Tres años

LA ESPERANZA HA HONRADO SU SUBTÍTULO, QUE REZA «PERIÓDICO CATÓLICO-MONÁRQUICO», SIEMPRE FIEL A LA LEGITIMIDAD PROSCRITA QUE ENCARNA DON SIXTO ENRIQUE DE BORBÓN

La Esperanza cumple tres años. En el día de la Inmaculada. No fue casual la elección de la fecha de lanzamiento de la nueva época del diario carlista más relevante en el siglo XIX. Pues, como es sabido, aun antes de la proclamación del dogma por Pío IX en 1854, los españoles habían sido adelantados en su defensa. En 1760 fue proclamada patrona de la Monarquía hispánica por el papa Clemente XIII a solicitud del rey Carlos III. En los siglos anteriores abundaron los votos inmaculistas para ingresar en gremios y universidades. Y por lo menos desde el siglo VII se celebraba su fiesta en España. A esa devoción, tan cara a nuestros mayores, ha de sumarse la complementaria del Inmaculado Corazón de María, el día 22 de agosto, hasta el punto de que el Rey Don Javier ordenó se incorporase al escudo real, como su predecesor el Rey Don Alfonso Carlos había hecho con el Sagrado Corazón, al que a su vez Don Carlos VII había consagrado sus Ejércitos en 1875.

Además de la fecha, el nombre: nomen, omen. En este caso, la intención original de los fundadores llevaba a otra cabecera carlista histórica. Dificultades ligadas al registro del nombre los condujeron a un título no sólo más límpido sino también ligado a la lealtad sin fisuras. Y, además, esperanzador.

La iniciativa procedió del incansable don José Ramón García Gallardo, sacerdote de la Hermandad de San Pío X, Capellán Real y consiliario nacional de las Juventudes Tradicionalistas, quien –junto un equipo de jóvenes valiosos– contribuyó con la misma a coordinar los círculos carlistas que durante los años anteriores habían ido cubriendo no sólo el territorio español peninsular sino también el ultramarino. Se adscribió al Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, que se halla bajo el alto patronato de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón. Se fijaron normas de estilo y turnos de colaboración. Un consejo de redacción comenzó a reunirse semanalmente a fines de programación y seguimiento, también para indicar criterios editoriales.

Desde entonces La Esperanza ha renovado contenidos diariamente. Con perseverancia y con signo. La perseverancia es virtud imprescindible para toda clase de apostolados. El signo, por su parte, no puede darse por descontado en las empresas culturales y políticas, sino que ha de ganarse día tras día con esfuerzo: La Esperanza ha honrado su subtítulo, que reza «periódico católico-monárquico». Un signo tan neto como razonado, fiel siempre a la Causa de la lealtad que quiere convertir en legal la legitimidad. Esto es, fiel a la legitimidad proscrita que encarna Don Sixto Enrique de Borbón, Abanderado de la Tradición como lo fueron antes que él su padre, Don Javier, y aun antes Don Alfonso Carlos, Don Jaime y los tres Don Carlos que van entre el V y el VII. Ejercicio de piedad patria, de una patria ajena a la nación política del romanticismo y el liberalismo, que emponzoña con frecuencia a quienes se oponen de nombre a los mismos, pero no son capaces de sustraerse a la gravitación de sus principios. Patria común de todos los hispanos, esto es, los españoles dispersos por el orbe, unidos por la catolicidad militante y misionera.

La Esperanza permanece fiel a la Tradición Católica. Está atenta, por tanto, a denunciar las insidias del modernismo, tan extendido por desgracia hoy en el seno de la vida de la Santa Iglesia. Aunque procura hacerlo además sin celo amargo. De ahí que la liturgia tradicional y el principio de la unidad católica estén siempre presentes. Frente a otros que a veces se presentan como si fueran tradicionalistas de una «tradición» que no custodia el culto a Dios debido en espíritu y verdad, al tiempo que acepta la supuesta «laicidad positiva» de matriz americanista. Son gentes que hace tiempo han abandonado la pureza de la doctrina y han aceptado el papel de comparsas de grupos liberales (conservadores) que han constituido un frente en defensa de la Constitución que está en el origen de nuestros males y dicen dar una batalla cultural que acepta los presupuestos del enemigo. ¡Menuda batalla! Hoy estamos en presencia de un movimiento inextricable en el que fundaciones que sirven para derivar dinero de partidos políticos que no son sino escisión de otros a los que el tiempo ha hecho más liberales y menos conservadores, junto con otras instituciones educativas de la democracia cristiana tout court a las que no faltan abundantes recursos o incluso otras iniciativas extranjeras de tipo identitario (o así) cuyas fuentes de financiación en cambio se desconocen, resultan en la práctica indistinguibles. Resulta penoso, pues, ver a su lado como sacristanes o monaguillos a quienes protestan ser tradicionalistas sin serlo.

La Esperanza, como órgano del Consejo Felipe II, junto con las demás obras de la Fundación Elías de Tejada o la Fundación Speiro, quedan como los verdaderos representantes del pensamiento tradicional hispánico íntegramente antiliberal. Que denuncian el conservadurismo como el agente que conserva la revolución. Que se oponen al nacionalismo y al constitucionalismo. Y que sirven de instrumento para ir articulando una Nueva Hispanidad servida por la Legitimidad y al servicio de la Catolicidad. Ad multos annos.

LA ESPERANZA

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