La condena indirecta del darwinismo por la Iglesia Católica (y II)

LAS CONSECUENCIAS DE LA IDEOLOGÍA EVOLUCIONISTA, NO SE QUEDAN SÓLO EN EL PLANO DE LA NATURALEZA FÍSICA, SINO QUE REPERCUTEN EN TODOS LOS DEMÁS ÁMBITOS DE LA EXISTENCIA HUMANA

Tommaso Maria Zigliara, O. P. (1833 - 1893). Rector del Angelicum o "Colegio de Santo Tomás" de los dominicos sito en Roma (1873 - 1879). Recibió el capelo cardenalicio en 1879. Prefecto de la Sagrada Congregación para las Indulgencias y Reliquias Sagradas (1886 - 1887). Prefecto de la Sagrada Congregación para las Universidades y los Estudios Romanos (1887 - 1893).

Por lo demás, el evolucionismo biológico, como subrayaba Zigliara, se inserta dentro de la ideología genérica del Evolucionismo, antigua herejía gnóstico-neoplatónica (fundamentada principalmente en el «atomismo» de Demócrito El Filósofo Risueño, y en el «devenir eterno» de Heráclito El Filósofo Plañidero), que ha venido siendo reavivada durante las Edades Moderna y Contemporánea (llevándola Hegel hasta su último y consumado desarrollo), pero que también ha sido específicamente condenada en los cánones 4 y 5 correspondientes al Capítulo 1 (De Dios creador de todas las cosas) de la Constitución Dogmática Sobre la Fe católica aprobada en la Sesión III (24/04/1870) del Concilio Vaticano I. El canon 4 declara: «Si alguno dijere que las cosas finitas, ora corpóreas, ora espirituales, o por lo menos las espirituales, han emanado de la sustancia divina, o que la divina esencia por manifestación o evolución de sí, se hace todas las cosas, o, finalmente, que Dios es el ente universal o indefinido que, determinándose a sí mismo, constituye la universalidad de las cosas, distinguida en géneros, especies e individuos, sea anatema». Y el canon 5 remacha: «Si alguno no confiesa que el mundo y todas las cosas que en él se contienen, espirituales y materiales, han sido producidas por Dios de la nada según toda su sustancia, o dijere que Dios no creó por libre voluntad, sino con la misma necesidad con que se ama necesariamente a sí mismo, o negare que el mundo ha sido creado para gloria de Dios, sea anatema».

Las consecuencias de la ideología evolucionista, no se quedan sólo en el plano de la naturaleza física, sino que repercuten en todos los demás ámbitos de la existencia humana. D. José Miguel Gambra, hacia el final de una entrega del programa de televisión Lágrimas en la lluvia, emitido el 22 de enero de 2012, dedicado al tema del evolucionismo, admitiendo el hecho de que la Iglesia había venido aceptando últimamente la posible compatibilidad de la ideología evolucionista con la doctrina católica, dejaba constancia no obstante de los riesgos y amenazas gravísimos que aquella opinión implicaba para un sano y recto pensamiento en los campos de la teología, la filosofía y el derecho. Resulta verdaderamente muy ilustrativa esa convergencia entre la falsa concepción nominalista de la realidad y la cosmovisión evolucionista que denunciaba y ponía de manifiesto el Profesor Gambra en su intervención.

Decía así D. José Miguel: «Si nosotros pensamos en el transformismo o en el evolucionismo, pues conlleva un enorme peligro. En primer lugar, porque, si el transformismo sigue produciéndose a lo largo del tiempo, y en la actualidad estamos sometidos a la teoría evolucionista, pues [entonces] cada uno somos de especies diferentes, es decir, no hay especies, sino que hay individuos, y por tanto la inteligibilidad de la naturaleza desaparece. Las especies son lo que nosotros entendemos, no a los individuos; y si entendemos sólo las especies, es decir, las naturalezas o las esencias en cuanto principio de movimiento, y no existen esencias sino que todas las cosas se diluyen en una sucesión infinitamente pequeña de cambios, pues entonces resulta que no existen especies. Eso mismo lo dicen los evolucionistas: las especies son una construcción en la cual nos ponemos de acuerdo, pero no tienen fundamento ninguno; sólo existen individuos, cada uno de los cuales está en un momento de la evolución. Si quitamos la esencia, quitamos la forma, quitamos la distinción entre forma y materia, por consiguiente también quitamos un montón de cosas: antes dije, pues el derecho natural se convierte en algo ininteligible; se convierten en ininteligibles muchas cosas de la teología, como por ejemplo la transubstanciación, o la consustancialidad entre las Personas de la Trinidad, etcétera. Entonces, pues yo creo que [el evolucionismo] conlleva unos enormes problemas, y el que esté permitido [por la Iglesia] no quiere decir que consiga nada. Lo más, lo más coherente sería, a mi juicio, mantener entonces solamente la teoría de Teilhard de Chardin, que por otro lado ha sido condenada».

La Iglesia, de forma incipiente en los tiempos de San Pío X, pero ya de una forma casi generalizada durante el reinado de Pío XII, fue permitiendo esta libertad de disputa contra la interpretación tradicional de aquellos capítulos del Génesis que guardaran alguna relación con las nuevas propuestas ideas del evolucionismo de la materia, no solamente en el terreno biológico, sino en el plano global de todo el Cosmos o Universo (véanse a este respecto, por ejemplo, las novedosas hipótesis originadas por el Sacerdote Georges Lemaître). Para la compatibilidad de estas nuevas teorías con las Sagradas Escrituras, a los neo-hermeneutas les bastaba con postular que Dios había introducido estas potencialidades evolutivas en la materia desde el principio y que Él guiaba con su Providencia la actualización de su proceso evolutivo. Ésta era precisamente la «solución» a que recurrió Caverni en su libro condenado, para así tratar de escapar a la acusación de «panteísmo materialista». Pero, como señalaba el consultor Zigliara en su informe, este arbitrio no impedía que su posición siguiera siendo peligrosa, ya que con él Caverni seguía aceptando todas las tesis fundamentales del evolucionismo, y, por lo tanto, continuaría incurriendo en un «panteísmo sui generis».   

Félix M.ª Martín Antoniano

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