Las elecciones generales han aportado unos resultados que se encuentran en el centro de las tertulias y periódicos. Algunos daban por sentada la victoria de las derechas y no dan crédito a lo acaecido. Otros no conciben el éxito -subida incluso- de Pedro Sánchez respecto de las elecciones anteriores. Como ocurre con demasiada frecuencia, las lentes de observación empleadas se encuentran trufadas de ideología, por lo que contribuyen a difuminar más que a entender lo acaecido.
Los resultados, a mi juicio, aportan una lectura radicalmente diferente de la que señalan los medios de corte conservador, cuyo ralentí teórico les dificulta captar la naturaleza de los hechos.
La victoria, así, apunta a las fuerzas auténticamente constitucionalistas, esto es, aquellas que han comprendido la esencia de la constitución de 1978: la autodeterminación o libertad luciferina, carente de regla fuera de sí. La constitución sentó las bases para la disolución de la comunidad política española, a través de la entronización de la libertad «negativa» como pilar del ordenamiento jurídico. De esta forma, el bloque progresista no ha hecho más que profundizar en las implicaciones constitucionalistas, de modo coherente con la ideología liberal. Los socialistas han aumentado de modo exponencial el endeudamiento para que los ciudadanos gocen de una igualdad que les permita autodeterminarse igual que las élites de la sociedad, los radicales han desarrollado los derechos humanos en su aplicación -coherente- nihilista con ejemplos como el trasgenerismo o el suicidio asistido, los terroristas ven su entrada en el «consenso» político como táctica de la razón de Estado, los separatistas cumplen con la aplicación colectiva de la autodeterminación individual, etc.
Todo ello nos hace entender a la perfección que Pedro Sánchez es un auténtico intérprete fidedigno de la constitución española, un presidente que ha entendido la esencia del liberalismo y condiciona su permanencia en el poder a la liberación que la constitución propone y promete.
Por otra parte, los resultados electorales arrojan un segundo corolario que merece una mención. Las disidencias controladas, esto es, los partidos de extrema derecha y extrema izquierda, han demostrado su efectividad y misión. Ante la crisis del sistema, éste originó sus propios anticuerpos, encaminados a paliar la creciente abstención con nuevas fórmulas prometedoras de cambios anhelados. Los términos izquierda-derecha mutaron, siempre -como recuerda Jean Madiran-, a interés de la izquierda, hacia el progresismo, desplazando cada legislatura el famoso «centro» al foco izquierdizante del panorama. De esta forma, los que estaban llamados a «transformar» el sistema no han tenido más papel que su perpetuación y aceleración disolvente. PODEMOS, por su parte, desarrolló implicaciones de la libertad negativa que los partidos clásicos, sociológicamente franquistas, no tenían los arrestos para efectuar. VOX, por otro lado, ha sanado las heridas de conceptos liberales clásicos afectados por el contexto disolvente, tales como la autonomía personal, la Nación política o la soberanía. A fin de cuentas, su papel en el sistema ha sido reconducir los enfados y hacer posible la gobernabilidad del Leviathan, desmembrado por el pluralismo.
Estimo que estos resultados han de constituirse en una lección para nuestros lectores. Lección en la que podemos distinguir dos partes. La primera se refiere a la constatación de la maldad intrínseca del sistema y la inconsecuencia de las confianzas en las soluciones partitocráticas, que no hacen más que prolongar el mal que nos aqueja y disuelve. Los cantos de sirena del mal menor o el bien posible conducen a masas ingenuas -cada vez menos-, a dar su apoyo a tales partidos y a éstos a sacrificar sus principios más «extremos» con la condición de gobernar. Por otro lado, debemos cerciorarnos de cómo el sistema y la ideología constitucionalista se desenvuelven en una única dirección; dirección que es tiránica y déspota, pues ha de ser asumida por la mafia partidista como condición de su existencia. La dirección mencionada no es otra que la liberación del hombre, su autonomía respecto del orden creado y la determinación de éste último de lo bueno y de lo malo. Afirmar lo contrario responde necesariamente a ser iluso o malvado. Después de los resultados del 23-J, confío en que los ilusos mengüen y los malvados se descubran; aunque hay casos en los que ni aunque resucite un muerto se convierten.
Miguel Quesada, Círculo Hispalense
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