Nos amanece la última jornada del viaje. Dejamos Valencia por el norte, camino de Barcelona.
Pasamos Sagunto, y bordeamos el término de las estribaciones de la Sierra Calderona y la del Espadán. Al superar Castellón nos colocamos bajo un sol que no quiere salir y unas nubes que no le dejan asomar. La fresca umbría nos lleva bajo aguaceros repentinos. Entramos al fin en Cataluña y cruzamos el Ebro, por segunda vez en el viaje, maravillados en la majestuosidad del Delta.
A la vera del litoral mediterráneo, en El Vendrell comenzamos a subir el Penedés, para entrar en Barcelona por Molins de Rei. Llegamos a la ciudad condal a punto para oír misa, oficiada a la sazón por un padre amigo de la Causa. A la salida del templo nos reciben los correligionarios del Círculo Parés i Vilasau de Barcelona, encontrándonos allí también con otros llegados de ¡Friburgo!
Un plantel espléndido para dar cumplimiento a esta aventura. Desde bien temprano disfrutamos de un día de hermandad, muy familiar, pues alguno de de los correligionarios presentes trajo a los suyos. La encantadora Helena Escolano, esmerada anfitriona, nos ilustró sobre los avatares históricos de esta ciudad, de entraña tan tradicional. Profundizando a las vivencias comunitarias, vecinales, nos detalló la fisionomía familiar y gremial de la Barcelona de siempre.
Declinando la tarde, nos despedimos del lugar y de los leales con una cena reconstituyente, para el camino de vuelta. Allí compartimos unas cuantas bombas, acompañadas de pa amb tomaquet y otras viandas castizas.
Finalmente dimos el último saludo a doña Helena, don Darío y todos los correligionarios barceloneses. Marchamos con pena, como en los días anteriores, por dejarlos tan deprisa. En este punto nos apenaba también no haber podido visitar a otros muchos Círculos y correligionarios: los de Santander, Salamanca, Palencia, Albacete, Guadalajara… ¡Era difícil estirar más las escalas de la modesta visita!
Entre remembranzas y agradecimientos, este modesto grupo castellano volvía a su tierra. A eso de las tantas de la madrugada llegaríamos de nuevo a Madrid.
Con unos 4000 kilómetros a las espaldas contando el regreso, terminábamos de cerrar el círculo, esa herradura que trazábamos alrededor de la Península desde hacía una semana. Atravesamos la noche recorriendo los parajes de Aragón, luego de Castilla. Nos salamos el retorno luchando por no dormirnos, desmenuzando los recientes momentos compartidos, y hasta cantando alguna que otra canción de batalla, cosa que no puede faltar.
¡Gracias a los anfitriones de estos siete días, que nos recibieron en Navarra, Asturias, Galicia, Portugal, Sevilla, Valencia y Cataluña!
Roberto Moreno, Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid
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