Principado» (el parlamentín para los paisanos) antes de prometer el cargo de diputado con la mano sobre la Constitución y el Estatuto de Autonomía.
Hace bien Barbón en no jurar la Constitución y el Estatuto de Autonomía (lo contrario sería tomar el nombre de Dios en vano), aunque sea por inconsecuencia, pues las razones aducidas no pueden ser más escandalosas para los católicos: «cuando juras, lo haces por Dios, mezclándolo en los asuntos de los hombres, en la acción política, y como imperfectos que somos, fallamos», ha dicho el presidente socialista para justificar la fórmula de la promesa empleada en vez del juramento.
No se pueden decir más barbaridades en una sola frase. Barbón es el perfecto protestante: olvida que la naturaleza del hombre es perfecta, creada a imagen y semejanza de Dios, tanto que Dios se hizo hombre (mezclándose precisamente en los asuntos de los hombres) para reparar la herida ocasionada por el pecado original en la persona de Cristo Redentor. Y a Cristo Rey le debemos pleitesía no sólo como Dios, sino también como verdadero hombre, pues tal es la consecuencia de la unión hipostática, a través de la encarnación, de las naturalezas divina y humana.
La consecuencia de la herejía protestante que Barbón profesa es precisamente la secularización de todo lo humano (incluida la política, por eso no se comprende la reacción de los laicistas contra el gesto de Barbón). Lo hemos dicho hace poco en estas mismas páginas con ocasión de la fiesta del Corpus. Claro que al hereje Barbón es mucho pedirle no ya que lea La Esperanza, sino el Magisterio de la Iglesia a la que dice pertenecer.
Menos es pedirle, en cambio, al Arzobispo de Oviedo que corrija públicamente la gravísima herejía profesada por quien se dice hijo de la Iglesia y toma su nombre a beneficio de inventario. Claro que entre el funcionariado episcopal no son pocos los que piensan como el hereje Barbón.
En todo caso, tamaña herejía no puede quedar sin denuncia desde estas católicas páginas.
Manuel Sanjuán, Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella
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