El domingo 29 de octubre se llevó a cabo el evento más reciente de la democracia colombiana. Esta vez fue el turno de las elecciones territoriales, que tenían como propósito escoger gobernadores de los departamentos, diputados para las asambleas, concejales y alcaldes de los municipios y ediles de las juntas administradoras locales.
En las urbes más grandes del país se impusieron candidatos que no son especialmente afectos al gobierno nacional y, en cambio, sufrieron vergonzosas derrotas los prohijados por Gustavo Petro y compañía. Pero, contrario a lo que anticiparon los sabihondos que padecemos, esto no significó de ninguna manera un plebiscito contra el gobierno petrista. Lo único que revelaron estos comicios fue el más que patente descontento generado por las actuales administraciones de ciudades como Bogotá, Medellín y Cali; y el inmenso poder que conservan todavía las maquinarias políticas en todos los municipios y departamentos del país: valgan como ejemplos Barranquilla, el Valle del Cauca y Cundinamarca.
Salvo ciertos inconvenientes en algunos lugares de la extensa geografía colombiana, la «fiesta» electoral transcurrió con normalidad. El Dinero no hubiese permitido mayores contratiempos en su día.
Agencia FARO, Colombia.
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