Desde que en el año 2004, el Círculo A. Molle Lazo recuperó la celebración de la fiesta de Cristo Rey en Madrid, han hablado en ella numerosas personas, muchas de la cuales han expuesto la doctrina de la realeza de N. S. Jesucristo de forma brillante.
Por ello, hoy quiero limitarme a realizar y razonar una sencilla exhortación, que espero nos ayude en esta época en la que nos ha tocado vivir. Y esa exhortación consiste en que tenemos que ser realistas.
Cuando Pío XI estableció la Fiesta de Cristo Rey, en 1925, definió el laicismo como la peste de nuestro tiempo. Hoy, casi un siglo después, el avance y la imposición del mencionado laicismo en todo el mundo y en todos los ámbitos de las diferentes sociedades, es tan amplio y profundo que resulta asfixiante. Para hacernos una idea mejor de la tremenda expansión de esa peste, basta recordar que, todavía en la década de los años treinta del siglo pasado, es decir, poco después de que se fijara la Fiesta de Cristo Rey que hoy celebramos, los heroicos cristeros en la Nueva España y los heroicos requetés en la Vieja, lucharon contra la Revolución al grito de ¡viva Cristo Rey! Y es que, todavía entonces, los restos de la Cristiandad Menor o hispánica, estaban vivos.
Pero con el final de la Segunda Guerra Mundial, las diversas ideologías revolucionarias, cuya esencia común es el citado laicismo anticristiano, se expandieron por todo el mundo ya sin resistencias auténticas. Esta progresión de la impiedad se convirtió en un gran tsunami con la Revolución Cultural de los años sesenta. Un tsunami que se volvió aún más gigantesco y monstruoso cuando se proclamó el Nuevo Orden Mundial en 1991. Así hemos llegado a esta Sodoma global en la que tratamos de sobrevivir. Los carlistas, que siempre hemos defendido el orden cristiano y la justicia auténtica, es decir, la Tradición Católica y española, y seguimos combatiendo el laicismo como consecuencia de esa defensa, ¿Qué podemos hacer contra ese tsunami? Pues bastantes cosas. Una de ellas, y no la menor, es ser realistas.
En primer lugar, ser realistas en el pensamiento y en la actividad intelectual. Sobre todo para no perder la sensatez ni la razón en este manicomio global en que la Revolución está convirtiendo el planeta. También para reconocer los numerosos peligros del ambiente, entre los que destaca el falso carlismo, que con sus insidias y asechanzas aleja a nuestros compatriotas de la única posibilidad real de restaurar España. Hemos llegado a un punto en el que la razón peligra tanto como la Fe. Pero la razón es fundamental e imprescindible para llevar una vida humana. En concreto, para mantener la Doctrina intacta y transmitirla a las generaciones venideras. Por lo menos a nuestros hijos, que están entre los niños que han sobrevivido al genocidio del aborto.
Igualmente hay que ser realistas en lo político. Realistas como nuestros antepasados del siglo XIX, que honraron ese título hasta que se convirtió en el de carlistas, en 1833, el año nefasto de la usurpación de la Monarquía Católica. Esto implica, por nuestra parte, mantenernos fieles al Príncipe legítimo, el cual es el único que hoy día mantiene en alto la bandera del orden tradicional, que no es otro que el de esa Monarquía hispánica, en la que no solo se reconoce la realeza de N. S. Jesucristo, sino que todo el orden social se fundamenta en ella. Y esto muchos siglos antes de que Pío XI explicitase este punto doctrinal en su encíclica “Quas primas”.
Por último, hay que ser realistas, de igual modo, como católicos que somos, en todo lo relacionado con la religión. Para ello es necesario mantener y reforzar la Esperanza, esa virtud sobrenatural tan importante, especialmente en la vida cotidiana. Porque N. S. Jesucristo ya triunfó y subió a los Cielos, desde donde reina ya, hace dos mil años. Lo cual no solo es algo que afirmamos, por la Fe, en el Credo, sino que es igualmente una realidad que nadie puede cambiar: N. S. Jesucristo, Rey de reyes y Señor de la historia, ya ha vencido.
Los poderosos de este mundo hacen todo el daño que pueden. Resulta espantosa la extensión del mal que están logrando. No voy a exponer una lista de los males que nos acechan por todos lados, pues cada uno conoce ya muchos ejemplos. Pero a pesar de estos coletazos, por terribles que sean, ya han perdido la guerra. Y han sido derrotados completamente, del todo. Solo falta que Dios Padre acabe de poner a sus enemigos como escabel de sus pies, para que Jesucristo, en el Juicio Final de las naciones, separe aquellas que le han reconocido de las que no lo han hecho.
Así pues, seamos realistas en todos los sentidos y sirvamos de todo corazón a la Santísima Trinidad, único Dios verdadero, a nuestra Patria y al Rey legítimo. ¡Viva Cristo Rey!
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