El matrimonio greco-católico formado por Yeries (Jorge) Baouardy y su esposa, Mariam Chahine había tenido 12 hijos varones, pero la tragedia pesaba sobre ellos, ya que todos morían a los pocos meses de nacer o con pocos días de vida. Yeries y Mariam, que vivían en Galilea —entonces controlada políticamente por los turcos—, decidieron hacer una peregrinación a pie hasta Belén, distante de su casa casi 200 km para pedir a Dios una hija, prometiendo llamarla Mariam en honor a la Virgen Santísima. Dios escuchó sus oraciones y 9 meses después, el 5 de enero de 1846, fueron bendecidos con el nacimiento de su hija, la número 13 de sus descendientes —la primera en conservar la vida—. Cumplieron su promesa y llamaron Mariam a la niña. Un año más tarde, tuvieron otro hijo varón (Pablo). No había transcurrido la primera infancia de Mariam cuando murieron sus padres con muy pocos días de diferencia, uno detrás del otro. Mariam siempre recordó que poco antes de morir, su padre, tomándola en brazos y alzándola hacia una imagen de San José, lo había invocado: «Gran Santo, protege a mi pequeña. ¡La Virgen es su Madre, sé tú su padre! ¡Vela sobre ella!».
Según la costumbre oriental, los parientes se repartieron a los huérfanos que nunca se volvieron a ver. Pablo se fue con unos tíos maternos. A Mariam la acogieron sus tíos paternos, que la llevaron a vivir a Alejandría. A los 5 años comenzó a ayunar los sábados en honor a la Virgen María. Pensaba en vivir para Dios. En su 12º aniversario, su tío le anunció su compromiso matrimonial con el hermano de su mujer. El compromiso estaba hecho sin su conocimiento y la boda ya estaba preparada. Mariam se negó a casarse. Llamaron al obispo local para que le explicara su deber de obediencia, pero el día de la boda, en lugar de salir de su habitación con su ropa de novia y ataviada con sus mejores galas, salió con el pelo cortado sobre una bandeja junto con las joyas que debía haber lucido. Su tío comenzó a maltratarla, le dio oficio de esclava y su confesor no entendía nada y le negaba la absolución y la comunión. Un sirviente mahometano empezó a cortejarla, y le pidió que se hiciera mahometana. Mariam lo rechazó: «¿musulmana yo? ¡Jamás! Yo soy hija de la Iglesia católica y espero de permanecer tal a lo largo de toda mi vida». El hombre sacó un cuchillo, le cortó el cuello y tiró el cadáver a un callejón cercano. De esos días Mariam sólo recordaba que vio a su padre y a su madre, a la Virgen y los santos y a la Santísima Trinidad. Oyó una voz que le dijo «tu libro no se ha terminado de escribir». Una mujer vestida de azul curó sus heridas durante un mes en una gruta. Cuando se sintió repuesta, la mujer de azul la llevó a la iglesia de los franciscanos. Siempre tuvo en el cuello una cicatriz de 10 cm de largo y uno de ancho[1]. Buscó trabajo con una familia árabe cristiana, a los que dejó pronto porque viajó a Palestina para tratar de reunirse con su hermano menor. En el Santo Sepulcro hizo voto de virginidad. Tras una breve estancia en Beirut, y sin conseguir dar con el paradero de su hermano, acabó como cocinera con una familia árabe cristiana en Marsella, Francia.
Se sintió llamada a entrar en una congregación religiosa e hizo dos años de postulantado con las Hermanas de San José de la Aparición. Entre el jueves y el viernes le aparecían estigmas sangrantes en las manos y los pies —después se le abrió una llaga en el costado—. Este hecho le exigía modificar su horario de trabajo un par de días a la semana, lo que dio lugar a que fuera rechazada por la comunidad, acusada de incumplimiento de los horarios y, por ello, de alteración de la vida comunitaria. Con recomendación de su maestra de novicias fue admitida por el carmelo de la ciudad de Pau. Allí recibió el hábito carmelitano y el nombre de María de Jesús Crucificado. Junto con otras monjas, la destinaron a fundar un nuevo carmelo en Mangalore, en La India y tras unos años, regresó de nuevo a Pau. Durante esta época entró en contacto con María Lasserre, ama de llaves de la familia ducal de Parma. En 1871 hizo su profesión de votos solemnes y, por decisión expresa del Papa Pío IX, fue destinada a fundar el carmelo en Belén. Allí murió en el año 1878, al gangrenársele una herida.
María de Jesús Crucificado —su santidad es un hecho notorio constatado por muchos testigos a lo largo de su vida— nunca aprendió a leer ni a escribir y carecía de formación académica. En el monasterio sólo se dedicaba a las duras tareas propias de las «hermanas conversas» —pasaba casi todo su tiempo en la cocina o en la lavandería— pero Dios le concedió numerosas gracias místicas, revelaciones privadas y éxtasis. Parecía conocer los peligros que acechaban al Papa Pío IX, y en Roma escuchaban con atención sus mensajes, después de haber ignorado su primer aviso, en el que alertaba de que un puesto militar próximo al Vaticano había sido minado: el 22 de octubre de 1867 el puesto de Serristori de Borgo Vecchio explotó en pleno día. También conocemos la situación de la aldea de Emaús gracias a una revelación privada. Su maestra de novicias dijo de ella que era «un milagro de la gracia de Dios», y concordaron con esta opinión Leon Bloy y Julien Green, entre otros admiradores de la carmelita árabe. Hay quien ha pedido que sea nombrada patrona de los intelectuales católicos, pues cuando la ciencia empezaba a perfilarse como una seudorreligión, la vida de María de Jesús Crucificado interpela al mundo recordando que Dios es el Señor de su creación y hace milagros cuando quiere.
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[1] Un médico ateo que la reconoció años después cuando vivía en Francia, comprobó que le faltaban un par de anillos en la tráquea y exclamó ¡un Dios debe existir, porque nadie en el mundo, sin un milagro, podría sobrevivir después de una herida como ésta!
Padre José Ramón García Gallardo, Consiliario de las Juventudes Tradicionalistas
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