JMJ: Jornada Mundial Jipi (I)

A la Fe, la Esperanza y la Caridad, Francisco nos propone, si no oponer, al menos sí contraponer: «el medio ambiente, el futuro y la fraternidad»

La «anunciación a María» según la JMJ

El autor, que lleva media vida soportando estoicamente que le acusen de franquista y de comunista con una regularidad de reloj suizo y, a menudo, por las mismas personas, no teme embarcarse de nuevo en una deconstrucción de la buena conciencia injustificada de sus correligionarios. La tesis escandalosa en esta ocasión es que, por más obispos y cardenales y papas con que cuenten las Jornadas Mundiales de la Juventud, no son, por ello, más católicas.

En lugar de cartas dirigidas a furibundos seres internáuticos que no dudarán, desgraciadamente, en responder con amenazas y desatinos en lugar de con argumentos (muestra más que evidente de haber dado en la yema, como suele decirse), procederemos por el método gramatical de la declinación: ¿Cuántas cosas pueden significar, a la vista de los acontecimientos, las siglas «JMJ»?

Rafael Gambra Ciudad, de muy grata memoria, nos advertía con su habitual lucidez, desapasionada sin estar por ello exenta de santa esperanza, de «Los tres lemas de la sociedad futura». La sociedad futura se cierne sobre nosotros antes de lo esperado. Sus lemas no son enunciados con suficiencia desde los púlpitos paganos de las organizaciones internacionales; ni con académica arrogancia por los filósofos de cámara de alguna siniestra secta ideológica engendrada en oscuras facultades europeas o americanas. Sus tres lemas los anuncia, con su bien curtida modestia de jesuita avezado el Santo Padre Francisco. No los llama «lemas». Los llama «laboratorios de esperanza».

El timorato católico que se dice «conservador» los habría denunciado con vehemencia, de no haber sido el Santo Padre, sino algún portavoz de la Agenda 2030 (con cuyo léxico se compadecen tan bien) quien los hubiese proclamado a los cuatro vientos, pues son una réplica simiesca, un reflejo deforme, un aborto natural y naturalista de las virtudes teologales. A la Fe, la Esperanza y la Caridad, Francisco nos propone, si no oponer, al menos sí contraponer: «el medio ambiente, el futuro y la fraternidad».

El «cuidado de la casa común» ha pasado de caer bajo la categoría de la teología moral a la de la teología dogmática. Resultaría ocioso insistir, hoy, en pleno siglo XXI, en la necesidad imperiosa de separar las latas de Coca-Cola de aluminio de los envoltorios de papel del pan. Resultaría extremadamente inconveniente que una autoridad universalmente reconocida, como la del Soberano Pontífice, se decidiera a atacar el problema en su raíz. Sin entrar a hacer valoraciones sobre la incidencia potencialmente catastrófica de las latas de aluminio sin reciclar para el porvenir ecosostenible del planeta Tierra; es más, suponiendo, a efectos puramente retóricos, que sea así: ¿la solución pasa, verdaderamente, porque el ciudadano de a pie las clasifique tediosamente en diferentes cubos de basura o por que dejen de comercializarse por completo? La misma cantilena de siempre: que el particular pague el pato de los jugosos y económicamente ventajosísimos ecocidios de los demás. Ya es lamentable que el Soberano Pontífice se preste al juego de los ideólogos del ecologismo; pero que lo haga, además, del lado del lavado de cara de las grandes empresas, es bochornoso.

No. Sobre ese tipo de comportamientos ecorresponsables ya no hace falta insistir, porque estamos todos más o menos bien inoculados (como de tantas otras cosas). La moral neocatólica se ha instalado en las conciencias de los fieles con más rapidez y mayor eficacia que la nueva fe. Recuerdo que, con ocasión de la reforma de la ley del Infanticidio Legal y Gratuito de 2009 la Conferencia Episcopal Española, gobernada en aquellos entonces por un representante, tal vez no de la tradición católica, pero sí del ala dura de la Iglesia post CVII, el cardenal Rouco Varela, lanzó una campaña publicitaria en la que se contraponía la imagen de un bebé con la de un cachorro de lince ibérico sobre el que aparecía la palabra «Protegido», con el lema «¿Y yo…? ¡Protege mi vida!». Es curioso que, en la actual coyuntura político-eclesial, no es descabellado que esa misma CEE, en aplicación de las más recientes y rutilantes enseñanzas del magisterio (?) papal, recupere esa misma campaña publicitaria, únicamente cambiando de lugar la palabra «Protegido».

Como en la nueva Iglesia tenemos todos muy claro que la fe (católica) no es una cuestión de aquiescencia de la razón a una serie de conocimientos revelados por Quien sabemos infinitamente más sabio que nosotros, sino lisa y llanamente la toma de conciencia de nuestra propia dignidad como seres humanos, resulta que el acto de fe se nos ha tornado a todos facilísimo. Mi fe (católica) consiste en encontrar a Jesús (no a Cristo, que eso tiene graves connotaciones no-arrianas) en mi vida, tomar firme e inquebrantable conciencia de que Dios me ama a pesar (y quizás, precisamente, en razón de) mis pecados y mis infidelidades y que, pase lo que pase y haga lo que haga, estoy salvado (sea lo que sea eso). Mi vida moralmente católica consiste en dar testimonio. ¿De qué? De lo salvado que estoy en razón de mi inderogable dignidad como persona. La nueva fe (católica) es muy fácil. Por eso la nueva Roma ha dado en proponernos un complemento moderno y progresista en forma de «Fe» (ecológica).

(Continuará)

Justo Herrera de Novella

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