
Si viajamos algo más de dos horas en automóvil al norte de Galisteo —no intenten acercarse en tren, porque hace cuatro décadas que el PSOE cerró la línea que recorría la Ruta de la Plata— llegaremos a la localidad zamorana de Sanzoles. El nombre de este municipio se atribuye a San Zoilo, un mártir cordobés de la persecución de Diocleciano, y nos puede servir para hacer, al menos someramente, un tipo de memoria histórica poco habitual en estos tiempos, relativa a hechos que, por estar demasiado olvidados, tal vez podrían repetirse en un futuro si Dios no lo remedia. Los cristianos cordobeses habían venerado durante siglos con gran devoción los restos de San Zoilo hasta que lo hicieron imposible los mahometanos que tomaron el control de su ciudad y que en el siglo X acabaron implantando un califato islámico. La tan manida «convivencia de las tres culturas» es una modalidad de leyenda rosada que la realidad se encarga de desmentir, al menos si atendemos a aquellos mozárabes —cristianos cordobeses— que habrían huido al Norte a las tierras del rey de León donde llevaron sus devociones —la de San Zoilo de Córdoba—. Allí se encontraron con otros cristianos que veneraban otros santos y que, durante el invierno, conservaban otras costumbres antiquísimas que han perdurado hasta el día de hoy.
El 26 de diciembre, el día de San Esteban, sale a la calle un personaje misterioso: el zangarrón. Los quintos sanzoleses se apresuran a escoltarlo por las calles del pueblo en dirección a la parroquia, aunque el zangarrón rompe la fila para perseguir a chicos y grandes cuando lo estima necesario. El zangarrón se deja sentir, porque alerta de su presencia el sonido de varios cencerros que lleva encima. Cubre el rostro con una máscara negra y en su mano sujeta un palo al que ha atado varias vejigas.
Los quintos van a bailar ante su patrón, San Esteban —a estos los llaman «bailonas»—, y, precisamente, una de las misiones del zangarrón es protegerlos e impedir que sean molestados durante el baile. Todos danzan el llamado baile del Niño, al son de la flauta y el tamboril. El resto de mozos del pueblo tiene otras misiones: unos se encargan de mantener iluminados los cirios del santo, otros, son los «tocadores» que llevan pandereta y castañuelas, y otro grupo lo constituyen los «asadores», porque se dedican a recoger aguinaldos entre los vecinos. Este es el diálogo ritual cada vez que un vecino les habrá la puerta:
―Ave María Purísima, ¿da usted su permiso?
―Sin pecado concebida, adelante.
―¿Y quién recibe las Pascuas?
―Yo mismo u otro familiar.
―Tengan ustedes felices Pascuas en el nacimiento del Hijo de Dios con muchos aumentos de gracias espirituales y corporales en compañía de… y de personas de su mayor agrado.
Finalizado el diálogo, el vecino deberá dar el aguinaldo.
Al acabar la fiesta, todos acaban o en la casa de alguno de los quintos o en las típicas bodegas zamoranas excavadas en la tierra —en Zamora se ríen de los agujeros-hobbit—. Es el momento de degustar, entre amigos y en familia, migas y chorizo asado acompañado de un excelente vino de Toro.
Ana Herrero, Margaritas Hispánicas
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