Maeztu y una obra que nos reverbera

LA CRISIS DE LA HISPANIDAD, DEL PUEBLO DE ESPAÑA, SE HA DE ENCONTRAR EN SU EXTRANJERIZACIÓN

Ramiro de Maeztu

Este corto escrito es una pequeña muestra de algunas ideas que he encontrado en el libro de Ramiro de Maeztu, Defensa de la Hispanidad. El autor, español de nacimiento, vive un tiempo en París y en Cuba antes de regresar a Bilbao, donde comenzó su carrera periodística. Un tiempo después, en Madrid, es uno de los cronistas más leídos, y junto con otros autores hace parte del germen de la Generación del 98. En 1916 publica La crisis del humanismo, y es durante este tiempo que vive una radical transformación espiritual, que se verá reflejada en sus posteriores escritos. Más adelante, publica en 1931, en la revista Acción Española, este ensayo de Defensa de la hispanidad, junto con otro, y estas se convierten en sus obras más destacadas. La Guerra de España le sorprendió en Madrid, donde muere fusilado sin juicio previo a los pocos meses de que esta comenzara. Siguiendo los planteamientos de este autor, expondré algunos puntos de su sustancioso ensayo.  

El honor de España ha sido siempre la Cruz, en ella ha hallado su fortaleza y su consuelo. La Cruz ha hecho parte de su ser desde tiempos inmemoriales, desde que el apóstol Santiago sembró las primeras semillas de la fe en su tierra. Las reliquias de los santos, las catedrales, Compostela, Covadonga, Sevilla, Monserrat, y otras tantas, no son las tumbas de una España muerta, sino fuentes de vida.

España, madre e hija a la vez; madre nuestra, la madre patria, e hija predilecta de la Iglesia; se plantea pues, ¿dónde quedó este, el ideal de España, aquel por el que vertieron la sangre sus hijos, aquel que la hizo ser grande?, ¿han elaborado los siglos venideros un ideal que supere a este, al de la cristiandad española?

Un ideal que parte de la posibilidad de salvación de todos los hombres deduce la de su progreso y perfeccionamiento. Esta es la luz de la esperanza, esperanza que brilla en cada mortal, en cada rostro de niño, en cada familia. Así, el ideal hispánico está aún en pie, mientras que aún quede en el mundo un solo hombre que se sienta imperfecto.

La revolución en España no puede encontrar su origen sino en la admiración del extranjero, en ese deseo incomprensible de ser como los demás. Pues, como bien dice Maeztu, «pusimos nuestro empeño en ser quienes no éramos, y hace más de doscientos años que se nos va el alma en querer ser lo que no somos…». Y estas palabras tienen toda actualidad, pues no se busca sino ser como los demás, aunque estos estén equivocados. La salvación está entonces en hacer lo que se debe, y no lo que se quiere.

El defenderse también hace parte de su esencia, la esencia de su ser.

Pero, ¿qué es el ser de la hispanidad?                                                      

La hispanidad es un conjunto de caracteres, está compuesta por hombres de distintas razas, diversos límites geográficos, si bien no son sus únicas características, sería inútil definir la noción de hispanidad sin aplicarlas a ella. La hispanidad trae consigo una fuerte carga etnográfica y geográfica que la constituye innegablemente, pero no es lo único; España es sobre todo espíritu, que se constituye y se forma en un pueblo. Es el espíritu católico que lo guía, pues aun sabiendo que son hombres, y que como tales se pueden equivocar, conoce que tienen un ideal que está por encima de cada uno de ellos, un ideal que les da valor. El ideal de buscar siempre la eternidad, lo duradero, y la paradoja de encontrarse cara a cara todos los días con el dilema de ver pasar lo que vale, y de que se eternice lo que no tiene valor.

El valor de España reside en su herencia, en lo que entregó a sus hijos, en lo que nos dio a nosotros, ese espíritu animado por la defensa de la verdad que llevan los hombres humildes. El sentir de un pueblo, el vivir de una patria con un espíritu misionero, nacido de la hermandad de todos los hombres, que no puede surgir sino de la paternidad común de Dios. Ese anhelo inquebrantable de llevar a todo el mundo la fe que ellos habían recibido, aquella que defendieron con valor, que guardaron con esmero. Aquella por la cual no cedieron ni ante halagos ni ante amenazas, la fe que nos transmitieron, aquella a la que se aferraron con amor.

El humanismo español difiere en su esencia del humanismo renacentista orgulloso y antropocentrista. En su humanismo se reconoce la dignidad de cada persona, basado en su filiación con Dios, pues todos los hombres fueron creados por Él, y partiendo de este punto tienen una dignidad sobrenatural, que no la impone la posición social, aunque esta no se elimina; se reconocen las diferencias, pero en el punto esencial de cada uno todos somos iguales. Las diferencias de clases sociales no marcan diferencia entre la persona del uno y del otro. Como, por ejemplo, el rey puede ser un mal rey, y en cambio el siervo puede ser buen siervo. Los hombres se miden por sus actos, es decir, entre más buenos sean estos, más valor tendrán, pero entre más malos sean, menos valor tendrán.

Como le decía el Quijote a Sancho: “Repara, hermano Sancho, que nadie es más que otro si no hace más que otro”.

Justamente este sentido de universalidad, es el que ha hecho instituir la fiesta del 12 de octubre, fecha del Descubrimiento de América, para celebrar el momento en el que se inició la unión de todos los pueblos que la conforman. Precisamente para proclamar ante el mundo que para España la raza está constituida por el habla y la fe, que son espíritu, y no por características exteriores (si bien estas también influyen).

España, como pueblo, nunca se ha creído superior, sino que su ideal siempre ha sido trascendente a ella. En este sentido también se entienden las misiones, y su fuerte espíritu evangélico, para llevar a los demás lo que ella había recibido.

Maeztu concluye que la crisis de la Hispanidad, del pueblo de España, se ha de encontrar en su extranjerización.

El ser de España no está determinado sino en un conjunto de valores, mediante los cuales lo adquiere. Su ser es un conjunto de cosas que la definen pero, cabe resaltar, que son factores espirituales; no temporales, sino eternos.

Los caballeros de la hispanidad deben tener un ideal, o más bien retomar el que perdieron, el de su historia pasada, el que los hizo ser grandes y valientes para emprender aún las más difíciles tareas con la disposición de dar incluso la vida por este grande ideal, y no contentarse con la mediocridad.

Este ha de ser nuestro ideal, el tomar un lema y continuar con la misión interrumpida que dejó atrás este pueblo. El que viva Cristo y reine entre nosotros, y en el mundo entero.

María de Madarriaga y Alonso, Círculo Carlista de Santafé de Bogotá

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