Federico Suárez, en su lección inaugural del curso académico 1955-56 en el entonces Estudio General pamplonés del Opus Dei, dio un primer paso en la eliminación del esquema simplista (hasta entonces imperante) que distinguía, como actores protagonistas durante el paso del Antiguo Régimen a la Revolución, entre «absolutistas» y «liberales». Discernía entre «conservadores» (para referirse a los afrancesados que querían mantener las medidas ilustradas realizadas durante los reinados de Carlos III y, sobre todo, Carlos IV, y que se sentían a gusto en un régimen de tipo bonapartista) y los «reformadores», que estaban todos de acuerdo en su rechazo al estado de cosas dejado al término del reinado de Carlos IV, pero que diferían en el sentido de su «reforma» (Suárez llamó «renovadores» a los realistas, que simplemente querían corregir las medidas ilustradas de los anteriores reinados carolinos, manteniendo el régimen monárquico secular español vigente; y reservó el epíteto de «innovadores» para los liberales, que querían como «solución» romper directamente con todo el régimen tradicional español vigente).
Pensamos que este nuevo esquema no recoge del todo la complejidad de la posición política de los actores de aquellos tiempos decisivos del reinado de Fernando VII (1808 – 1833), y nos basamos para afirmarlo en la ingente recopilación documental y bibliográfica realizada por el propio Suárez y su escuela, en las décadas posteriores, para la dilucidación de aquella época. Creemos que podemos distinguir, por una parte, una posición neta y clara de publicistas que abogaban por una rectificación del rumbo marcado por los ministros ilustrados desde la época de Carlos III (algunos se retrotraen incluso, en sus afanes correctores, al comienzo de la época de los Austrias), caracterizados por su defensa del régimen político vigente en favor del Rey y de la Religión, y que gozaban del apoyo de casi todo el pueblo español: se trata de los realistas, a los cuales creemos que es mejor referirnos a ellos con este mismo nombre con el que eran conocidos en aquel entonces.
Por el otro lado, agrupando a todos aquellos publicistas que podemos calificar de «antirrealistas» y que, a pesar de ser una minoría que no gozaba del favor del pueblo, muchos de ellos ostentaban altas posiciones en el seno de la Monarquía, podemos distinguir tres categorías bien distintas:
1) Los ilustrados de los tiempos carolinos. A ellos se refiere el Dr. Vicente Pou cuando afirma en su La España en la presente crisis de 1842: «Nadie ignora que los hombres del «justo medio» español pertenecen a la antigua escuela, que desde el último tercio del siglo pasado fue conocida en España por los nombres demasiado célebres de Aranda, Campomanes y otros ilustres personajes que ostensiblemente la fundaron». Pensamos que no se les puede calificar de «conservadores», sino de auténticos «reformadores», que pretendían fundamentarse en una supuesta tradición gótica «perdida» para el establecimiento de sus malhadadas novedades políticas. La mayoría de ellos se pasaron al josefismo, que consideraban el sistema perfecto, aunque no pocos evolucionaron hacia las otras dos posiciones que veremos a continuación. Muchos de ellos regresaron a ocupar altos puestos durante las dos etapas de Fernando VII (sobre todo en la segunda, por presiones de la Santa Alianza), y eran conocidos como el «partido de los moderados», enemigo mortal de los realistas. Alcanzaron su auge tras el Golpe de La Granja, con el Gabinete Cea Bermúdez (Octubre 1832 – Enero 1834).
2) Los liberales radicales de estilo francés. Se caracterizaban por romper con todo el régimen jurídico-legal de la Monarquía española (a la que responsabilizaban de los abusos circunstanciales del despotismo ministerial). Consideraban que las deseadas reformas ilustradas sólo podrían consolidarse estableciendo una Constitución al modo francés. Consiguieron su máximo triunfo con la Constitución de Cádiz de 1812.
3) Los liberales moderados de estilo británico. Tienen a Jovellanos por su fundador, y consideraban que, para afianzar las reformas ilustradas, bastaba sólo con establecer unas «Cortes» y un Reglamento de las mismas conforme al modelo británico. En el Trienio liberal se separaron finalmente de los liberales radicales. Triunfaron con el «Estatuto Real» de 1834.
Félix M.ª Martín Antoniano
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