Este 20 de julio de 2023 se cumplió el centenario luctuoso de Doroteo Arango, mejor conocido como Francisco Villa.
Francisco Villa fue un líder de la revolución mejicana en el norte del país, al cual se le puede calificar por sus actos de bandolero, violador y asesino. El maestro Eduardo Limón, por su parte, lo califica como un villano y vil mercenario que ha sido deificado por los historiadores de los regímenes revolucionarios.
El periodo histórico que él vivió fue el de la Revolución Mejicana (1910-1917) y la historia oficialista de los gobiernos posteriores a la revolución siempre han considerado a este bandolero como un héroe frente a la explotación porfiriana de su época, pero nada más alejado de la realidad y el verdadero heroísmo.
El propósito de este artículo no es hacer un resumen de la vida de Villa, ni mucho menos rendirle honores; más bien se intenta evidenciar la manera en que su muerte es una fiel representación del fin de un revolucionario que causó daños y muertes civiles a su paso. También será prudente mencionar la manera en que el gobierno actual rinde culto a dicho personaje en su baraja mitológica revolucionaria.
Francisco Villa, como otros líderes revolucionarios de su tiempo, fue escalando en el podio del poder por medio de victorias militares y traiciones constantes. Pero el crecimiento del «Centauro del Norte» no fue otra cosa que la permisión de un perro rabioso a quien le han soltado la cadena y no conoce límites. Esas actitudes rabiosas hicieron que Villa se ganara enemistades entre su propia jauría bandolera y entre otras facciones revolucionarias en Méjico, como es el caso de Obregón y Calles.
Después de una vida de canalladas y repartición de motín entre los suyos, Villa creyó poder retirarse a la tranquilidad agrícola, pero la propia justicia de sus actos no podrían dar la paz a quien antes llevó la muerte.
El 20 de julio de 1923 en la ciudad de Hidalgo del Parral mientras Francisco Villa viajaba en su vehículo acompañado por algunos de los suyos fue emboscado por un grupo de 15 hombres armados que bajo el fuego de las balas terminaron con la vida del «Centauro del Norte».
Villa moría con los mismos métodos con que arrebató el suspiro a muchos mejicanos y cualquier persona de razón creería que morir a tiros sería una barbaridad. Pero para el salvajismo villista la muerte por fusil no sería lo peor que se podría hacer.
La gente que sufrió a Villa y sus tropas sabía bien que las balas no eran lo peor, sino las fechorías, violaciones y ultrajes por los que hizo pasar a hombres y mujeres de todas las edades antes de su muerte.
Ante la llegada de Villa y sus fuerzas a un poblado, las abuelas ocultaban a sus nietas para evitar que su honor fuera ultrajado por los bandoleros. En una ocasión, una de estas ancianas se negó a entregar a sus nietas y cooperar con los revolucionarios, motivo por el cual fue quemada viva por los villistas, para demostrar al pueblo que a Villa nada se le negaba, fuese material o carnal.
Para conocer más sobre la monstruosidad que representó Francisco Villa es recomendable leer la obra Crímenes de Francisco Villa: Testimonios, del historiador Reidezel Mendoza.
Otro aspecto de Francisco Villa que se sabe gracias a las memorias de la familia Junco, es la hispanofobia que el propio líder revolucionario tenía. A principios del siglo XX muchos españoles peninsulares viajaban a Hispanoamérica en búsqueda de una mejor oportunidad de vida. Así fue el caso del joven de dieciséis años Alfredo Solloa, de origen vasco, que ante la necesidad viajó a Méjico para trabajar en una hacienda, sin saber el muchacho que la Revolución Mejicana iba a irrumpir en su destino. Un día Villa y sus pistoleros asaltaron la hacienda en donde trabajaba el joven Vasco. Al enterarse Villa de la presencia y origen de Alfredo le dejó en claro lo siguiente: «Al gachupín primero se le mata y luego se averigua las razones por las que está en Méjico».
Alfredo solo sobrevivió porque los villistas fallaron al aplicarle la ley fuga, pero no todos los paisanos corrían con tal suerte.
Además de nuestros hermanos peninsulares, las capillas católicas también fueron ocasión del bandidaje villista. El propio Villa fue un hombre que se consideraba a él mismo como un libre pensador y oportunidad que tenía para asaltar recintos sagrados era aprovechada por el Centauro.
A pesar de todo lo mencionado, el «Centauro del Norte» sigue siendo vitoreado por los gobiernos de origen revolucionario en Méjico. En 1966 su nombre fue escrito con letras de oro en la Cámara de Diputados y en 1976 sus restos decapitados llevados con honores al actual monumento a la Revolución en Ciudad de Méjico.
Hoy día el propio gobierno federal mejicano, en el centenario luctuoso de Villa, bautiza el año en su calendario civil como: «2023 año de Francisco Villa el revolucionario del pueblo», mofándose de las víctimas que sufrieron los ultrajes villistas. Por su parte, el gobierno estatal chihuahuense no se queda atrás en los honores al asesino y promueve las jornadas villistas que cuentan con conferencias, representaciones folclóricas, conmemoraciones y una cabalgata encabezada por el gobernador del Estado de Chihuahua al sitio en donde Villa murió en el Parral, a manera de marcha idolátrica.
Francisco Villa, como hijo de la revolución, representa bien su estirpe, no de héroe o de alguien de admirar, sino de asesino, violador y sanguinario. Que solo puede ser apoyado por gobiernos de la misma calaña revolucionaria.
Alexander G. Becker, Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta.
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