¿Fundamentos «cristianos» para un Estado liberal?

LAS SUCESIVAS DERROTAS EN EL COMBATE CONTRA EL LIBERALISMO POR PARTE DE LOS PAPAS CONDUJO A UN «BAUTISMO» DE LA DERROTA

El entonces cardenal Ratzinger (derecha) conversando con el filósofo alemán Jürgen Habermas (izquierda).

La decadente cultura política católica contemporánea ha desarrollado todo un conjunto de términos lingüísticos —en puridad de acepciones—  que han supuesto un viraje sustantivo de las líneas maestras de la política católica. Dentro de estos nuevos significados es digno de reseña el dotado al término «laicidad», irracionalmente contrapuesto al «laicismo», que vendría a ser su cara negativa.

La falsedad de dicha actitud encuentra una concreción especialmente relevante en lo tocante a las relaciones Iglesia-Estado (liberal). Las sucesivas derrotas en el combate contra el liberalismo por parte de los Papas condujo a un «bautismo» de la derrota, esto es, a desdecirse de todo lo dicho y afirmar la compatibilidad entre liberalismo y catolicismo. Veamos, a este respecto, la cooperación en dicha confusión de Joseph Ratzinger.

El teólogo alemán parte de la simbiosis entre liberalismo y catolicismo; el liberalismo, así, respondería a una imagen cristiana del hombre, como afirma en su carta a Marcello Pera del 4 de septiembre de 2008. Antes, había argumentado en la misma línea en el infeliz intercambio con Jürgen Habermas.

En Dialéctica de la secularización (Madrid, Encuentro, 2006), Ratzinger parte del  teorema de Böckenförde, presidente del Tribunal Constitucional alemán, de línea socialdemócrata, que afirma que el Estado liberal se asienta sobre presupuestos que no está en condiciones de garantizar. La Iglesia, de esta forma, vendría a llenar el vacío que el Estado liberal no puede, siendo, en el seno de la comunidad política, una entidad que dota de valores —empleo el término intencionadamente— morales al Estado neutro, o sea, liberal. Esta tesis es idealista, voluntarista y clerical.

Idealista porque se piensa en un Estado neutro a modo de entidad benéfica que fortalece las diversas iniciativas de los individuos, sin principios de ninguna clase más allá de la tolerancia. En realidad, el Estado, en tanto que liberal, no sólo no garantiza los presupuestos sobre los que se asienta, sino que se afana en disolverlos. La comunidad natural, la potestas, la subsidiariedad, la virtud, etc., son progresivamente erosionadas por los axiomas del Estado (neutralidad, razón de Estado, mecanicismo, contractualismo, soberanía, etc.). Presentar el Estado como marco común, concebido como un mero aparato, es confundirse, pues es el sustrato material animado por la causa formal de la modernidad «política», que condensa el liberalismo y se identifica con la libertad «negativa». En otras palabras, Ratzinger no hace más que un ejercicio que, con un barbarismo, puede calificarse como wishful thinking.

La tesis del teólogo alemán es, en segundo lugar, voluntarista, dado que pretende que la realidad se amolde a lo que es su deseo, o sea, la compatibilidad liberalismo-catolicismo. De esta forma, expresa una constante en la cultura política contemporánea, que confunde la realidad con la pretensión, y cierra los ojos ante la devastación. Así, por ejemplo, mientras los derechos humanos legitiman genocidios, guerras y aberraciones, los eclesiásticos siguen citándolos como conquista irrenunciable en defensa de la persona; o ante la secularización que condena a las almas como víctimas de falsas religiones —o a sus pasiones más elementales simplemente—, los eclesiásticos y sus camarillas siguen cantando las loas a la libertad religiosa. Y podríamos seguir con mil ejemplos, pero entendemos que la corrección nos impone ciertos límites.

Por último, la tesis de Ratzinger es, sustancialmente, clerical. El clericalismo como actitud mental de los clérigos les hace pensar, esperemos que sólo ingenuamente, que bautizando a sus enemigos éstos finalizarán sus embestidas. Lo que antes era condenado ahora es conquista de los católicos, lo que antes era subversión del orden ahora el «sana autonomía», los enemigos de Cristo Rey ahora son profetas de la «laicidad».

Esta actitud, no entro en casos concretos, no es honesta; responde, a mi juicio, a la consagración de la cobardía eclesiástica sirviéndose vilmente de su autoridad apostólica. Se bautiza, en nuestro caso, al Estado liberal para que finalice el hostigamiento, cuando los presentados como nuevos intérpretes del Evangelio son los descendientes de los verdugos de católicos años atrás. Podría decirse, a modo de conclusión, que dicha actitud se corresponde con el miedo que invadió a San Pedro ante la proximidad de su martirio, y lo impulsó a la fuga; quiera Dios que estos clérigos en desbandada encuentren en sus huidas vergonzosas al Divino Maestro que les pregunte: quo vadis?     

Miguel Quesada, Círculo Hispalense

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