Quizá uno de los peores clichés que se ha vertido sobre el carlismo es el de los tontos útiles. Según este tópico, los legitimistas serían un hatajo de beatos encerrados en capillas, atados por devociones melifluas y rosarios sin fin ni propósito.
Este prejuicio es especialmente malicioso. No porque diga una falsedad sobre el carlismo. Sobre todo, porque pinta a los católicos como bobalicones por esencia, incapaces de nada. Una imagen no solamente despectiva, sino que forma parte de la leyenda negra contra la Iglesia.
La caricatura se completaría aduciendo que esta romería inválida para otras labores, como ajena del todo al orden político, apoya sin embargo un liberalismo conservador, al alejarse en las votaciones del ala progresista. Por tanto, impide el avance del país.
El mito también se destruye ante la Historia. La ingente actividad de los Círculos, de los periódicos, radios, activismo plenamente político de la Comunión Tradicionalista; las esforzadas campañas bélicas, en tres Guerras Carlistas y en la Cruzada, las escaramuzas constantes durante la frágil paz; la presencia de nutridas y decisivas minorías parlamentarias carlistas en Cortes durante siglo y medio, despreciando a los conservadores, debelando su hipocresía anticatólica: conteniendo, paralizando y retrasando logísticamente la revolución.
Como los otros clichés, éste también busca un provecho, por eso el liberalismo lo ha inventado y lo ha extendido esforzadamente. El objetivo de desmovilizar la adhesión popular al carlismo converge con el de entibiar a una población católica de su amor a la Iglesia. Por lo mismo, supone un requisito en España para reubicar la influencia de la Iglesia en el nuevo Estado liberal, encadenada por el regalismo.
De este mito varios quisieron obtener varias utilidades. A los conservadores convenía mucho que este cliché calase y se abrazase, que el requeté en guardia se volviera una criatura de sacristía. Que sólo saliese de ellas a votar o hacer actos que fortaleciesen al partido conservador en su carrera por conquistar el Estado.
Huelga decir que de éste, su aprovechamiento principal, se lucraron todos los partidos conservadores, desde el canovista, a la Unión de Pidal, pasando por el unionismo de Miguel Primo de Rivera, el unificacionismo franquista o Fuerza Nueva, hasta llegar al Partido Popular o VOX.
Por otro lado, el falso relato servía también a la Revolución en su ala progresista. Identificaba el carlismo y el catolicismo popular como algo propio de la pata conservadora del régimen. Profundizaba con ello su retórica oscurantista y la necesidad de hacer avances revolucionarios sobre las leyes, las costumbres, y contra la entraña hispana.
Todo es bueno para el convento, dice el refrán. Para esa inversión conventual que es la Revolución, con su instante conservador y su ritmo progresista.
Roberto Moreno. Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid
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