La inflación global del 2% se deja sentir en los hogares españoles, que compran un 2,6% menos alimentos y un 1% menos de bebidas, pero pagan más especialmente por adquirir leche, azúcar y aceite. De nada sirve intentar esquivar la inflación refugiándose en las marcas blancas, porque han subido un 14% en el primer semestre de 2023. Esta subida del precio de los alimentos no es ajena al fin del pacto del Mar Negro, en el contexto del conflicto de Rusia con Ucrania, EE.UU. y sus aliados.
La inflación afecta también a los productores, agricultores y ganaderos. Algunos sectores alertan de que se ha producido una parada en el consumo que puede afectar a su viabilidad a medio plazo. Es el caso, por poner un ejemplo, de las pequeñas empresas del sector cervecero español y las que mantienen procesos de fabricación más artesanal, que hacen frente a un incremento medio del 37,18% en sus costes de producción.
Este esquema de gastos estructurales en aumento más un consumo en descenso configura una ecuación económica muy peligrosa, y de enorme envergadura. No parece que «el humo cibernético» esparcido desde las administraciones ni los futuristas sistemas de gestión en Agenda —digitalización de cartillas ganaderas a través de app, cuaderno digital agrícola— vayan a despejar esa incógnita, y mucho menos los otros problemas del campo.
Agencia FARO
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