Don Pedro V, «el Libertador»

La infancia del futuro monarca está marcada por un rosario de acontecimientos de indudable color tradicional

Gracias a los enormes y siempre desinteresados esfuerzos de la intelligentsia catalana, esa ciencia que no es la Historia acaba de descubrir, medio oculta entre algunos viejos legajos del Archivo General de Simancas (sito en L’Hospitalet de Llobregat), la crónica de un olvidado y malogrado, pero importantísimo monarca de las Españas medievales, de nombre Pedro y de ordinal muy disputado, como ahora se verá. ¡Qué cosas se ven, Don Pero!, en nombre y representación de este periódico, ha obtenido la primicia absoluta frente a toda la prensa nacional, europea, mundial, cósmica e, incluso, catalana, y ha tenido acceso a la tesis doctoral «El Buen y Fermoso Rey Pedro (1443-1516): perspectivas de género para un enfoque multidisciplinar y eco-feminista de las constantes históricas de un modelo de diálogo y de talante político en el contexto castellano-navarro-catalano-aragonés del siglo XV». Lo que les ofrecemos a continuación no es ningún «Abstract», porque ninguna persona decente debería ofrecer esas cosas, sino lisa y llanamente un «Resumen»:

Pedro nació en Madrid en el verano de 1443. Sus orígenes son relativamente oscuros, pues todos los archivos fidedignos fueron suprimidos con la diligencia que caracteriza al Santo Oficio, que fue particularmente cruel con la memoria histórica de uno de sus más encarnizados y tenaces enemigos.

Lo que se sabe con certeza es que Pedro tenía sangre real; al menos, por un costado. Es absolutamente cierto e históricamente incontestable que Pedro era hermano de la amante catalana de Don Fernando el Católico, cuyos hijos se hicieron pasar por vástagos de la reina Doña Isabel, que era estéril, además de mala, facha y católica[1]. Que naciera en Madrid es una mácula en su expediente, pero no es culpa suya, porque en aquellos entonces, su padre, verdadero y legítimo sucesor de la Casa de Aragón que había resistido entonces y siempre a la Abominación de Caspe, se encontraba en arduas negociaciones con D. Juan II y D. Álvaro de Luna para obtener su apoyo a una liga internacional, formada por la ONU, el Vaticano y el cantón de Cartagena para restablecerle en el trono. ¿En el trono de Aragón? No, ésa es otra veleidad histórica que la tiranía castellana no ha cejado en su empeño de imponer, a sangre y fuego, en las conciencias de sus vasallos. En el trono de Cataluña, de la que Aragón no es más que una banda fronteriza[2]. Por deferencia hacia los aragoneses, que tampoco son enteramente culpables de parecerse a los castellanos, la Generalitat consiente la utilización del sintagma «Corona Catalano-Aragonesa»; pero no deja de ser una concesión puramente gratuita.

No se sabe a ciencia cierta quién era la madre de D. Pedro. Fuentes bastante sólidas parecen apuntar a que se trataba de una rica heredera de tierras agrícolas o de una cadena de fruterías de la época. Pero ningún historiador competente ha querido enredarse demasiado en esta espinosa cuestión de la fruta. Que se lo digan a Isabel Díaz Ayuso.

Pedro tuvo desde muy joven una conciencia muy clara de su unidad de destino en lo universal con los países y las gentes que quedaban al oeste de Cataluña. Pero sabía, con la certeza inquebrantable e indubitada de quien no tiene ni la más remota idea de lo que está hablando, que todas esas gentes y países podían y debían ser sacrificadas en aras de un bien mayor. El bien de Cataluña.

La infancia del futuro monarca está marcada por un rosario de acontecimientos de indudable color tradicional, que rayan en lo taumatúrgico, hasta culminar en su celebérrima defensa de tesis doctoral en la Universidad CJC[3], ante un tribunal compuesto por el famoso sabio italiano Pico de la Mirandola, Erasmo de Rotterdam y la Papisa Juana, en la que obtuvo la máxima calificación por su obra «Conclusiones philosophicæ, cabalisticæ et theologicæ», de Pico de la Mirandola, quien se limitó a apostillar que, defendidas por Pedro, sus tesis le parecían «aún más hermosas y más dignas de crédito».

Tras dos décadas de pacientes conspiraciones y de intrigas por devolver a la Cataluña inmortal su inmortal libertad como Reino Soberano y Regio, Pedro asiste con total estupefacción al Contubernio de Valladolid de 1469, por el que, como también es bien sabido, el Reino de la Real Cataluña Imperial, el Ducado de Valencia, el Condado de las Islas Baleares y la Comarca de Aragón son humillados y reducidos al más vil y mezquino vasallaje de la Pérfida Castilla, encarnada por esa precursora de toda opresión, de todo fascismo y de toda persecución de judíos que se llama Isabel I de Castilla.

Transido de una determinación, de un espíritu de resistencia y de un desinterés absolutamente ejemplares, Pedro reúne sus exiguas tropas y en una campaña tan fulgurante como estratégicamente impecable, vence en una sola batalla a Sus-Ann-Ah regente del Califato de Granada (que, como siempre, se puso al servicio de sus opresores castellanos) y al Archipámpano Mayor de Compostela, Mons. Raxoi; histórico acontecimiento del que la perfidia y la malicia de sus enemigos no nos han conservado el nombre. Con el camino libre hacia Barcelona, la Ciudad Eterna, la Ciudad de la Luz, la Capital del Mundo Libre, Pedro consigue proclamarse Rey de aquel paraíso terrenal. Es aquí donde los pocos documentos que han sobrevivido no logran ponerse de acuerdo: ¿Pedro «I» de Catalunya? ¿Pedro «V» de Cataluña-Aragón? ¿Pedro el Hermoso? ¿Pedro el Sabio? ¿Pedro el Libertador…?

Su primera medida como garante y protector de la libertad de Todas, Todes y Algunos es la constitución de un gobierno feminista y laico. La más celebrada, por ser la medida más radicalmente democratizadora y libertaria de cuantas se han tomado y tomarán en toda la Historia del Universo Conocido y Cognoscible es la supresión radical de la principal fuente de discordias y de desórdenes públicos de todo Estado bien constituido: la separación de poderes. En una célebre arenga al Consell de Cent-Mil[4], Pedro prometió que nunca más el Justicia de Aragón o las Cortes de Castilla osarían inmiscuirse en los asuntos del Imperio Catalán. Y que para ello lo mejor que se podía hacer era someter a todos los Justicias y las Cortes a la autoridad de un único y muy respetable y muy fermoso y sabio gobernante. Tras discurso, muy aplaudido por todos los partidarios de la democracia, así como por SUMAR, Bildu, ERC y Junts, D. Pedro decidió crear un único Ministerio de Presidencia, Relaciones con las Cortes y Justicia, en la idea de poder completar, algún día, sus célebres aforismos de chulo-playa tabernario «La Fiscalía, ¿quién la controla, eh?», con otras frases escogidas como: «Los Magistrados del TC, ¿a quién le limpian las botas con la lengua, eh?» y «¿Quién le entregó las cabezas de los diputados de VOX a la banda de El Rufián, para poner fin a la Guerra de los Usatges, eh?».

Su segunda y no menos celebrada medida fue la de condenar a muerte al líder de la oposición y a todos sus partidarios; medida que quedó, lamentablemente, sin efecto, pues éstos habían ya muerto de aburrimiento y aquél de asco tras su propia intervención parlamentaria en defensa de la indefendible unidad de Cataluña con lo que no es Cataluña.

Desgraciadamente, como nos enseña de nuevo con prístina e inquebrantablemente objetiva veracidad histórica el Ministerio de Verbenas Ideológicas (MiniVer[5]), el reinado de Pedro I y V no duró lo suficiente como para aplastar las ansias de dominio sanguinario, fascista y machista de Isabel la Ultracatólica. Ésta, con el apoyo decidido de una parte minoritaria y seguramente herética -y ciertamente excomulgada por el Papa Francisco- de la curia romana, logró implantar la más maquiavélica e implacable máquina de genocidio que hayan conocido los siglos. Con una sucursal, al menos, en cada barrio, con un inquisidor provisto de plenos poderes de tortura y ejecución sumaria por cada cinco habitantes y medio y una proporción de delatores más o menos equivalente a la de los votantes del PP en un pueblo cualquiera de la provincia de Valladolid, la Pérfida Castilla, es decir, Madrid, no encontró grandes dificultades para reprimir a sangre, fuego y aniquilación completa de toda sombra de la lengua o de la cultura catalanas, la decidida y valerosa revolución de Pedro V.

El resto, es una salvaje damnatio memoria que no conoce precedentes en la Historia de la Galaxia y que sólo ahora ha comenzado a ser enmendada gracias a los buenos oficios de la Fundación Charles Puy-du-Mont de Waterloo (BE), con fondos europeos y una beca a cuenta de los ERE de la Junta de Andalucía cuyo montante no estamos autorizados a revelar.

Ante tan halagüeñas perspectivas, que devuelven a nuestro sombrío pasado, lleno de cardenales y de condes catalanes y reyes de Mallorca y de otros lugares inverosímiles, nuestra confianza en los progresos de la Educación nacional crece por días, aunque debemos mantener una actitud reservada o, si se quiere, una Alegría Continente. Por lo demás:

¡Viva el Rey Pedro! ¡Viva Pedro el Frutero!

[1] Descubrimiento, a su vez, revolucionario, que también le debemos al Instituto Catalán de Historia, con sedes en Hollywood, Cinecità y los estudios Ealing.

[2] Cuya razón de ser no es otra, hecho bien conocido, que poner tierra de por medio entre la raza aria catalana y el pueblo con baches genéticos que queda al sur de la raza aria vascongada (cfr. AAVV, «Cicerón y Demóstenes redivivos: Quim Torra y Sabino Arana. Quince discursos escogidos que hacen que la Conferencia de Wansee parezca el capítulo general de las Hermanitas de los Pobres».

[3] «Cisneros, el Jopu… Cardenal»

[4] Una de sus promesas, hechas al Dios Inexistente, antes de su enfrentamiento con las huestes castellano-granadinas comandadas por el Príncipe de Xátiva, Xerez y Sanxenxo -conocido ya entonces como el «Sennor de las X» y por el general D. Alfonso el de la Guerra, fue la de hacer entrar en el Consell de Cent a tod@s los ciudadanos transgénero de Barcelona, lo que motivó el increíble aumento de miembros arriba señalado.

[5] Creado en 1984 en el marco de la campaña por la entrada en la Unión Europea Anti-Española.

G. García-Vao

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