En un siguiente término, Bastos identifica esa virtud con la «religión» en general, sin negar que sea compatible ni con el catolicismo ni con el protestantismo. Por lo visto, basta que una actitud tenga una inspiración de barniz religioso – aun suponiendo que compremos la tesis del Profesor- para que sea aceptable y recomendable. Se trata de la típica visión americanista y conservadora del fenómeno religioso, sin dogmas y fundado en el sentimiento subjetivo, como catalizador para el orden social. En otras palabras, la religión como un instrumento al servicio de la burguesía.
Dicho todo lo anterior, ¿significa esto que el ahorro sea una conducta reprochable o sospechosa? Rafael Gambra respondió a esta cuestión en su artículo “El ahorro, ¿es una virtud?”, en el periódico El Pensamiento Navarro (29 de septiembre de 1960). De él, se pueden extraer las siguientes tesis:
- El ahorro no es un fenómeno exclusivamente capitalista, pues en la Edad Media se acumulaba igualmente, aunque no dinero, sino patrimonio inmobiliario. Precisamente la nota característica del capitalismo es que trata el dinero, medio de cambio, como una mercancía más.
- La mentalidad «de economía o ahorro», tal como la denomina Gambra, que presida la economía nacional «debe ser armónica, es decir, material y espiritual a la vez, de dinero y de las reservas vitales que sostienen el valor del dinero». Es decir, debe provenir de una cosmovisión en la que el sentido de la vida sea «servir a Dios en este mundo y gozarlo en la eternidad».
Por otro lado, se olvida una apreciación de orden técnico-práctico, a mi juicio, capital: el supuesto espíritu capitalista de ahorro para la inversión, y por tanto, para el incremento de la producción, requiere de una demanda creciente para absorber esa creciente producción. Mientras la economía desarrolló la producción de bienes básicos y necesarios, o que incrementaban notablemente la calidad de vida del hombre, la tesis de Bastos puede tener cabida. Pero, ¿qué ocurre después? Como el espíritu capitalista es naturalmente insaciable, una vez satisfechas esas necesidades de gran utilidad para la sociedad, se comienza la producción de lo superfluo. Y para que lo superfluo se consuma, es necesario desterrar el espíritu de ahorro en las masas de consumidores. ¿Conoce alguien a algún productor que recomiende a sus consumidores, actuales o potenciales, que ahorren?
Por tanto, la tesis de Bastos puede responder a la causa de la formación del primer capitalismo. Pero una vez que éste despliega todos sus efectos, aflora en toda su crudeza su antropología materialista. Si el capitalismo fuera tan propenso a congeniar con la religión como sugiere Bastos, por poner un ejemplo, entonces hubiera frenado por sí solo la producción de mercancías y servicios «basura».
Por el contrario, la tesis de Bastos omite todas estas salvedades, y establece un nexo indemostrado entre capitalismo y espíritu religioso que, además, ignora las circunstancias y contexto socio-religioso en que emergió el capitalismo, que fue básicamente la progresiva separación de la moral económica católica, y la exaltación de la ascesis de la frugalidad, el espíritu calculador e individualista (como bien expone Werner Sombart en «El burgués»), y la mentalidad de trabajo y afán en comparación al valor dado, por la clasicidad, al ocio y la contemplación como actividades superiores del alma (Alfred Von Martin, «Sociología del Renacimiento», Rubén Calderón, «La ciudad cristiana»). El capitalista —o burgués— es pura voluntad, pura acción, pura ratio prevalente sobre la traditio. Es, por otro lado, la mentalidad activista del americanismo condenada por León XIII en Testem Benevolentiae.
Así, la virtud, tal como la entiende Bastos, y como bien la define Von Martin, es «un ideal puramente formal sin referencia a valor objetivo alguno (religioso-moral) de comunidad, sino sólo en el sentido de artífice dentro de su propio campo, en el cual desarrolla su actividad con el auxilio de todos los medios».
Esa ausencia de referencia objetiva es lo que distingue el concepto clásico de virtud del que aplica Bastos a su ideal burgués. Lo que se hace pasar por virtud, es pura ascética, pura voluntad, no para la propia perfección y para Gloria de Dios, sino para un bien particular que el hombre, individualmente, se auto-impone como objetivo. No hay equiparación ni analogía posible con esa «acumulación de energías» para un bien sobrenatural, de la que habla Gambra en su profunda reflexión. Así pues, prosigue Von Martin, «esa creencia, típicamente burguesa y urbana, de que todo puede ‘hacerse’ con el dominio de una técnica racional, es por completo opuesta a la mentalidad feudal o religiosa». Se trata de un ideal, el burgués, pragmático, libre, a la vez auto-disciplinado, y al mismo tiempo, emancipado de la religión, de no ser por un vago espíritu de religiosidad cultural con fecha de caducidad impresa.
Se trata, por tanto, nuevamente, de puro naturalismo económico. Concretamente, de sobrenaturalizar lo que es puramente humano —y, por tanto, afectado por la caída original—, confiriendo carta de naturaleza a la mentalidad burguesa. Insisto, no parece necesario extenderse en argumentos, bastando la observación de la realidad para darse cuenta de que los frutos malos vienen del árbol malo en el que han crecido. Culpar exclusivamente a otros árboles que han dado otros frutos malos —El Estado, las elites— de lo que realmente es un fracaso de la propia filosofía, constituye una pretenciosa ignorancia de la realidad.
Como ya dijimos aquí y aquí, si de algo se sirve la ideología globalista, es del propio liberalismo económico. Porque el capitalismo es la juntura que permite acoplar la ingeniería social y hacerla prevalecer sobre las legítimas soberanías nacionales, conformando el pensamiento único global que tanto nos azota. El remedio para ese azote no es la ascesis materialista, sino una verdadera conversión religiosa que lleve aparejada el resto de virtudes. Buscad el Reino de Dios…
(Continuará)
Gonzalo J. Cabrera, Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta.
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