A raíz de su estancia en el carmelo de Pau, María de Jesús Crucificado recibió un pedido de oración en favor de la familia del duque Roberto de Parma. La hermana del duque, Doña Margarita de Borbón Parma, había contraído matrimonio con S.M.C. Carlos VII. Por su parte, el duque estaba casado con María Pía de Borbón, princesa de las Dos Sicilias, con quien vivió una sucesión de dramas familiares. En 1875 ya cuatro de sus entonces seis hijos eran discapacitados mentales. La petición de oraciones le fue transmitida por María Lasserre, ama de llaves de María Inmaculada de Borbón Dos Sicilias, quien había fallecido con solo 19 años, pocos meses después de su boda con Enrique de Parma.
María Lasserre pasó a ejercer como ama de llaves de María Pía de Borbón Dos Sicilias y fue la encargada de poner en contacto a la duquesa con la monja carmelita, que desde entonces estará al corriente de las pruebas por las que atraviesa la familia del duque, además de interesarse vivamente por los acontecimientos de toda su parentela. Mariam Baourdy, María de Jesús Crucificado, irá haciendo una interpretación de los acontecimientos en la oración, al estilo de la gran tradición profética que encontramos en la Sagrada Escritura. Comenzará a rezar por Don Carlos y a interceder por España, porque «Dios está con él, su espíritu está con él; pero España es muy culpable. Si al menos la mitad de ella se convierte, Dios le dará el triunfo, en caso contrario, se lo quitará y castigará a España dándole su espíritu a otro». La hermana Mariam solamente se preocupaba por la salvación de las almas y del propio país. Evita descender a las rivalidades personales, pero afirma «me doy cuenta de que España no posee la paz verdadera».
Permanecía indiferente a ambiciones y proyectos de príncipes, reyes y gobernantes, pero se veía impulsada a intervenir en favor de su conversión:
«Esta mañana he visto a Don Carlos y le he dicho que se aparte de las malas compañías. Le he dicho: “¡Oh, desventurado, después de todo lo que el Señor ha hecho por ti! ¿No te das cuenta de que el Señor hace continuamente milagros en tu favor?” Él se puso a llorar y prometió que no pecaría más. He visto que Nuestro Señor escribía su santo Nombre en la espada de cada uno de los soldados de Carlos y que decía: “no tengo piedad por ti, sino por este ejército, porque en él tres cuartas partes trabajan por mi Nombre y lo que no les recompense en la tierra, lo recompensaré en el cielo”». Esta afirmación implica que había una cuarta parte del ejército de Don Carlos no trabajaba por Dios, y, por lo tanto, no recibiría la recompensa del cielo. Este mensaje de la carmelita árabe es una advertencia que debe mover a la reflexión a todos los carlistas también en nuestros días, pues ante Dios no bastaba estar nominalmente en el Ejército real.
La arabita —pues así se la conocía— decía que Don Carlos recibía bien los sacramentos, pero que junto a él había un sacerdote débil que no le hablaba con la fuerza que debiera.
En el campo político María de Jesús Crucificado actuó con toda discreción y afirmó, pero sólo de palabra, que Don Carlos no iba a gobernar jamás. Tenía conocimientos sobre acontecimientos futuros, pero siempre fue en esa materia extremadamente reservada. De esta manera, se caracterizó por mantenerse al margen de las elucubraciones místico-políticas del momento. Del mismo modo, se negó también a hacer pronósticos sobre el futuro del gobierno de Francia. «Lo que he dicho del Príncipe Imperial (de Francia), no te digo que haya sido elegido por ahora, no sé nada más de lo que te he dicho; por ahora o para más adelante, no lo sé, lo único que sé es que el buen Dios se servirá del enemigo y que lo confundirá por sí mismo. En cuanto a Enrique V (de Francia) y Carlos VII, tengo el buen presentimiento de que es voluntad de Dios, pero Dios tiene todo el poder del mundo y hará lo que quiera. Por el momento, siento que Dios quiere castigar al mundo porque hay muchas generaciones que niegan a Dios».
María de Jesús Crucificado continuó acompañando a Don Carlos con su oración. No se olvidaba de presentar a Dios sus intenciones y tampoco las de la familia ducal de Parma. Llama la atención una anécdota: pidió al duque Roberto que su primer hijo se llamara Elías. Este tipo de petición podría parecer una rareza o excentricidad, pero las carmelitas de Belén veían en esos pequeños gestos lo que hay en el corazón. El duque optó por su propio nombre, Roberto. La religiosa no escribió más a la duquesa María Pía, para no indisponerla contra su marido. Eso sí, indicó que Dios iba a castigar al duque: tendrían más hijos enfermos, sobre todo mujeres, pero los varones no sobrevivirían hasta que el duque Roberto ofreciera de corazón a Dios ese gesto de imponer Elías a uno de sus hijos. Además, anunció que sucedería una desgracia que prefería no decir. «El duque tendrá su criterio, Dios tiene el suyo». Roberto de Parma tuvo dos varones que murieron al nacer. Por fin, en 1880 el duque decidió llamar Elías a uno de sus hijos. El duque Roberto tuvo también otros 12 hijos de un segundo matrimonio, todos sanos, entre ellos los príncipes Sixto y Javier, además de 3 hijas carmelitas, y otra mujer, Zita, esposa del futuro emperador el Beato Carlos de Austria.
María Lasserre, el ama de llaves que puso en contacto a los duques de Parma y a S.M.C. Carlos VII con la monja carmelita, y de cuya correspondencia se pueden extraer bastantes datos sobre la historia familiar, continuó vinculada a la familia. Sus últimos años los vivió consagrada a dedicar su fortuna —varios legados que le hizo María Inmaculada de Borbón Dos Sicilias— a obras de caridad y a financiar la casa de los salesianos en Caserta, precisamente dedicada a la memoria de María Inmaculada.
Padre José Ramón García Gallardo, Consiliario de las Juventudes Tradicionalistas
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