El magisterio de la Iglesia y el naturalismo económico (y XII)

CUALQUIER PARECIDO CON LA DOCTRINA CRISTIANA, NO ES QUE SEA COINCIDENCIA; ES UN PURO Y LLANO ESPEJISMO

Prometeo encadenado, Pedro Pablo Rubens.

Es, pues, momento de concluir acerca de lo dicho durante esta serie de artículos. A mi modesto juicio, los errores consistentes en proclamar la compatibilidad de la doctrina económica liberal, libertaria, o cuantas denominaciones análogas se le quiera dar, tiene una raíz, y a su vez múltiples ramificaciones en forma de falacias de diversos tipos.

La raíz a la que nos referimos es la idea de libertad: los liberales de escuela repiten hasta la saciedad que la libertad no es más que la aptitud, exenta de trabas externas, para desarrollar el proyecto de vida de cada cual. Sobre esta base se asienta lo que sigue, que es toda la reflexión acerca de la acción humana. Puesto que se confunde libertad con libre albedrío, se allana al camino a todo el catálogo de libertades modernas, que acaban siendo un anexo de la libertad por excelencia, tal como emergió en el Renacimiento: la libertad del comercio. Y es que el término «comercio», que en un principio se concibió strictu sensu, es en realidad el molde que permite hornear el resto de libertades de perdición. Si se puede comerciar libremente con las mercancías, puede hacerse lo mismo con las ideas, las ideologías y las doctrinas religiosas. El modelo librecambista en lo económico y proteccionista en lo moral, que muchos libertarios sueñan, no lo veremos nunca porque no es posible, ontológicamente y sin violar el principio de no contradicción, aislar los postulados del liberalismo económico, de los del filosófico y moral.

La principal ramificación de esta confundida idea de libertad, es la elaboración de un catálogo de conceptos, nominalmente iguales o aparentemente extrapolables a la filosofía y teología católicas, que en realidad encierran un significado opuesto. Y esa dirección opuesta no es más que la que señala la filosofía moderna, erigida como azote de la escolástica cristiana medieval. Como vimos en Adam Smith, el derecho natural se reduce al instinto humano de apropiación; la ley moral es la regla de actuación que mayor utilidad particular; la ley positiva, la que maximiza el bienestar social; y el orden social, la arquitectura que maximiza la producción.

Por otra parte, no puede decirse, por poner un caso a menudo citado por sus apologetas, que la Escuela Austríaca de Economía, santo grial de los «tradi-libertarios» se limita a describir fenómenos económicos. Ese sería el menor de los males. Su gran problema es que para insertar su teoría económica en un contexto, debe acomodarla a un estereotipo humano que es contrario a la antropología, la filosofía y la teología católicas. En síntesis: un homo oeconomicus que actúa determinísticamente por instinto de enriquecimiento. Alguien podrá decir que eso es verdad porque se constata en la realidad, luego esa teoría sirve, entonces, para construir una doctrina sobre la acción humana. Pero la gran mentira está en considerar que eso corresponda a la esencia del hombre. Porque el hombre verdadero, el hombre íntegro, es el hombre redimido por Cristo. Lo que el liberalismo austríaco hace, en todo caso, es una radiografía del hombre pervertido por las bajas pasiones, como si ese fuese su estado propio, hasta llegar a una verdadera mitología acerca del hombre. Con ello, asumimos el vicio como consustancial al hombre, acercándonos peligrosamente al fatalismo protestante. Y, pretendiendo extraer del vicio consecuencias virtuosas (vicios privados, virtudes públicas, reza Mandeville), hacen creer a los incautos que el liberalismo económico es palanca del bien social.

Por último, la mitología antropológica libertaria, al elevar la virtud empresarial a la categoría ascética, olvida toda la teología moral y espiritual católica, convirtiendo al hombre en un mero servidor del mundo.

El materialismo naturalista constituye, pues, la clave de bóveda de todo el edificio liberal: el hombre sirve a la materia a través de una serie de inclinaciones espontáneas cuyo origen y finalidad se desconocen, pero de las cuales solamente tenemos la certeza de que se deben seguir, porque proceden de una especie de «arquitectura universal» que es un arcano para las potencias humanas. Y por tanto, cualquier otra «arquitectura» humana constituye un freno para el desenvolvimiento de ese orden espontáneo.

Parece que no hay que insistir demasiado para caer en la cuenta de que cualquier parecido con la doctrina cristiana, no es que sea coincidencia; es un puro y llano espejismo.

Gonzalo J. Cabrera, Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta (Valencia)

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