Brisa de levante

Vista de la Catedral de Santa María de Valencia. Getty

Sábado de mañana, ponemos los pies en el coche y partimos de Sevilla. Andando los caminos del Pernales, nos dirigimos a Valencia, penúltima escala de nuestro viaje.

Bordeamos el Guadalquivir al abandonar el reino hispalense. Quedando Córdoba a nuestra izquierda, remontamos Despeñaperros para carear nuestra tierra por unas horas. Atravesamos la Mancha, subiendo hasta la Manchuela conquense. Al parar en Motilla del Palancar, nos hicimos con unos miguelitos autóctonos que compartir con los correligionarios.

Tras unas horas largas pero amenas, este modesto grupo arribó a su destino. Nos recibieron los jóvenes componentes del Círculo Alberto Ruiz de Galarreta, con quienes disfrutamos una fantástica comida de hermandad. Entre esgarraet, almussafes y otros típicos platos valencianos, nuestros correligionarios consolaron nuestra fatiga con su compañía alegre.

Encuentros de esta clase aprovechan a varios objetivos. En primer lugar, estrechamos los lazos fraternales, nos hermanamos como los cachorros de mastín para servir a su guarda. Por otro lado, se tratan aspectos logísticos y operativos.

Así, comentamos sobre las reuniones internas de ambos círculos, los tipos de actos públicos, formativos o de recreo, y acerca de un proyecto en ciernes para el comienzo de curso a las puertas del otoño.

Fuera de asuntos de acción política, nos entretuvimos en cuestiones de toda clase: el hecho connatural de la comunidad en la perfección esencial del hombre, el lazo que nos une a la patria a través del linaje de los padres. También, la perfección de los cuerpos intermedios en la sociedad política, cumplida en el orden natural, lo que desbarata el engaño comunitarista y las opciones falsamente benedictinas.

En suma, el género de la piedad como virtud y sus especificaciones objetivas. Y es que ésta toma objeto y se concreta según las sociedades a que pertenecemos, todo ello contenido en el bien común de la sociedad política.

Llegamos en buen día a Valencia, pese al poco tiempo disponible. Nuestros anfitriones nos señalaron el hecho afortunado de que ese día museos como el de Bellas Artes podían visitarse gratuitamente. Hacía una tarde soleada, el aire no estaba recargado de humedad y el calor comenzaba a levantarse. Una ligera y reconstituyente brisa iba quitando la pesadez de las calles y de los pensamientos.

¡Qué grata estancia tuvimos igualmente en esta ciudad, cabeza del reino valenciano! Apuramos los últimos minutos con unos cafés, dando cuenta de los blanquecinos miguelitos de la Roda, puente de paso entre Aragón y Castilla. ¡Mil gracias a don Juan y don Juan Ignacio, a todos los correligionarios de Valencia, los presentes y los ausentes por el recibimiento!

En la despedida, nuestros buenos anfitriones nos entregaron un facsímil del Catecismo Tradicionalista que depositar en el Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid.

Fatigados pero confortados, fuimos al reposo previo a la etapa final de la humilde visita: Barcelona.

Roberto Moreno, Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid

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