Ante el féretro del Rey

EN EL ANIVERSARIO DEL FALLECIMIENTO DE S.A.R DON ALFONSO CARLOS

En solemne y público cumplimiento de la promesa que hice a V.M. nuestro bien amado Rey Don Alfonso Carlos, vengo en este momento inolvidable, a renovar mi juramento de ser el depositario de la Tradición legitimista española y su abanderado hasta que la sucesión quede regularmente establecida.

Mi juramento de sostener y guiar a la Comunión Tradicionalista Carlista Española, debe cumplirse en la época más grave de su gloriosa existencia, pero así como la vida del Rey que lloramos nos estuvo consagrada hasta su último trágico suspiro, así lo estará la mía hasta que Dios me otorgue la merced de terminar la misión de que estoy investido, tal como lo hubiera hecho el mismo Rey Alfonso Carlos.

Al tomar la bandera que el Augusto finado ha puesto en mis manos, me dirijo a todos recordando que la Comunión Tradicionalista es católica antes que nada, patriótica en la unidad intangible de las variedades regionales y esencialmente monárquica a través del curso fecundo de una historia milenaria y auténticamente española.

La sangre de nuestros mártires de otros días ha hecho brotar generosa la de una muchedumbre de nuevos mártires que ante el mundo desequilibrado de nuestros días, han mostrado a España levantándose en un arranque admirable de abnegación, la España que salvó a Europa rechazando a los moros; la misma que llevó a América la Cruz y la Civilización; la que impidió el dominio turco en la memorable ocasión de Lepanto; la misma que hoy llama con magnífico ejemplo a Europa para batir las hordas de los sin Dios y de los sin Patria, que intentan el asalto y la destrucción de la civilización y de la Cristiandad.

Vuestros gritos, Dios, Patria y Rey, han unido a todas las fuerzas saludables en colaboración con el Ejército, unión que por la fe y el valor de los Requetés tendrá ya bastante garantía de no romperse jamás, restaurando, por la amistad inquebrantable de los combatientes, la armonía más fuerte que la vida, que es base de la justicia y sagrada utilidad del Ejército, y cimiento de la verdadera vida de las naciones.

Subyuga el honroso ejemplo de energía de la joven generación, ahora en armas, queriendo con plenitud de viril voluntad, reconstruir la inmortal España, creyendo en Dios y en sus destinos universales, sobre las bases inconmovibles de la justicia, del orden moral y material, y de la seguridad de todo bien, en prosperidad de la Patria común.

El llamamiento del Rey y el mío, se dirige a todos y espero ser escuchado más allá de las trincheras y de los odios.

De todos modos, por duros que puedan ser los combates futuros, venceremos. Diríase que sólo cuando ya ha visto que la aurora de la victoria dora las cimas de la Patria, ha conseguido tomar descanso en la tumba, el Augusto anciano cuyo cuerpo tenemos aún presente y que fue el último vástago directo de la gran dinastía carlista de los legítimos Reyes de España. La victoria es ya segura y sobre ella se asentará la paz fecunda; el porvenir está asegurado y no tardaremos en volver a este mismo lugar para decir ante el sepulcro de V.M. presentando armas: Señor, os hemos obedecido; la victoria está acabada. Os damos gracias, porque habéis sido el padre vigilante y el guía prudente que nos ha preparado esta victoria. La Dinastía Carlista, primera rama de la Casa de Borbón, al extinguirse directamente, ha dejado cumplida su misión de salvar a la España eterna. Al ascender al seno de Dios, no dejará vuestra Majestad de continuar guiando a España.

Francisco Javier de Borbón, Príncipe Regente de España.

En Puccheim, a 3 de octubre de 1936.

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