Escribió don Melchor Ferrer que, al plantearse el pleito sucesorio, quien defendía a D. Carlos, representaba no sólo la legitimidad, sino también la monarquía tradicional con sus usos y costumbres, tal y como había pervivido en la tradición de las Españas. La cuestión dinástica, siendo una cuestión sobre la legitimidad, la sobrepasaba, pues desde el principio, en torno a un bando y a otro se fueron aglutinando dos modos de comprender la política y el mundo. La rama legítima era antiliberal y antirrevolucionaria; la femenina, liberal y revolucionaria. Y todo ello en un caso del todo extraordinario, tal y como anota con agudeza Melchor Ferrer, pues en el entorno realista, tradicionalista por tanto, se posicionaron aquellos que defendían la ley dada en régimen representativo y, en torno al cristino, y liberal por tanto, aquellos que defendían una ley dada de manera autocrática y absolutista. Desde entonces, dijo Ferrer Dalmau, «el carlismo representaba la reacción y defensa del pueblo español contra el liberalismo y la irreligiosidad» y el rey, por tanto, en garante de esta defensa.
Consciente de ello fue el rey legítimo cuando, desde Abrantes, el 1 de octubre de 1833, dos días después de la muerte del rey, su hermano Fernando VII, escribía a los españoles:
«No ambiciono el trono; estoy lejos de codiciar bienes caducos; pero la religión, la observancia y cumplimiento de la ley fundamental de sucesión, y la singular obligación de defender los derechos imprescriptibles de mis hijos y todos los amados consanguíneos, me esfuerzan a sostener y defender la corona de España del violento despojo que de ella me ha causado una sanción tan ilegal como destructora de la ley que legítimamente y sin interrupción debe ser perpetuada».
D. Carlos se levanta, y pide al pueblo alzarse también, entre otras cosas, contra una injusticia, un poder ilegítimo, un violento despojo y una ley que no ha sido observada y perpetuada. Frente a un poder anónimo, una serie de intrigas y maniobras liberales y masónicas por destruir España, el rey se levantó como un muro de contención contra la injusticia y contra el poder sin rostro, el poder de los intereses de unos pocos (económicos o políticos) en detrimento del bien común.
Por ello, es digno de traer a colación aquel interesante apunte del P. Castellani que alguna vez ha comentado el profesor Ayuso. La monarquía tradicional es la única fuerza capaz de poner en vereda a las fuerzas secretas, al poder del dinero. Y esto por ser natural y por ser personal.
El pleito dinástico comenzó al enfrentarse a los intereses anónimos, cortesanos y partidistas. Hoy, más que nunca, este «banderín» sigue teniendo enorme fuerza y ánimo cuando, de nuevo, aunque siguen siendo en puridad los mismos, estos intereses son más fuertes y secretos. Frente a la monarquía tradicional, que siempre puso el rostro y dio la cara, los poderes de este mundo elevaron su propio rey, liberal y constitucional, que nos los pueda y les obedezca y guarde silencio frente a sus desmanes.
Viva el Rey legítimo.
P. Juan María Latorre, Círculo Cultural Alberto Ruíz de Galarreta
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