Como decíamos antes, Gabriel Cisneros, a diferencia de Gil de Sagredo, ve las políticas de los Gobiernos franquistas positivamente, como congruentes y conformes con el sistema constitucional instaurado por Franco. En lo que no difiere esencialmente Cisneros con Gil de Sagredo es a la hora de describir los frutos o efectos acabados de esas políticas, y cuya síntesis merece la pena transcribirse en extenso de su mentado artículo en Blanco y Negro. Dice así: «Por vez primera, España dispone de un aparato estatal y administrativo con vigor y aptitud suficientes para limitar y hacer frente al siempre abusivo poderío de los grandes grupos oligárquicos de interés. Por vez primera, España dispone de una auténtica burguesía, con pautas de comportamiento europeo. Por vez primera existen unas verdaderas clases medias, insustituible sostén de todo intento democrático. Por vez primera, el proletariado español –si bien harto legitimado para cualquier exigencia reivindicativa– no se ve obligado a plantear sus postulaciones en términos de miseria y supervivencia. Esto no son juicios ideológicos, apreciaciones polémicas; son meras constataciones, advertibles a la observación menos sagaz. El país –por citar alguno de sus perfiles más esperanzadores– se ha secularizado de una forma rotunda y total. Hay sectores sociales enteros, como el campesinado –bastión del más duro conservadurismo–, en trance de auténtica pulverización, a impulsos de la urbanización y el industrialismo. El turismo no fue sólo el providencial maná del crecimiento económico, sino el más venturoso de los hachazos a la mentalidad y formas de vida de la España hermética. La dura aventura de la emigración ha representado otra refrescante escotilla de penetración. El mito de la «ciudadela» hace agua por todos los costados. Y si paramos la vista en nuestra juventud –más culta, más libre, más tolerante, más desprejuiciada– las conclusiones son aún más radicales y esperanzadoras. Ese atroz amasijo de fanatismo, ignorancia, represión, crueldad y orgullo que constituía el bloque de pseudovalores de la España negra no ha soportado el leve oreo a los aires del presente, que ha supuesto el acceso de los españoles a los modos de vida de la modernidad. Sea cual sea la óptica y los apriorismos desde los que los historiadores de mañana se asomen a la España de Franco, será difícil dejar de reconocer al Régimen el supremo mérito de haber alumbrado unas condiciones sociales que excluyen cabalmente la necesidad de acudir al recurso límite que lo originó. Por ello es legítimo, adecuado y correcto aludir a la presente madurez política de los españoles. Expresión metafórica que no creo deba interpretarse […] sino […] como una ratificación de la idoneidad de las presentes condiciones sociales del país para intentar la democracia».
A todo esto, podríamos añadir también las quejas que en el ámbito moral lanzaba el democristiano Carrero Blanco en una Nota de 15 de Octubre de 1969: «En la vertiente de la literatura, el teatro y el cine, la situación es igualmente grave en el orden político y en el moral. Las librerías están plagadas de propaganda comunista y atea; los teatros representan obras que impiden la asistencia de las familias decentes; los cines están plagados de pornografía. En aras de un turismo de alpargata, se protege en los clubs “play-boy” los “striptease”… En fin, todos los días, gota a gota, se está lanzando corrosivo sobre la moral de los españoles y todo lo que éstos están ganando en bienes materiales lo están perdiendo en valores morales. Esto es muy grave y estamos asumiendo todos una gran responsabilidad ante España y ante Dios. Comentando un día la situación de la prensa española en la época de la II República dijo Pío XI: “Un pueblo que cada mañana se desayuna con esta dosis de veneno va directa e inexorablemente a la catástrofe, ¡pobre España!”. La situación no es hoy, por desgracia, muy diferente».
Está bien que se denuncien las políticas que llevan a cabo los Gobiernos del actual régimen cipayo, financiadas por varias organizaciones internacionales, empezando por la Unión Europea, para la promoción de distintas transformaciones sociales que tienden a la consolidación de la masificación y control de la población autóctona a manos dichas organizaciones, dedicadas a implementar así en suelo doméstico su propia Agenda. Pero denúnciense todas las políticas de todos los regímenes cipayos sucesivos, y no unas sí y otras no, como ocurre con esa falsa dialéctica entre franquismo y setentayochismo. A no ser, claro, que se pretenda hacer creer que todo ese reguero de dinero con que las organizaciones internacionales, empezando por el FMI y el Banco Mundial, inundaron a los Gobiernos de la dictadura franquista –sobre todo a partir de los últimos años de la década de los cincuenta, una vez culminada la integración del Estado franquista en las mismas–, no tenían nada que ver con la implantación, a su vez, de una determinada Agenda de ingeniería «social» en orden a la homologación española con los demás países del entorno occidental (política de homologación reconocida, por lo demás, por su principal impulsor, L. López Rodó, tal como expusimos en «La síntesis racionalista definitiva de Gonzalo Fdez. de la Mora»). ¿No será que las políticas de uno y otro régimen forman parte en realidad de una misma y única Agenda, y por lo tanto habrá que considerarlas verdaderamente como fases sucesivas de un mismo proceso unitario? Como decía Rafael Gambra al comentar las palabras del artículo de Cisneros, en un ensayo titulado «Atroz» (EPN, 24/10/1974): «En fin. Algunos se preguntan por qué, dadas tantas premisas y condicionamientos, no se ha producido ya entre nosotros una catástrofe nacional […]. Quizá sea un error de perspectiva. Las más grandes catástrofes históricas no se producen, sino que, como el cáncer, se descubren». Simplemente, es la Historia de la Revolución en suelo español.
Félix M.ª Martín Antoniano
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