Al estudiar la Historia del legitimismo español nos topamos con innumerables clichés. Incluso en las aulas escolares, ya nos encontramos cómo las falsedades echadas sobre España van de la mano con las caricaturas del carlismo.
Nuestra patria carga con una leyenda negra, igual que la Iglesia, levantada por sus enemigos. Así también el liberalismo erigió su relato negrolegendario sobre qué es el carlismo.
¿Con qué finalidad? Aniquilar la extensión, el apoyo social y la fuerza militar y política de la Comunión Tradicionalista. Una España católica no se desmenuza así como así, y los tópicos contra la legitimidad hispana se usan desde hace dos siglos para conculcar sus cimientos. Porque, ante el ataque de la Revolución, la España católica es y fue la España carlista.
Uno de los clichés más enconados es el de pintar a los requetés como aguerridos salvajes. Como ese animal de cresta roja que caricaturizara Baroja. ¿Sus rasgos? La crueldad, la matanza indiscriminada: un temperamento consistente en la irreflexión pasional.
Sin embargo, una turba u horda de salvajes no puede hacer avances militares ni conservarlos. Ante los contraejemplos más sencillos de la Historia, este prejuicio cae por su inverosimilitud manifiesta. Al menos, al entendimiento con sentido común.
Siempre sucede algún abuso en la guerra, pero pintar a las partidas de requetés como productores de los grabados negros de Goya no se sostiene al confrontar los datos históricos. No sólo hablamos de que, desde la Primera Guerra, regía un imponente régimen de disciplina frente a las injusticias entre las fuerzas realistas. El requeté, al igual que fue un tipo de soldado se distinguió por la nobleza o la resistencia, se destacó por su obediencia y sujeción al mando.
Ese mito del carlismo bárbaro y montaraz no permite explicar la conquista de amplias regiones de la Península: ni durante la Primera, donde toda España podría decirse que se adhería a don Carlos V, ni en las siguientes guerras. Esa saña atribuida falsamente no satisface el hecho sorprendente de que las distintas partidas que recorren el territorio adentrándose en el terreno controlado por el enemigo (bajando desde Estella, desde Castilla la Vieja, Aragón o Cataluña), regresen con más efectivos que cuando salieron, los cuales se alistaban alegremente.
¿Qué alegría produce la tortura, cuántos corazones adhiere el terror? Esas acciones paralizan, aletargan, no animan a la población. Desde este cliché no puede explicarse la pacificación que consigue realizar el ejército carlista, hasta el punto de que el Reino de Estella llega a acuñar moneda y aplicar un Código penal incluso en la Tercera Guerra.
Sólo la honradez predicada con el ejemplo, sostenida en tiempos de guerra, pudo hacer posible el arraigo popular que también en la paz enemiga mantuvo la Comunión Tradicionalista.
El desorden no dura mucho, quienes buscan la justicia no ponen sus esperanzas en el caos. Que el ideal legitimista haya sido abrazado extensamente, manteniendo con aliento su pervivencia y continuidad histórica, es un hecho que no habría sucedido si esa falsedad fuese cierta.
Roberto Moreno, Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid
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