El conflicto entre el llamado Estado de Israel y Palestina es el paradigma de las contradicciones del liberalismo occidental. Allí confluyen todas ellas y, como las olas del mar embravecido, impactan violentamente con el dique de una realidad inaccesible a la ideología. Una ideología abonada durante décadas con la mentira y la manipulación.
El conservador medio, intoxicado por la propaganda, verdaderamente cree que tras las fronteras injusta y criminalmente guardadas por los israelíes se extiende un infierno de bárbaros cuyo único objetivo es terminar con nuestra civilización (si es que nos queda tal cosa). Y aunque parezca que algo de razón tiene en esto, como en otras tantas cuestiones de política internacional, la izquierda progresista suele acertar más que la derecha conservadora, aunque sea por loable contradicción: sabe que ese infierno es causa directa o indirecta del neocolonialismo criminal que han practicado los mismos que dicen defendernos de él.
Sin embargo, el conservador medio no atiende a razones en este tema: el vídeo de tal o cual salvajada perpetrada por yihadistas, incluso aunque no sean palestinos, les servirá para justificar moralmente un proceso colonial que perpetúa la injusticia original que nos ha llevado al desastre. Ignora las salvajadas aún más execrables cometidas de adverso. No se pregunta de dónde y cuándo surgen los yihadistas que hoy asaltan eso que llaman Israel, ni quién los financia, ni quiénes son sus rivales en Palestina y en todo el Oriente Próximo. No se percata o no quiere percatarse de que toda la política exterior del bloque atlantista con respecto al mundo árabe, por ir a las cumbres del problema, ha favorecido las redes clientelares del yihadismo internacional del que Hamás se nutre y ha derrocado a todos los caudillos y tiranuelos que las obstaculizaban —protegiendo con ello a los cristianos, después desguarnecidos ante las hordas mahometanas—, so pretexto de favorecer un «proceso de democratización» temerario, por no decir imposible, y a su vez pretexto de otros intereses más oscuros e inconfesables.
El conservador medio, en definitiva, ha perdido hasta el más mínimo sentido de la justicia sobre las condiciones particulares en que necesariamente debe realizarse, abstracción hecha de los excesos contingentes y accidentales que se puedan producir; ese mínimo sentido de la justicia que aún mantiene una parte de la izquierda en este tema (que no en otros), por más que inconsecuente y desnaturalizado por la ideología de los derechos humanos y la posmodernidad. Ser demócrata liberal es, para el conservador medio, un cheque en blanco para colonizar un pueblo entero. O más de uno.
Paradójicamente, cuando se trata de Palestina, la derecha conservadora es más consecuente con la ideología liberal que la izquierda progresista, cuya política en Occidente, en cambio, es más coherente que la de la derecha conservadora. Por eso Palestina es el espejo de las contradicciones del liberalismo.
Y en medio de esas contradicciones, el yihadismo sigue creciendo, los cristianos siguen muriendo y los palestinos siguen siendo criminalmente colonizados. Hasta que estalle el polvorín. «Y el culpable —ha dicho magistralmente Juan Manuel de Prada en su columna de ABC— será Occidente, que ha tolerado que los palestinos sean tratados como perros sarnosos por un Estado, creado artificialmente para acallar su mala conciencia, que ha ejercido durante décadas un poder omnímodo y brutal al margen de la ley».
Manuel Sanjuán, Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella
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