Los colegios e institutos guardan una semejanza con los monasterios por su origen. Incluso en su formulación más laica e irreligiosa aparece esa modelación. Sorprende que, hoy día, precisamente los modelos más laicos pretendan asemejarse más a ese ordenamiento, aunque como reverso.
Una seña de decadencia de nuestra sociedad es la postración de la filosofía. Existen muchos factores de la destrucción de la materia: legislativa, indolencia general estudiantil, pero su laminación es impracticable sin la anuencia general del profesorado.
Uno descubre que los profesores ven con disimulado gozo que carguen a sus compañeros de los departamentos de Filosofía con asignaturas sin currículo, que son marías en lo burocrático, de cara a la evaluación, al profesorado, y, como consecuencia obvia, ante el alumnado. A los profesores les agrada lo de tener un hermano lego, encargado de minucias con que llenar tiempo ocioso.
Son muchos los factores involucrados en la destrucción educativa de España (legislativos, burocráticos, sociales), y aunque sin duda la culpa principal recae en la familia, la acción de instancias auxiliares como los colegios no pueden tampoco soslayarse. Por ejemplo, el daño infligido sobre la institución de la autoridad no puede darse sin esa atomización legislativa de las materias, pero sobre todo sin esa agradable aceptación de profesores de segunda por sus propios compañeros. Con ello también minan su propia autoridad, la cual nunca es primordialmente de la persona sino de la institución que encarna.
La burocratización o funcionarización del trabajo del profesor es un problema educativo en el momento en que esto se asume por los maestros. Cuando estos olvidan que su oficio es configurar del modo debido a los alumnos para su perfección natural. Cuando defectan y hacen de su trabajo un fichar, hacer constar, o realizar seguimientos mensurados en la locura de la ley.
Sabemos que generalmente la omisión es un pecado de mayor gravedad que la acción: por ser más común y fácil permite un avance mayor y más rápido de los males, allana su camino. Ahora bien, la omisión pocas veces es desnuda, sino que se disimula bajo un acto, una acción postiza que permita escurrir el bulto. Ésa es justo la función de las labores de burocratización docente, tan lejos del verdadero oficio del profesor.
Porque nuestra misión consiste en impartir, en dar conocimientos, teóricos y prácticos; en consolidar las virtudes y los buenos caracteres, en aplacar los temperamentos amargos; en fin, en dar una disposición real ordenada y capaz a los alumnos.
Los chicos no quieren hacer nada. Esto es esperable, tanto por inclinación de la edad como porque así han sido educados, hacia la mala inclinación. Lo que no debiera suceder es que gran parte de los profesores encubran que no se hace nada, haciendo además pasarlo como si algo se hiciera.
Con ello, la parte más crucial de la profesión redunda en esa miseducación que hace esclavos felices. Generaciones ignaras, embrutecidas en el capricho, en la inmediatez y las ataduras corporales más groseras.
Roberto Moreno, Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid
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