Muchos amigos me hablan de una posición pragmática frente a estos sujetos perversos. La gran preocupación que me causa esa posición y el enorme afecto por mis amigos me hizo iniciar estas reflexiones. ¿Asumiremos una posición «pragmática» por la que ocultaremos que tenemos límites cómo servidores del Señor, con la pretensión de que eso nos permita armar dentro del ámbito de los inicuos un cuerpo de trabajo sano?
Nunca logramos una cosa, ni otra. Sólo logramos callar aquello que debía ser un testimonio claro y público en favor de la realeza de Cristo. Sólo logramos predicar acerca de esa forma de liberalismo que separa la esfera de las creencias personales de la acción pública. Vamos a Misa, ¡y tradicional!, pero decimos «Dios no debe estar en todas las decisiones». ¡Cómo si su Providencia no estuviera en todas las decisiones!
¿Qué nos diría la Iglesia o un Papa virtuoso, si nos viera secundar y apoyar la llegada al gobierno de un hombre desconocido, suscitado por organizaciones desconocidas, que se declara judaizante y abjura de su educación y cultura católica y del amor a la Iglesia de Cristo? ¿Nos alabaría por secundar a un hombre que declara públicamente que debe separarse en la Constitución a la Iglesia del Estado y asume como «valores» algunos postulados comunes a nosotros junto con otros reñidos completamente con la moral cristiana? ¿Seremos quienes acompañemos al gobierno al primer presidente judío? ¿Qué quedó de la consideración de la cuestión judía, de su acción temporal contra Cristo Rey, de su filiación satánica, de la reinstauración del Estado de Sion, de sus planes de territorialidad fuera de «Israel», de la perversidad de la supremacía judía, de su ambición mundialista, del concepto «goyim», de su mesianismo en favor del Anticristo?
El enemigo sabe bien cómo comportarse. Como compañera de camino usa el apoyo moral y la garantía religiosa de la figura de Victoria Villarruel, que alza algunas otras de nuestras banderas, mientras cede en cuestiones como la agenda LGTBI o la igualdad de religión entre el catolicismo y el judaísmo, al cual acompaña en sus celebraciones religiosas anuales. ¿Es Victoria un referente moral, podemos decir con ella, tras ella, «sí o no» al bien o al mal según ella indique? Los católicos estamos acostumbrados a ver de rodillas a santos y pecadores, justos y traidores, miserables y grandes hombres, unos a la par de otros en la fila del confesionario. Nuestra garantía no es el justo ni el pecador, nuestra garantía es la doctrina ortodoxa y la moral de la Iglesia que jamás debemos contradecir, ni aunque un Papa o un ángel diga lo contrario. Está claro, que, en lo prudencial, hay áreas grises, pero Milei no las tiene: todo en él es definido.
Además, ¿creemos realmente que, en un sistema de gobierno de alternancia con periodos cortos traspasados continuamente por elecciones, en un sistema donde quien gobierna no hace las leyes ni imparte justicia, puede una hipotética influencia positiva de Victoria cambiar algo de forma definitiva? Acepto el argumento de que Dios actúa a Su modo, y este podría ser uno; ¿pero y si es sólo una ilusión más, un placebo para alejarnos de la definición clara del bien común católico?
Estoy completamente de acuerdo con que si Victoria accede al poder es lícito cooperar con sus acciones en el marco del bien común, y siempre y cuando no se pida nada contra la Fe; pero dudo si es lícito llevarla al gobierno (si es que aceptamos que los votos son el camino de acceso al poder).
Por último, ¿qué queda de nuestra vocación a ser la luz de los pueblos, de dedicar todo nuestro esfuerzo para edificar la Ciudad de Dios, de proclamar la realeza de nuestro Señor Jesucristo a los hombres, de alzar la voz para dar testimonio de su cruz? Me pregunto si no quedará escondido en un segundo plano detrás de un pragmatismo prudencial que no nos asegura ni siquiera beneficios de comunidad, por cuanto, como ya hemos dicho, Milei no reniega completamente de objetivos como la agenda 2030 ni de algunos de sus contenidos específicos.
¿Qué le pasa al vigor de nuestra Fe, a la fuerza moral de nuestras creencias que, mientras grupos estrafalarios salen a imponer sus doctrinas a cada cual más rara y lamentable, nosotros no nos animamos a proclamar en voz alta y con gran convicción la única doctrina verdadera, la única capaz de llevar justicia a los pueblos y corregir la discordia? ¿Por qué vivimos de forma casi vergonzante a la hora de confrontar con liberales de todo tipo y marxistas viejos y nuevos nuestras ideas, que son más sabias, más exactas, más buenas y más sanas para el orden social y nos obligamos a trabajar en lo oculto, infiltrando otras estructuras y actuando con el espíritu de quién desea mantener en secreto sus convicciones? «Como si todo lo que aprovecha a la Iglesia no aprovechara a la humanidad» (San Pío X).
¿Qué hacer? Con respecto a la votación, que cada cual decida en conciencia, para mí y los míos suplico por esta vez y nuevamente abstenerse de participar activa o pasivamente en los comicios. Con respecto a los espacios de trabajo político, sigamos haciendo lo que sabemos hacer: que crezcan y se eduquen nuestras familias, que se reúnan en asociaciones y formen escuelas, que juntas rechacen los cambios que hasta de Roma vienen y se mantengan firmes en el camino de la Fe. Que trabajen en clubes y sociedades intermedias, en alianzas provida verdaderas y en organizaciones municipales mostrando el beneficio de la Fe, transformando e influyendo en sus vecinos y en todo prójimo a fin de ir regenerando la sociedad, hasta que Dios disponga. Que los profesionales y trabajadores sean ejemplos en su oficios. Y que la caridad con todos sea nuestra seña de identidad.
Ansío ver elevarse un varón valiente y firme, y un grupo de seguidores que ponga por meta de su gobierno la Justicia moderada por la Caridad, y la restauración de las instituciones en el orden natural querido por Cristo, orden que elevado a lo sobrenatural que es vehículo para la salvación de las almas.
Termino implorando una plegaria por los enemigos de la patria, por todos los candidatos que se postulan al gobierno de la nación, por los anticatólicos, los no católicos y los católicos que avalan a personajes que se manifiestan tan anticristianos en su pasado, en sus actos públicos recientes y en los postulados de acción futura. ¿Qué hacemos los católicos junto a ellos, si no es implorar a Dios su conversión?
Antonio González
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