Ante nuestros mayores, ante Dios

DISCURSO PRONUNCIADO POR DANIEL DEOGRACIAS HERRÁN EN LA CENA MADRILEÑA DE CRISTO REY DEL PASADO SÁBADO

Reverendo padre, miembros de la Secretaría Política, presidente de la Candidatura Tradicionalista, presidente del Círculo, correligionarios todos:

Se ha dicho que cuando no puede hacerse política, debe hacerse una labor prepolítica. Del mismo modo que el carpintero, falto de madera, antes de carpintero se ve forzado a ser leñador para procurársela.

Hay que tener claro en qué sentido se afirma esto de cuando no puede hacerse política. Porque no es que la Comunión sufra en exclusiva esa tesitura. Es España la que padece ese instante en que no puede hacerse política, al igual que innumerables países deshechos. El motivo es que faltan los elementos sobre los que se ejercita la organización política, la labor de gobierno, debido a la desolación revolucionaria.

En uno de los pasajes de La Ciudad de Dios, San Agustín trata un aspecto imprescindible para la edificación de la ciudad católica. Con su permiso leeré algunas de sus líneas:

«Donde no se dé la justicia que consiste en que el sumo Dios impere sobre la sociedad y que así en los hombres de esta sociedad el alma impere sobre el cuerpo y la razón sobre los vicios, de acuerdo con el mandato de Dios, de manera que todo el pueblo viva de la fe, igual que el creyente, que obra por amor a Dios y al prójimo como a sí mismo; donde no hay esta justicia, no hay sociedad fundada en derechos e intereses comunes y, por tanto, no hay pueblo, de acuerdo con la auténtica definición de pueblo, por lo que tampoco habrá política, porque donde no hay pueblo, no puede haber política».

Es cierto que siempre quedan, y siempre quedarán restos de naturaleza. Y siempre restos de pueblo y de bien común mientras queda sociedad. Pero no podemos negar el estado precario y disminuido de las familias, vecindades, municipios, comarcas, gremios que debieran componer este pueblo.

Todo esto de lo que hablo no es para deprimirnos: celebramos hoy Cristo Rey, celebramos la unidad católica que es la esencia de España. Hablo de ello porque debemos atender la acción política a que estamos obligados. Celebrar a Nuestro Señor, que es Rey de las sociedades, es servirle para que reine efectivamente en ellas. Celebrar la España real es servirla para que perviva.

Y servir políticamente a Dios, al legado de nuestros padres, hoy, es preparar y alentar lo necesario para la política. En estos tiempos bajos, suele apelarse a los primeros cristianos, o a los resistentes asturianos que restauraron España. Pero no suele atinarse en aquello de lo cual debemos tomar ejemplo. Ellos, que, como Agustín y los de su tiempo, no pudieron hacer política, prepararon la política. No había pueblo, sólo jirones que aunaron para edificar un pueblo.

Igual nos toca hacer a nosotros. Es la labor de irrigar lo que está en germen, de enderezar poco a poco lo que está torcido, de restaurar lo que ha sido arruinado. Es el trabajo, menudo, esforzado, de hallar esos restos de pueblo para poder acrecentarlos. Una faena ardua, organizada, jerarquizada.

La de fundar familias y fomentarlas, la de ser visibles y encontrar a quienes reaccionan sanamente contra la revolución. La de reunirlos de modo orgánico bajo la autoridad natural y común. Porque ninguna familia sobrevive sola; ninguna vecindad, gremio, colectivo, región sobreviven solos. Es absolutamente preciso un amparo y una organización común para que pervivan. Es necesario el cuidado diligente del retoño de lo que volverá a ser pueblo, de lo que será regido por la política.

En esto consiste la labor prepolítica. Esto no quiere decir renunciar a las labores de difusión o propaganda: al contrario, no pueden faltar. Esto no significa renunciar a la acción cultural y formativa: al contrario, es indispensable. Esto no supone abandonar los círculos ni la militancia: al contrario, son el bancal donde esto puede echar raíces.

Los cristianos primitivos también tuvieron sus tentaciones para contemporizar, con sus pompas de gloria y de éxito público. Lo mismo los españoles resistentes en las montañas cantábricas. Porque el posibilismo político encarna muchas formas, en todo tiempo; aunque el barco esté deshecho y naufragando promete el éxito de la navegación: todo esto te daré si posternándote me adoras (Mateo, IV, 9).

Ellos supieron no dejarse engañar. La Comunión Tradicionalista, encabezada por Don Sixto Enrique de Borbón, es la nueva Covadonga porque se consagra, ante todo, a la unidad de religión como principio de gobierno, sí. Pero también porque actúa a semejanza de ellos; porque siguió siempre verdaderamente y sigue siempre su ejemplo. Don Rodrigo y sus leales no eran locos: entendieron lo que es la política, que no es cualquier cosa. Supieron ver la magnitud de la misión que tenían por hacer y fueron firmes para cumplirla.

Los que se dejaron engañar, sin embargo, incluso con obispos y primados a la cabeza, no sólo quedaron en el vertedero de la Historia. Ante todo, erraron al servir la realeza de Cristo, no siguieron la senda de sus padres.

No se puede hacer cualquier cosa, porque no todo es bueno ni útil. En cambio, se pueden hacer muchas cosas que son buenas y son útiles. Hay un engaño de nuestro tiempo que hay que evitar, que es la inmediatez. Como sabemos por la Historia, esas gestas dieron un fruto temprano, pero no inmediato. Ahora bien, todas esas labores útiles, fructíferas, buenas que pueden hoy hacerse nos esperan delante de nosotros, como el campo que aguarda la siembra. Los sudores a que nos invitan se derraman ante nuestros mayores, ante Dios. Todo para la España católica por venir.

¡Viva Cristo Rey!

 

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