Discurso dado por el Mayor C. H. Douglas en el Ulster Hall de Belfast, el Martes 24 de Noviembre de 1936.
Os voy a hablar esta noche de uno de los mecanismos –un mecanismo cada vez más importante– a través del cual los miembros de la oligarquía financiera bajo la cual sufrimos imponen su voluntad sobre nosotros.
Es importante entender este mecanismo, en todo caso en sus aspectos más generales; pero me gustaría dejaros grabado desde el principio que incluso un entendimiento exacto y extensivo del mismo sólo se puede considerar que tenga alguna utilidad si actúa como un incentivo para reclutaros en orden a una acción organizada. «No sirve de nada tener razón si no tienes las armas», y esto es profundamente verdadero en relación a la materia sobre la que voy a hablaros esta noche.
No sirve de nada darse cuenta de que la tributación es un robo legalizado, de que es innecesaria, desperdiciadora, y tiránica. Si te paras en esto, no sólo tendrás que pagar los tributos que ahora tienes que pagar, sino que, como Sir Josiah Stamp (uno de los Directores del Banco de Inglaterra) sugirió hace poco tiempo (con esa atractiva candidez que estamos empezando a esperar del Banco de Inglaterra): «mientras que hace unos pocos años nadie habría creído posible que una escala de impuestos como la que al presente existe pudiera imponerse sobre el público británico sin revolución, tengo todas las esperanzas de que, con una hábil educación y propaganda, esta escala pueda elevarse muy considerablemente».
Es imposible obtener un sano y claro entendimiento de la tributación mediante cualquier consideración de cifras dinerarias o estadísticas, tal como son compiladas hoy día, ya que no hay relación ninguna entre los hechos y el dinero. Es esencial empezar mediante una consideración de la economía real –es decir, física–, en contraposición con la economía dineraria. Por ejemplo, el viejo y original diezmo era un genuino y justificable impuesto. Consistía en la décima parte de la producción agrícola de la tierra gravada, y esta producción agrícola así recolectada se entregaba a la Iglesia para el mantenimiento físico del clero y sus dependientes, asumiéndose que el clero estaba demasiado ocupado en otras materias como para levantar sus propios cultivos. Puede recodarse que la palabra «clero» [clergy] deriva de «funcionario» [clerk], y que es a los funcionarios a los que debemos (y pagamos) nuestros tributos.
Ahora bien, es obvio que el significado físico de esto para aquéllos que pagaban el diezmo era el de hacer una pequeña cantidad de trabajo extra, o, alternativamente, el de tener para ellos un poco menos para comer. No había nada en semejante arreglo que pudiera resultar o resultara en una pérdida para la comunidad por un lado, o que, por otro lado, hiciera imposible vivir a los agricultores.
Pero considerad ahora el hecho de un tributo dinerario sobre la tierra agrícola, que es la forma que ha tomado hoy día el diezmo. Se impone con total independencia del valor de cualquier cosa que se produzca sobre la tierra, y su efecto es simplemente el de un gasto general sobre cualquier cosa que se produzca. Si un granjero posee la tierra que labra y tiene que pagar un diezmo sobre ella, el diezmo aparece como un coste de producción e incrementa el precio que debe cargar para poder vivir de su granja. Si él no puede elevar el precio –que generalmente es el caso–, realiza una pérdida dineraria, y al final cesa de labrar, porque él no cultiva dinero: él cultiva productos, y a él se le exige dinero.
Esto es exactamente lo que ha ocurrido en Inglaterra, donde tres millones de acres de tierra de labranza se han retirado del cultivo desde la Guerra. Pero el mal no se para ahí. Ya que el granjero no se gana la vida razonablemente, no mantiene su tierra en buen orden y no tiene dinero alguno que gastar sobre los productos de otras industrias. Está fuera de toda duda –y, por supuesto, es obviamente de sentido común– que toda tributación que no vaya a los bolsillos del pobre reduce el estándar de vida, y el margen de seguridad se reduce con cualquier tributación que desalienta el emprendimiento.
Sólo podría haber una justificación fundamental para la tributación: la de que, con toda la comunidad empleada al máximo, no se estuviera produciendo lo suficiente para mantener a toda la población por razón del excesivo consumo de una pequeña proporción de la población.
De hecho, toda la teoría de la tributación como un expediente justificable descansa sobre dos proposiciones: primera, que los pobres son pobres porque los ricos son ricos, y, por lo tanto, que los pobres se volverían más ricos haciendo más pobres a los ricos; y segunda, que es un procedimiento justificable tener un sistema de acumulación de riqueza, y reconocer que ese sistema es legítimo, mientras que al mismo tiempo se confisca una porción arbitraria de la riqueza acumulada. La segunda proposición es muy parecida a decir que el objetivo de un juego como el críquet es el de realizar carreras, pero, si tú realizas más que una pequeña cantidad, te serán quitadas.
Por favor, permitidme enfatizar el punto de que estoy en completo acuerdo con aquéllos que afirman que algunos individuos son indebidamente ricos; del mismo modo que estoy absolutamente seguro que la tributación no es el remedio.
Ahora bien, la primera de esas falacias –la de que los pobres son pobres porque los no-tan-pobres son no-tan-pobres, y la de que a los pobres se les hace más ricos haciendo más pobres a los que son más ricos– surge de la confusión entre dinero y riqueza real. Se asume, en primer lugar, que la igualdad entre riqueza real y dinero es absoluta, y que, por tanto, si un individuo tiene una gran cantidad de dinero en comparación con su vecino, toda la comunidad será elevada en su nivel de vida si se grava al que es más rico, aun cuando el pobre no obtenga el dinero (lo cual, de hecho, él rara vez lo hace).
El absurdo de este argumento, aparte de otros aspectos del mismo, es evidente si se lo aplica, digamos, a la cuestión acerca de la capacidad de una proporción de la población de comprar coches Rolls-Royce. Si uno se imaginara que a todos los compradores de coches Rolls-Royce se les gravara de tal modo que ya no pudieran comprar coches Rolls-Royce, esto, por supuesto, no significaría que la porción más pobre de la población compraría coches Rolls-Royce; simplemente significaría que los coches Rolls-Royce no se producirían. Éste sería un estado de cosas perfectamente satisfactorio si el sistema productivo estuviera falto de alguna producción que la liberación de hombres de la realización de coches Rolls-Royce les permitiría producirla.
Éste es exactamente el estado de cosas que vemos en tiempo de guerra, cuando cesa la producción de lujo; pero en tiempo de paz sabemos perfectamente bien que tenemos lo que se llama un problema de desempleo, esto es, un problema de producción excedentaria; y que, bajo el actual sistema financiero, la incapacidad de cualquiera de comprar coches Rolls-Royce simplemente daría como resultado un incremento del desempleo; y que el actual sistema financiero considera el pleno empleo como el mejor método para mantenernos en esclavitud con los financieros.
(Continuará)
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