Siguiendo los homenajes brindados estos días a la Virgen de Guadalupe, compartimos con los lectores de La Esperanza unas líneas de José Joaquín Terrazas, proveniente de su obra «La bandera guadalupana patriótica: escrita bajo las inspiraciones de la poesía, de la historia de la política, de la ciencia, de la filosofía y de la religión» pp. 64-67.
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Triste y espantosa era la situación patriótico-moral de México pocos años ha. Lo que se llamó conquista pacífica era un hecho para muchos irremisible, y se apresuraban ¡oh vergüenza! no a resistir, sino a aprender el idioma del conquistador. La frialdad de unos, aceleraba la tibieza de otros y el espíritu público estaba paralítico. Una momentánea corriente de dinero y bienestar material vino a complicar los intereses de la verdad, y por medio de la satisfacción sensual y vil de los animales apetitos, pareció destinada a concluir con todo espíritu viril, con todo individualismo nacional, y con toda resistencia al invasor. En estos momentos, tan desfavorables, humanamente, brotaron iniciativas patrióticas. Pero esas iniciativas debían comenzar, visto que México estaba casi rendido, debían por comenzar por dar esperanzas tan altas que ellas pudiesen sacar a la Patria del marasmo en que se hallaba. Inmenso era el peso, inmenso también había de ser el brazo motriz de la palanca. Era preciso hacer que «no siguiera cada cual sus ideas», era preciso combatir el desperavimus, era preciso infundir valor a esa especie de fatalismo católico que se había propagado, fatalismo que sólo contaba con que «Dios nos debía castigar», pero no con esto: que «Dios no quiere castigarnos, porque para castigarnos, extirpándonos como nación, es preciso que pequemos distributiva e individualmente contra el Espíritu Santo, viendo la verdad de que merecemos castigo y necesitamos perdón y no queriendo evitar ese castigo y pedir ese perdón[i]. En una empresa que es de todos porque es de «cada cual»[ii]y que es de «cada cual» porque es de todos, cada uno se disculpaba con los demás y decía «nadie se mueve», sin comprender que en este «nadie» estaba la acusación contra sí mismo.
El razonamiento, la demostración evidente de que Dios quiere la salvación de México es muy sencillo y lo formulamos en estas palabras: «Las naciones se pierden por sus pecados; Dios no quiere los pecados; luego Dios no quiere la pérdida de las naciones. Justitia elevat gentem, miseros autem facit populos peccatum[iii]. México, para perderse, necesita perseverar en su pecado; luego, evitar que se pierda, es evitar que persevere en su pecado; luego, la cruzada religiosa es patriótica.
Sólo considerando el patriotismo como una obligación en conciencia y perteneciente a «cada cual» pudo empezarse ese movimiento regenerador que, sin llegar a su cumbre, ya es, sin embargo, perceptible. Preciso era, como antes decíamos, uniformar las ideas y en México existe un elemento preciosísimo: el Milagro Guadalupano.
Este milagro, de cien maneras probado, acaba de recibir confirmación visible, pues ha bastado el hecho de resucitarse el fervor hacia su creencia, para que una nación ya facinada por su enemigo, como el pajarillo por la mirada de la serpiente, una nación de intento y en más de medio siglo debilitada por él, una nación que acababa de decir que «ya no había remedio» y que contemplaba los ferrocarriles internacionales con vil espanto, una nación así, decimos, se levantase con clamoreo patriótico al aparecer el incidente Cutting, anhelando la guerra, a la cual no ha ido porque todavía no hay quién le conduzca. ¿No es este hecho por sí mismo maravilloso? Ayer temor, valor ahora. Ayer eran todas dificultades, Hoy ya se van encontrando soluciones. Ayer se aprendía inglés; hoy nada se quiere que lleve el elemento americano.
¿Pues quién no ve en esto la mano de la Virgen de Guadalupe, el fruto siempre fecundo de la oración, el mérito de las humildes peregrinaciones, el valor de los pequeños, tan predilectos de Dios, que pone el secreto de la fuerza en hacerse alguno el último y servidor de los demás?.
Y el que no se satisfaga con esta explicación, que busque otra mejor.
¡Pues bien! Para los que aún permanecen tibios o remisos, para los que apenas se mueven y como por compromiso con el sobrenaturalismo de una fe casi apagada, que estos hechos los calienten y los iluminen, y que comprendan, que el no comprender, según lo hemos visto, depende muchas veces de un corazón helado[iv], y depende también de la debilitación de la fe y del resfriamiento de la caridad. Por eso dice la Escritura: los pensamientos del corazón porque el pensar y el obrar marchan unidos, porque muchas veces no se ve lo que no se quiere ver[v], sobre todo cuando, vista una verdad, ella nos obliga a sacrificios, harto costosos a nuestra pusilánime sensualidad.
El patriotismo impone deberes, impone abnegación, exige desprendimiento y hombría; y porque no queremos ser patriotas, e intentamos disimularnos a nosotros mismos nuestra vileza; por eso, por eso decimos que «haríamos sacrificios; pero que serían inútiles».
¿Quién dice esa palabra «sacrificios inútiles»? ¿Es un católico que conozca su fe?, ¿es un descendiente de los que lucharon con todo un mundo pagano?, ¿es uno de ellos que sabe cuál es la semilla de cristianos? ¡No, no lo es! ¡es un vil!, ¡un cobarde, un impostor, un hipócrita!
No hay «sacrificios inútiles»[vi]. Y basta entrar al examen de la palabra sacrificio, lo que se hace por lo sagrado, lo que se hace por Dios: y ¿no ha dicho ese Dios «ven acá siervo bueno y fiel, que porque fuiste fiel en lo poco, yo te haré dueño de lo mucho»? No sólo como se ve, no hay sacrificios ¡inútiles!… sino que Dios como es todo bondad, misericordia todo, por lo poco, concede lo mucho, con munificente, con divina desproporción.
Lo concede, oíd lo que dice un Santo Padre, por un vaso de agua, y de agua fría.
No digáis, pues, que vuestros sacrificios por la Patria «serían inútiles», y que ella «no tiene remedio»; sino decid mejor que resistís la moción del Espíritu Santo y que mentís, como dice el Evangelista San Juan, cuando decís amar a Dios sin amar a vuestros hermanos, cuya guarda social a cada una está confiada[vii].
Recopilado por:
José Santiago de Alvarado, Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta.
[i] “La desesperación de la salud” es uno de esos pecados y otro “la obstinación en el pecado”. Sto. Tomás 2. 2. q. 14 art. 2.
[ii] Jeremías.
[iii] Prov. XVI, 34.
[iv] Balmes. “El Criterio”.
[v] Faber. “Conferencias Espirituales”.
[vi] Ramière. “Apostolado de la Oración”.
[vii] Eclesiástico. XVIII, 12.
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