Crónica de la novena Jornada tradicionalista de Valencia

DE ACUERDO CON EL PENSAMIENTO TRADICIONAL, LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DIO DE SÍ, COMO FORMA DE GOBIERNO MÁS ADECUADA PARA ELLA, LA MONARQUÍA TEMPLADA, CAPAZ DE INTEGRAR ELEMENTOS POPULARES Y ARISTOCRÁTICOS EN UN SISTEMA DEFINITIVAMENTE MONÁRQUICO

El pasado domingo 18 de junio, en la ciudad de Valencia, el Círculo Alberto Ruiz de Galarreta celebró la que fue su novena jornada tradicionalista, con la que concluyó el ciclo de formación política que ha venido desarrollando durante este curso 2022-2023. En ella comentamos el capítulo octavo, sobre «las formas de gobierno», de La sociedad tradicional y sus enemigos, obra del maestro don José Miguel Gambra.

En este capítulo don José Miguel se propone tratar las distintas formas de gobierno: monarquía, aristocracia y politeia, de acuerdo con la filosofía realista que la tradición política española siempre ha asumido como propia. Para ello nos presenta una taxonomía según sea el origen y la posición de cada una de ellas respecto al bien común.

En primer lugar, toda sociedad tiene alguna forma de gobierno, pero ésta puede haberse adoptado porque ha surgido naturalmente de la misma vida social, o porque se le ha impuesto artificialmente. Cuando su origen es natural, la causa eficiente es la natural sociabilidad humana, que se desarrolla gradual y jerárquicamente en diversas corporaciones o cuerpos sociales, que actúan como causas segundas unidas por un mismo fin: el bien común. Pero cuando su origen es artificial, la relación se invierte. Entonces, la forma de gobierno que interese a una facción determinada actuará como causa eficiente impuesta sobre la sociedad —cual materia informe— a fin de que la sociedad se adapte a tal forma de gobierno. Es lo contrario al origen natural de la forma de gobierno defendida por el Carlismo.

En segundo lugar, la valoración de las distintas formas de gobierno dependerá de dos tipos de criterios: el del bien común pleno o parcial; y el de mínimo/máximo. De acuerdo con el primer criterio, la mejor forma de gobierno será aquella más capaz de proveer los distintos bienes integrantes del bien común pleno. Y la peor, la que más restrinja el bien común a un tipo concreto parcial: producción, riqueza, bienestar, placer, etc. Por otra parte, de acuerdo con el segundo criterio, la bondad de una forma de gobierno se evalúa respecto a la capacidad para proveer un mínimo de bienes (generalmente, bienes materiales: alimento, ropa, ocio, etc.); y un máximo de bienes: generalmente, aquellos que se refieren a lo cualitativo, «como la bondad se mide por referencia a la perfección de Dios»: virtud, paz, orden, cultura, etc.

Actualmente, el éxito o «eficacia» de los gobiernos suele medirse más con el criterio de mínimos que con el de máximos. Pero lo conveniente sería integrar ambos criterios, priorizando este último: ciertamente, parece mejor tener cuatro panes que dos. Pero no es menos importante la virtud, la paz, la cultura y las posibilidades para el perfeccionamiento humano en sociedad.

Ahora bien, ¿de qué sociedad hablamos? De sociedades concretas. Desde la Modernidad se ha extendido el hábito de teorizar sobre la constitución de las sociedades, a fin de proponer formas de gobierno ideales a las que deberían adaptarse las sociedades. Como resultado, se busca adaptar la sociedad, y no la forma de gobierno. Esta tendencia es patente en partidos como Podemos, que trata de «crear un país nuevo» a base de «legislar y legislar».

Por el contrario, el pensamiento tradicional parte de observar las formas de gobierno que surgen históricamente, cuasi-naturalmente, de una sociedad concreta. Que, en todo caso, tal forma de gobierno deberá procurar como fin el bien común pleno. Y que, al procurarlo —más aún: para procurarlo— deberá asumir los sanos usos y costumbres de cada sociedad concreta para, desde ahí, legislar de modo que se promocione el perfeccionamiento de cada sociedad inferior y sus miembros. El capítulo comprende una riqueza teorética e histórica mucho mayor. Pero aquí debemos ya avanzar hacia los últimos compases de la exposición, centrados precisamente en nuestra patria.

En las Españas, surgió y cristalizó la Monarquía como forma de gobierno que articuló una gran diversidad de regiones organizadas a su vez en coronas, reinos, condados, señoríos… Una Monarquía que, además, supo integrar orgánicamente la aristocracia (en sentido amplio), resultando en lo que se denomina la monarquía templada. Así lo expresó fray Juan de Santa María, en el siglo XVII, respecto a la complementación entre ambas:

La monarquía es la forma de gobierno más antigua, más durable y su gobierno el mejor, con tal que le ayude la aristocracia en lo que le hace ventaja. Aquella [la monarquía], cuanto a la fuerza y ejecución, sobrepuja por su mayor unión y fortaleza; estotra [la aristocracia], que se compone de pocos nobles, sabios y virtuosos, por ser de más, tiene más entereza, prudencia y saber; juntándose uno con lo otro resulta un gobierno perfecto. De suerte que la Monarquía,  para que no degenere, no ha de ir suelta y absoluta (que es loco el mundo y el poder), sino atada a las leyes, a lo que se comprende debajo de la ley; y en las cosas particulares y temporales al consejo, por la trabazón que ha de tener con la aristocracia,  que es el ayuda y consejo de los principales y sabios.

Pero se preguntará, ¿y la democracia? Los clásicos, en realidad, reservaron este nombre para la corrupción o perversión de la forma de gobierno popular. Pero si con ésta nos referimos a la participación popular en la cosa pública, de ninguna manera puede decirse que sea incompatible con la tradición católica española. Al contrario: era uno de sus componentes esenciales; pero su oportunidad está circunscrita al ámbito de los cuerpos sociales básicos. Es una forma útil, incluso puede que óptima en ocasiones, en el municipio, por ejemplo, que yace totalmente despojado de su autarquía: en el álveo liberal, que ayer desembocó en aquella pantomima que fue la «democracia orgánica» franquista, y hoy en el malhadado «Estado Autonómico».

En esta línea, ya en el turno de coloquio, se lanzó un ejemplo sencillo pero elocuente: en el sistema vigente no puedo participar políticamente en mi vecindario si no es desde la votación a un poder central en Madrid. En cambio, se me hace pronunciarme sobre asuntos sobre los que nada conozco. ¿Qué sé yo de Badajoz, de Murcia o de Teruel para decidir nada sobre ellas? ¿Y por qué sólo puedo participar en mi vecindario votando a partidos que nada saben sobre mi barrio, desde Madrid?

En conclusión, de acuerdo con el pensamiento tradicional, la sociedad española dio de sí, como forma de gobierno más adecuada para ella, la monarquía templada, capaz de integrar elementos populares y aristocráticos en un sistema definitivamente monárquico. Ha sido con esta forma de gobierno cómo España, multisecularmente, logró procurar su bien común pleno hasta la irrupción de las revoluciones liberales del siglo XIX, momento a partir del cual la democracia empezaría a ser más que forma, fundamento de gobierno tal y como están las cosas hoy: democracia anticrística.

La sesión terminó con un ágil diálogo e intervenciones muy interesantes, subrayando el fundamento familiar, anti-individualista, de la Monarquía. Un modesto y distendido pero entrañable ágape, en que compartimos sabrosas viandas y conversaciones, sirvió para celebrar la finalización de este primer curso de nuestro Círculo, que tiene ya proyectadas algunas iniciativas para el siguiente, y que renovó así su entusiasmo al servicio de Dios, Patria, Fueros y Rey.

Círculo Tradicionalista Alberto Ruiz de Galarreta

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