Otro de los titulares que nos ha dejado la JMJ de Lisboa ha sido la «presencia oficial de los “católicos LGTBI+” por primera vez en su historia». ¿Existe, realmente, el oxímoron o se trata de una confusión? ¿Se puede ser católico y «LGTBI+»? ¿No? ¿Por qué?
El tema es inmenso, pero vamos a tratar de reducirlo a sus componentes elementales y a tratar de dar una respuesta satisfactoria a, al menos, las más importantes de esas preguntas. El problema, de hecho, también se le plantea a los que no han participado en la JMJ. También es un problema de tradis, porque no es un problema de teología moral vaticanosegundista; es un problema de teología moral a secas. La respuesta, en suma, es simplicísima y basta con hacer las oportunas distinciones. Basta, en muchos casos, con reformular la pregunta para que la respuesta salte a la vista. Aunque el artículo adquiera un tono algo escolar, como las dudas que asaltan a muchos sobre este tema son, también, desgraciadamente, bastante escolares, adoptaremos el procedimiento, algo tedioso, pero bastante claro, de proceder por preguntas y respuestas:
―¿Se puede profesar la fe católica siendo activamente homosexual? Es decir, ¿se puede profesar la fe católica en estado de pecado mortal? (Porque los comportamientos homosexuales son tan sólo una especie, aunque cualificada, de pecado mortal contra el Sexto mandamiento).
La respuesta es sí. La virtud teologal de caridad, es decir, la «amistad» con Dios se pierde, lógicamente, con un solo pecado mortal, pues destruye en nuestra alma aquello que nos hace ser amados por Dios. Pero el pecado mortal (salvo que se trate, específicamente, de un pecado mortal contra la fe), no destruye en nosotros la virtud teologal de fe, que tiene su asiento en la inteligencia ―y no en la sensibilidad, ni en el corazón ni, en suma, en la voluntad, aunque ésta sea necesaria al acto de fe―. Otra cosa es la calidad de la fe de aquel que se halla, regularmente, en estado de pecado mortal, de la que es legítimo dudar. Y que, probablemente, terminará por desaparecer también, si Dios no lo remedia. Pero, en sí, en principio, es perfectamente posible ser maricón en ejercicio y profesar de la manera más exquisitamente ortodoxa la fe católica. Ejemplos, lamentablemente, hay unos cuantos: probablemente la inmensa mayoría de los curas pederastas.
El catolicismo en pecado mortal es una de tantas paradojas que se dan a resultas de ese cóctel explosivo que es el libre albedrío combinado con el pecado original.
―¿Se puede uno salvar siendo activamente homosexual y muriendo, en tal estado, sin confesión? Es decir, ¿se puede uno salvar muriendo en estado de pecado mortal? (Por el mismo razonamiento que en la cuestión anterior).
La respuesta es no. Como la respuesta es no para el que muere con un adulterio sobre su conciencia; o con un aborto; o con una falta injustificada al precepto dominical sin haberlas confesado o sin haber hecho un acto de contrición perfecta antes de morir. Podría reformularse, también: ¿hay maricones en el Cielo? Pues quizá los haya, exactamente en el mismo sentido en que hay fornicarios (San Agustín), prostitutas (Santa Thais), idólatras (San Juan Diego) y ladrones (San Dimas): no, desde luego, muertos con tales crímenes restallando en sus blancas vestiduras de elegidos como brillantes manchas de carmesí, pero sí, sin duda, como punzantes recuerdos en sus conciencias: como dolorosos testimonios de su miseria y de su ingratitud hacia el Señor, en el momento de la muerte y hoy, en Su Beatitud (donde no hay, lo sabemos con certeza, ni la más leve sombra de tristeza y de dolor), como tantos otros motivos de alabar y dar gracias a Dios, cuyas misericordias son eternas.
―Quien experimenta, de manera regular y ordinaria tentaciones carnales contra naturam ¿pierde, por el hecho mismo de sufrir la tentación, el estado de gracia? Es decir, quien experimenta, de manera regular y ordinaria tentaciones de cometer un pecado mortal, ¿pierde, por el hecho mismo de sufrir la tentación, el estado de gracia?
La respuesta es no. Homosexual puede tener dos sentidos: uno, el que acabamos de describir y otro el generalmente admitido, digamos, de homosexual practicante. Yo no estoy enteramente de acuerdo con la distinción ni con el enfoque que cierta parte de la Iglesia actual le da al problema; niego la mayor: creo que homosexual debe utilizarse (digo esto sin salir del plano estrictamente semántico) de la misma manera en que se utiliza adúltero o ladrón: para calificar al sujeto que ha de hecho realizado actos de tal naturaleza y no para referirse al que experimenta una atracción sexual hacia personas de su mismo sexo. Porque, ahí, en ese sintagma, la trampa está hecha y el católico, sin querer, le acaba de regalar la baza al enemigo. Pero dejemos esto para mejor ocasión.
Aceptando la distinción y, a los solos efectos del razonamiento de este artículo, que ser homosexual sea sinónimo de experimentar atracción sexual hacia personas de su mismo sexo, es evidente que, como para cualquier tentación o acto pecaminoso, es necesario que la voluntad intervenga positivamente para que pueda darse un reproche moral. Dicho en otras palabras: se puede ser homosexual, en ese preciso sentido de quien experimenta y resiste a la tentación y católico. Incluso, respetándose esas condiciones, sin tener que pasar, necesariamente, por el confesionario. Porque tentaciones padecemos todos, de mil tipos diversos a lo largo del día, y mientras no consintamos en ellas y las rechacemos con fuerza y vigor, no hay en ello pecado alguno, sino más bien mérito y aumento de gracia, tan necesaria en nuestro cotidiano combate espiritual.
(Continuará)
Justo Herrera de Novella
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