El Magisterio de la Iglesia y el naturalismo económico (X)

EN OTRAS PALABRAS, EL CAPITALISMO ES EL PROTESTANTISMO DE LA ECONOMÍA

El profesor Anxo Bastos

Algunos días atrás tuvimos noticia de una entrevista realizada por el P. Francisco José Delgado al profesor universitario Miguel Anxo Bastos, uno de los exponentes más mediáticos del llamado «libertarismo» y de todo su sustento intelectual. 

Resulta interesante para el objeto de esta serie de artículos, que no es otro que desenmascarar el naturalismo filosófico y teológico que cimienta la apologética del capitalismo, traer a colación las ideas principales aludidas por el profesor Bastos cuando el entrevistador le pregunta por la relación entre capitalismo y religión. 

La idea nuclear que defiende el entrevistado en este punto es que, (a) para el desarrollo del capitalismo es necesaria la virtud; y (b) al mismo tiempo, que esa virtud no puede separarse del ámbito de lo religioso, pues implica, de forma directa o indirecta, la templanza de los impulsos de las pasiones que afectan a la prodigalidad. Para Bastos, puesto que no hay capitalismo sin esfuerzo, trabajo duro, ahorro y privación temporal de satisfacciones materiales presentes, el capitalismo es complemento perfecto de la religión, pues forja voluntades austeras y recias cuya virtud, además, repercute positivamente en la sociedad porque aporta el capital necesario para la subsiguiente inversión productiva que vaya elevando la producción y por ende, la riqueza, de la economía patria. 

Un razonamiento simplificado como este, a diferencia de lo que ocurre con otras falacias, no requiere una sesuda disquisición para refutarse. Por el contrario, basta remitirse a la realidad, sea actual o pasada, como a continuación haremos, para descubrir que todos esos argumentos se refutan por la mera vía de los hechos. Contra factum, non valet argumentum. 

En la síntesis argumental detallada dos párrafos antes, vemos una primera falacia de premisa indemostrada: el ahorro no es necesariamente una virtud, ni mucho menos el síntoma de ser una persona virtuosa (en su sentido clásico); menos aún, religiosa. En segundo lugar, no es irrelevante la correlación existente entre desarrollo mercantil y secularización de la sociedad, ya no en la actualidad (véase la situación de la España peninsular, donde las regiones con un desarrollo económico más precoz durante el siglo XX son ahora las más secularizadas), sino desde el propio inicio del capitalismo. En tercer lugar, el capitalismo, como bien argumenta Rubén Calderón en su trilogía sobre «La ciudad cristiana», es la búsqueda de la «libertad para enriquecerse», a saber, la remoción de trabas morales medievales a cuestiones como las condiciones del comercio justo, o la interdicción civil y eclesiástica del interés del préstamo dinerario. Esa búsqueda de «libertad» no tiene como causa sino el ansia por secularizar el mundo de la economía y las finanzas, por desembridarlas del juicio moral, supuestamente arcaico y opresivo, de la Iglesia. En otras palabras, el capitalismo es el protestantismo de la economía. 

Aunque Bastos trata de ponerse la venda antes que la herida al distinguir el ahorro bienintencionado de la racanería o el egoísmo, lo cierto es que el sistema no pregunta cuáles son las motivaciones del ahorro de cada cual. Siguiendo la más genuina tradición austríaca, de la que curiosamente es seguidor el Profesor Bastos, el hombre obra, y de sus obras se siguen consecuencias; sin más.  

Pero es que incluso tampoco ese ahorro bienintencionado salva la falacia enunciada. Existe multitud de personas tremendamente impías que son profundamente disciplinadas, auténticos «ascetas» de lo material, porque la moción de su voluntad se fundamenta en el sacrificio de un bien menor en orden a un orden mayor, pero siempre en el orden material del beneficio individual. No son mejores ni peores que los impíos pródigos, porque al faltarles la fe, decae todo su mérito; simplemente, puede decirse que tienen otras prioridades, en este caso, el incremento del capital frente al incremento del gasto. Tildar, per se, de virtuosas estas actitudes adolece de una candidez que sólo se explica en el contexto de la demagogia que lleva aparejada la falsa asociación.

(Continuará) 

Gonzalo J. Cabrera, Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta (Valencia). 

 

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