Un lunes cualquiera, un grupo de correligionarios encaraman sus bártulos al coche y se echan a la carretera. Subiendo desde el sur de Madrid, toman la A-2 hacia Barcelona, rumbo a Mélida, en la Merindad navarra de Tudela.
Así comenzamos un viaje que, jornada a jornada, nos hizo dar una amena vuelta por España, deteniéndonos en algunos de los enclaves carlistas de nuestro tiempo.
Dejamos atrás Guadalajara y sorteamos las tierras de Molina, haciendo un alto en el camino en el pueblo soriano de Almazán, antigua tierra vinculada a los Mendoza. Con el café reglamentario y unos buenos torreznillos en el buche, continuamos por carretera remontando las estribaciones del sistema ibérico al salir de Castilla. Siguiendo los meandros del río Aragón, terminamos llegando a nuestro destino.
¡Qué mejor parada que la casona de los Díaz Perfecto, que nos recibieron a cuerpo de rey! Nada más llegar nos esperaba un ameno almuerzo, que regamos con buena bebida y mejor cháchara. Así hicimos tiempo hasta reunirnos con algunos de los egregios hijos de la familia. Ya juntos, dimos cuenta de un buen perol que nos procuró el arte culinario de don Antonio.
En la larga sobremesa pudimos departir de las militancias juveniles de nuestros anfitriones, de las enseñanzas de batallas pasadas, y de asuntos de actualidad, alegres y tristes. Rompimos alguna lanza a favor de los padres, tíos y abuelos de España, exentos de responsabilidad política en la ruina del país. La actual postración sólo se explica por una defección moral en las familias, esto sí, suscitada políticamente desde los años cuarenta.
Mención aparte merece la hermosa capilla de la casa, donde ofrecimos el sufragio diario del rosario. Los presentes miembros del Consejo de redacción de La Esperanza aún tuvimos tiempos de unirnos a la reunión que se celebra semanalmente.
Nos quedamos con ganas de ver con más detenimiento el sencillo y hermoso pueblo, pardo como la arenisca de su parroquia maciza. Atizadas sus calles y su mercadillo con un día solano, la localidad se engalanaba para sus fiestas de la abuela santa Ana, honrada como patrona en selectos municipios peninsulares desde la Mancha hasta el Ebro. Las talanqueras trancaban las calles esperando el encierro de los novillos.
Para rematar el día, nuestros anfitriones nos obsequiaron con unas exquisitas migas con chistorra y huevos rotos. ¡No echamos en falta nada, salvo abusar de esta hospitalidad por más tiempo! Aún nos despedirían al alba con un copioso desayuno: unos pocos gracias se quedan muy cortos.
Apurando las horas de la noche, sabedores de que había que madrugar, acabamos el día entre volutas de caliqueños y toscanelli, bajados con un buen digestivo.
Comenzando el trazo de esta herradura por Navarra, nuestra modesta visita continuará después en Asturias, Galicia, Portugal, Sevilla, Valencia y Barcelona.
Roberto Moreno, Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid.
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