Torre del oro

Puerta de la Asunción de la Catedral de Sevilla

El viernes nos amanece con un desayuno apurado. Hay que calcular el cambio horario al dejar Portugal, y nos espera una de las etapas más largas del viaje: Sevilla.

Salimos por el sur de Coimbra y volvimos a las carreteras que desgranan la comarca, de brisa tan grata sobre todo en la mañana. Vamos dejando atrás la Penela, São Miguel, y nos acercamos a las comarcas alentejanas, espejo de las extremaduras leonesa y castellana. Bajamos por estos pagos reconquistados hasta cruzar el alto Tejo portugués. ¡Qué distinto del tramo alto del Tajo que ya pasamos días atrás, allá por Guadalajara!

Tras seguir en paralelo la frontera hasta Elvas, entramos en la provincia de Badajoz y enganchamos la vía de la plata rumbo a Sevilla. Dentro del coche, el trayecto es más bien espartano, como las otras jornadas. Se reza mucho, se habla mucho, se escucha mucho y se fuma mucho. En este punto, al matar el tiempo incluso escuchamos por radio cierto programa religioso que granjeó carcajadas más bien sarcásticas.

Por fin, entre los edificios que nos dan entrada a la ciudad, vislumbramos la Torre del oro y también los picos flamígeros de la Catedral. Cruzamos el Guadalquivir, y al rato pusimos el pie en el Puente de San Bernardo. Allí nos reunimos con alguno de los correligionarios del Círculo Hispalense. Don Javier hizo las veces de anfitrión en cabeza, y viéndonos acalorados nos invitó a tomar un refrigerio.

El calor, más seco que en el litoral, no era insoportable aquel día. Pero agradecimos la sombra y el refresco, al que siguieron algunos más. Entre cafés, humos y copas, pasamos a la tertulia.

Varios de los viajeros tuvimos el gusto de ver correspondida nuestra dedicación filosófica, y parte de la tarde se empeñó en los principios, falsos o verdaderos, y las anécdotas sobre Hobbes, Spinoza, Locke. Así como de maestros de la Causa como don Rafael Gambra y sus egregios hijos, don José Miguel y don Andrés, don Álvaro d’Ors, Canals Vidal, Elías de Tejada o Danilo Castellano. Hasta llegamos a tratar de la escuela de Gustavo Bueno y sus epígonos, poco recomendable.

El tiempo pasa rápido cuando la compañía es agradable y la conversación sabrosa. Repasamos, como es lógico, las actividades de los círculos de Sevilla y Madrid, la salud de los grupos, las visicitudes litúrgicas del lugar, el rendimiento de los medios y redes locales. Nos detuvimos con especial prolijidad en la crisis religiosa actual, asunto de primer orden y de la mayor preocupación entre los presentes.

No pudimos despedirnos de Sevilla, y del hambre que traíamos, sin atacar el pescado frito y el adobo típico de la ciudad. Lo trasegamos con otras exquisitas viandas de vigilia. Tampoco pudimos despedirnos fácilmente de la gente leal del lugar: encarecemos, otra vez, nuestro agradecimiento a tan buena acogida.

No tardamos después en recogernos. Al siguiente día nos esperaba otro tramo exigente hasta parar en Valencia.

Roberto Moreno, Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid.

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